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Culturas

La cuestión del multiculturalismo y de la representación étnica no se refiere a la simple presencia de actores/personajes extranjeros, sino a la capacidad por parte del director de permitirles a las minorías tener su propia dignidad en tanto elementos humanos. El objetivo se concreta en la elaboración de figuras que presenten unos matices realistas: una estructura de este tipo, imparcial, subrayaría entonces la complejidad de las relaciones que nacen en la conexión dialógica, a menudo conflictiva, que se establece entre el sujeto (con sus deseos) y la cultura propia, y entre el sujeto (con su punto de vista) y la cultura ajena en la que se encuentra.

En Angst essen Seele auf, la figura de Alí (El Hedi ben Salem) simboliza esta necesidad de crear un personaje realista, sin caer en el error de presentarnos una figura completamente negativa, debido a un racismo voluntario (o involuntario), o una completamente positiva, como si el hecho de ser un marginado y un extranjero ni europeo ni estadounidense no pudiera dejar paso a ninguna crítica. Alí presenta una complejidad muy profunda que se desarrolla según diferentes puntos de vista, o sea según su rol en relación a los diferentes contextos: es un marroquí (extranjero), es un hombre joven que se casa con una mujer mayor que él, es una persona que no habla perfectamente alemán (problemas de comunicación y de aceptación), es pobre, es explotado en tanto trabajador, es huérfano, y tiene problemas físicos muy graves como descubrimos al final.

Esta complejidad se presenta también en la figura de Emmi (Brigitte Mira): anciana que quiere estar con un hombre más joven, trabajadora en parte explotada, sola, triste, necesita la presencia de otra persona para sentirse querida, y su relación con sus hijos casi no existe. El hecho de querer estar con un hombre extranjero la transforma en una persona non grata ante los ojos de su contexto social, pero de víctima llega a ser explotadora cuando su relación se ve aceptada: hacia el final, Alí se convierte para ella en un objeto, la concreción de su poder y de su rol activo en tanto mujer. El hecho de mostrar a su esposo a sus amigas y hacer que le toquen los músculos (lo cual causará el rechazo de Alí y la búsqueda de una aventura sexual fuera del contexto conyugal) nos permite ver cómo la relación que Emmi mantiene con su marco cultural es muy compleja y no nos permite acceder a un resultado final: de hecho, ¿es Emmi una explotadora, una explotada, o ambas cosas en momentos diferentes?

Hay una escena después de la boda, en la que encontramosa tres personajes: Alí, el señor Angermeyer (Walter Sedlmayr) y la esposa de este (Doris Mattes). Angermeyer no vende la “Libelle” a Alí porque no entiende la pregunta, y pareciera que lo que quiere demostrarle a Alí es que entre ellos existe una incomunicabilidad, debida a la falta de conocimientos lingüísticos; obviamente, esta incomunicabilidad es falsa, ya que Angermeyer sabe muy bien qué es lo que Alí quiere comprar. Alí vuelve a su piso y le cuenta a Emmi lo que ha pasado. Emmi se enfada y decide ir a hablar con Angermeyer, pero Alí le sugiere que no haga nada, porque “pelear no bueno”. En este caso, Alí demuestra saber controlar su enfado, mientras que el personaje de Emmi parece dejarse guiar por sus emociones. Se demuestra así la complejidad del estereotipo de los mediterráneos “calientes” (la pasión) y los nordeuropeos “fríos” (la lógica).

La escena prosigue con Emmi, el señor Angermeyer y su esposa. Aquí vemos unos juegos de poder: Angermeyer finge que solo hubo un malentendido (él sostiene que Alí no sabe hablar alemán), Emmi acusa a Angermeyer (ella sabe que él no quiso atender a su marido porque él es extranjero), Angermeyer acusa a Emmi (él sostiene que no odia a los extranjeros, así que ella no puede acusarlo). Lo que pasa es bastante simple: Angermeyer es racista (o, por lo menos, tiene un comportamiento racista) pero no puede afirmarlo (la sociedad, sobre todo la alemana, no se lo perdonaría), así que para defenderse solo puede alejar a quien lo está acusando, rompiendo la relación que se había ido creando con Emmi antes de la llegada de Alí.

En otra escena, hacia el final, vemos a Alí yendo al bar para estar con sus amigos. Podemos sentir su soledad, su falta de dirección, como si algo durante las vacaciones no hubiera funcionado (no sabemos qué, ni nunca lo sabremos). Alí, ante la puerta del bar cerrada, tiene que elegir entre volver a casa o subir al piso de Barbara (Barbara Valentin). Esta elección es fundamental: hasta este momento Alí siempre ha tenido un rol positivo, como si el concepto de “pecado” o de “traición” no le perteneciera. Lo que Fassbinder está haciendo no es enseñarnos que Alí es malo, sino que, como todos los seres humanos, tiene sus problemas. Su humanización empieza a concretarse. Alí está ante la puerta de Barbara. Tiene que elegir, si tocar a la puerta o menos. No es una elección fácil, podemos ver que no quiere hacerlo, pero también que debe, como si fuera un acto necesario, imposible de evitar. Barbara abre la puerta y él entra. El hecho de que Alí le pida a Barbara un plato de cuscús destaca la necesidad de él de encontrar algo suyo, algo que le recuerde su origen. Barbara acepta, mientras que en la escena anterior Emmi le había dicho a Alí que no tenía ganas de cocinarle este plato. Barbara tiene lo que Emmi no puede darle a Alí, el recuerdo de una personalidad.

La conclusión de esta escena es el acto final de Alí en lo que se refiere a su decisión de tener una relación sexual con Barbara. La necesidad de ser aceptado se basa en una acción mutua: Barbara acepta a Alí (le da lo que necesita), mientras que Emmi lo rechaza (niega cocinarle el cuscús). El acto sexual es un producto secundario, el resultado de una acción que ya ha tenido el efecto esperado. Alí ya no es una figura falsa, vacía, la representación del “buen salvaje”, sino un ser completo, complejo y profundo.

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