Guiones 

Charlot, Agee y la bomba atómica

La destrucción del ser humano puede verse llevada a cabo por dos agentes: la naturaleza, que sigue unas pautas que están más allá del bien y de mal, y el ser humano mismo, concreción de su instinto de autodestrucción y de aniquilación de todo hombre y de toda mujer que reputa ser su enemigo. Este segundo tipo estaba como base de las muchas pesadillas que iban reverberándose por el mundo durante aquellos años después de la caída del imperio japonés en la Segunda Guerra Mundial: se trataba del miedo a la bomba o, mejor dicho, de aquel tipo de instrumento capaz de destruir ciudades con solo su explosión. La bomba atómica, entonces, no era una idea abstracta, sino algo muy concreto, cuyo uso podía llevar, en los casos peores, a que se dejara caer sobre seres humanos que compartían las mismas características físicas y, en parte, culturales con cada uno de nosotros. La muerte, en los años 40 y 50, tenía entonces una cara muy bien definida, la de un gigantesco hongo capaz de devorarnos hasta transformarnos en un recuerdo diáfano.

La estructura que Agee emplea en su guion sigue la clásica de tres actos: introducción, desarrollo, desenlace final. En otras palabras, es posible seguir una arquitectura global cuyos pilares son muy firmes; podría parecer algo bastante sencillo, hasta elemental, sin embargo, esta forma general le sirve al guionista para poner en marcha toda una serie de elementos que ayudarían al público a entablar un discurso con sus propias dudas sobre el futuro del mundo humano. Si por un lado tenemos cierta simplicidad, entonces, esto se debe a que todas las obras de Chaplin con su personaje más famoso tienen que seguir una serie de eventos muy bien definidos (la susodicha estructura clásica), porque lo que le interesa al director (además de actor y guionista) británico es crear una red de significados que se unen entre ellos como en una telaraña, lo cual significa que moviendo solo una parte (un lado extremo, por ejemplo) todo empieza a vibrar. La lección de Chaplin, desde este punto de vista, ha sido entendida a la perfección por Agee.

La presencia de Charlot en la obra del crítico estadounidense funciona porque pone de manifiesto cómo el ser humano alberga en sí las mejores esperanzas de todo el cosmos y, al mismo tiempo, no puede ganar ante una sociedad que lo excluye, ya que su misma presencia supone un desafío al orden moral y cultural vigente. El hecho de hacer que él (Charlot) sea uno de los pocos supervivientes y que, con su edad avanzada, se transforme en la chispa capaz de darle vida a una nueva sociedad nos lleva a un resultado muy desolador cuando, hacia el final, toda aquella utopía caiga ante el paso de la modernidad y del progreso. Un paso necesario, como explica Agee en sus páginas, pero que podría también tomar un rumbo diferente, hacia el encuentro fructuoso entre lo moderno y lo ético (¿lo humano?), si solo los hombres supieran darse cuenta de lo magníficos que pueden ser.

Charlot, entonces, tiene que alejarse de toda sociedad humana, incapaz esta de aprender de él y de vivir siguiendo sus reglas anárquicas. No es lo de Agee un canto desesperado, un j’accuse violento contra la ciencia y la modernidad, sino un momento de reflexión que nos pide que nos preguntemos qué tipo de ser humano (y de elemento social) queremos ser. No es la ciencia (capaz de crear bombas atómicas) el mal, sino la falta de consciencia por parte de todo ciudadano de todo el mundo lo que provoca que nuestra raza animal desaparezca. Es difícil, entonces, darle una respuesta a la pregunta de Agee; vivimos lejos de su mundo apocalíptico, lleno de miedo por una bomba que nunca logró estallar después de 1945, pero la deshumanización sigue vigente, como si esta fuera una parte indiscutible de nuestro carácter. Hasta dónde nos llevarán nuestras ideas es imposible de prever, pero siempre habrá alguien como Charlot, capaz de mostrarnos que es posible vivir en la sociedad y fuera de ella al mismo tiempo, en una explosión (no concreta) de humanización. Y, si bien nos vemos forzados a excluirlo de nuestra sociedad, parte de él seguirá viviendo en nosotros, para que nadie pulse aquel botón que lanzará una bomba con la que destruir toda huella de nuestra presencia en este mundo.

(Es posible encontrar el libro en Archive.org : link)

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