Críticas

La mariposa del clóset

El despertar de Nora

Kokon . Leonie Krippendorff. Alemania, 2020.

 De inmediato, el nombre original de la película nos mete en contexto. Se llama Kokon, que significa en alemán “capullo”, entendido como esa cubierta que fabrican algunos insectos para refugiarse durante su metamorfosis o transición al estado adulto. Este mismo concepto, en su connotación para referirse a las personas, se concibe como aquella evolución que inicia desde el interior, por convicción, sin influencias externas. Es ese enfrentamiento entre la ingenuidad y la inocencia que culminan con la libertad, como las mariposas, asociadas casi siempre como símbolo de la feminidad.

Así conocemos a Nora, una adolescente de catorce años que se desenvuelve en las calles berlinesas de Kreuzberg en un verano caluroso en extremo, el más fuerte del que se tenga memoria. Le acaban de decir que a esa edad es posible tener tantos sentimientos diferentes que pueden cambiar en unos cuantos meses, y la vemos sin parecer encontrarse, sin caminos ni intereses definidos, tampoco como espectadores sabemos hacia dónde va.

Imágenes en formato vertical grabadas desde un teléfono registran a un par de chicas pintando un pene en la mejilla de un joven dormido; cuando este despierta y las descubre, ellas salen corriendo a carcajadas, felices de lo que acaban de hacer. Es Jule, la hermana de Nora, junto a su mejor amiga, Aylin, con ellas pasa la mayor parte de sus días, pues no conocemos que tengan un padre, y su madre equilibra el tiempo entre ellas y el alcohol.

Jule y Nora duermen juntas en una misma habitación. A Jule no le gusta que su hermana tenga a una oruga metida en un frasco en su habitación como si fuera una mascota, en algún momento le reclama que el animal andaba de su cama; y a esa oruga se la ve constante, entre transiciones, como una especie de paralelismo con su dueña.

Nora no encaja. No le divierte que graben con el teléfono móvil a una chica pasada de peso durante una práctica deportiva para ponerle un filtro en cámara lenta. No le atraen las selfies, no le parecen divertidas las reuniones con sus amigos mientras fuman y beben, ni tampoco sus juegos; por participar en uno de ellos salió lastimada de una mano.

Durante una clase en el colegio, Nora tiene su primera menstruación, pero no cuenta con su hermana, quien más que ayudarla se siente avergonzada por el hecho, y de la nada, una joven llamada Romy se acerca para ayudarla, alguien con quien empatiza de inmediato. Nora se enamora, quizá no propiamente de Romy, sino de esa forma de idealizar a las personas. De contar con una aliada. Se cuestiona si eso la convierte en lesbiana y no sabe si le podría implicar que le rompan el corazón o si coadyuvará en su crecimiento.

Esa es la apuesta de El despertar de Nora (2020), el primer largometraje en forma de la realizadora berlinesa Leonie Krippendorff, alguien que creció entre músicos y artistas y que antes de volverse cineasta había hecho estudios de diseño gráfico. Interesada en explorar el séptimo arte, estudió dirección en la Universidad de Cine y Televisión Konrad Wolf, donde su película de tesis, Looping (2016) fue proyectada y premiada en diversos festivales internacionales.

En Looping, Krippendorff ya había explorado el temperamento y comportamiento de tres mujeres que se relacionan y desarrollan en una clínica psiquiátrica. Con Nora, se mueve en la línea de aquellas jóvenes adolescentes que transitan de la adolescencia a la edad adulta, y esta alquimia de diseño y cinematografía, aunada a su rol sobre la feminidad, convirtieron este film en una propuesta interesante.

A propósito, o no, El despertar de Nora se mueve en la línea de un cine independiente, en un formato vintage y cuadrado setentero, pero que se desarrolla en días recientes, en los días de la diversidad, de la inclusión y de la homosexualidad, temas que la película no cuestiona, sino que los vuelve sensibles.

De la mano de la cinematografía de Martin Neumeyer, el verano es constante en los recurrentes planos en sepia, y con la informalidad y realismo de la cámara en mano, entre las idas y venidas en los pasillos de la escuela o en esos juegos de cámara en los momentos que llaman a despertar la sexualidad en las albercas. El despertar de Nora puede contarse en la línea de películas como Lady Bird (2017) de Greta Gerwig, y La vida de Adèle (2013), de Abdellatif Kechiche.

Krippendorff no tiene prisa. Nos permite acompañar a Nora en esa transición. Sin ruta específica ni definiciones, ella se vuelve el eje del entendimiento de las otras mujeres que se mueven a su alrededor. Aunque su hermana es mayor, también vive de prisa, pues acepta cuidar a un muñeco que funciona como simulación de un bebé, por influencia del chico que le gusta y porque en una de esas clases pensaron que era buena idea prepararlas para la maternidad. Jule se da cuenta que no cuenta con su madre para apoyarla en ese proceso por motivos del alcohol, y es con Nora con quien puede encontrarse de nuevo en equilibrio.

En ese paralelismo, Nora es la oruga del frasco, que espera paciente el momento de romperlo y descubrir su libertad, sabiendo que habrá momentos difíciles que se repetirán como en un bucle, pero que le ayudarán a crecer, ya no como la oruga del frasco de su habitación, sino como una mariposa que sale volando del clóset.

Tráiler:

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Ficha técnica:

El despertar de Nora (Kokon ),  Alemania, 2020.

Dirección: Leonie Krippendorff
Duración: 95 minutos
Guion: Leonie Krippendorff
Producción: Jost Hering Filmproduktion, Das Kleine Fernsehspiel, Amard Bird Films
Fotografía: Martin Neumeyer
Música: Maya Postepski
Reparto: Jella Haase, Lena Klenke, Lena Urzendowsky, Elina Vildanova

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