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Nuevo sabor a cereza

Póster de Nuevo sabor a cereza

Una de las cosas más complicadas a la hora de ofertar un producto audiovisual es sorprender. Ya sea por exceso, porque el espectador está de vuelta de todo o porque realmente existe la siempre cacareada crisis creativa de los medios, es muy complejo el afortunado encuentro en el vastísimo océano de las series en tiempos de Netflix con algo que realmente nos deje con la expresión torcida.

No hablo ya de calidad. Por suerte, gracias a la muy sana competencia de plataformas, tenemos algunas de las mejores series de la historia aparecidas en los últimos años. Hablo de cosas diferentes, valientes, locas y bizarras, que ignoran los géneros, los espectadores objetivos y los planes de marketing. Series que, episodio a episodio, signifiquen un desafío a los sentidos y dejen el cerebro hecho papilla. Historias que se muevan en la peligrosa frontera entre la valentía y lo absurdo, que ocupen espacios olvidados e ignorados en las esquinas de lo convencional.

Eso es Nuevo sabor a cereza (Nick Antosca, Lenore Zion, 2021), colorista descenso a infiernos de psicodelia alucinógena, violencia sangrienta y surrealismo esotérico a cuenta de algo tan simple pero brutal como es la venganza.

La premisa es sencilla. Una joven promesa del cine independiente consigue, por fin, financiación para su soñada película. Por supuesto, las cosas no salen como ella pensaba, y un productor pasado de vueltas se la juega para que pierda la posibilidad de dirigir su propia idea. Empujada por una siniestra mujer que promete justicia, a base de extraños métodos, comienza su venganza.

A partir de aquí, acompañamos a Lisa Nova, genial nombre de la protagonista, a través de un cosmos de personajes turbios, magia negra, folclore, frivolidad hollywoodiense, luces de neón, drogas y seres monstruosos, presentados con hechuras de horror, pero aderezadas con toneladas de humor negro.

Nuevo sabor a cereza

Nick Antosca, perpetrador de esta locura, es de esas voces libres y convincentes que, sin hacer mucho ruido, han conseguido que su nombre sea marca personal, sinónimo de historias límite de horror descarnado. Ya vimos buena muestra de su perturbador universo en Channel Zero (Nick Antosca, 2017), antología que llevaba a las pantallas el nutrido cosmos del creepypasta de Internet. Nuevas leyendas urbanas alimentaban cuatro temporadas de pura libertad creativa, desconcertante pero eficaz. Las escenas de los siniestros muñecos de Candle Cove todavía protagonizan pesadillas inesperadas.

A pesar de contener alguno de los momentos más inspirados del género de los últimos años, Channel Zero no pasa de producto de culto para algunos fans irredentos de las experiencias terroríficas. Aun así, el atrevimiento conceptual de la serie ha dado a Antosca suficientes galones, junto a Lenore Zion, como para llevar a la pantalla algo tan salvaje como Nuevo sabor a cereza. Serie que, según como la tomes, puede ser un hipnótico viaje a lugares oscuros muy disfrutable  o algo insufrible cercano a la tomadura de pelo. La falta de definición de un género concreto y la descarada forma con la que se afronta el relato puede resultar incómodo para espectadores poco dados a lo bizarro.

En los ocho episodios de Nuevo sabor a cereza tenemos contrastes desconcertantes, desde lo explícito y sangriento a lo sugerente y sutil, del colorido excesivo a la turbia sobriedad callejera, de la reflexión sobre el deseo y las ambiciones destructivas al surrealismo inexplicable e inconformista. No hay medias tintas en esta locura de venganza y descenso. Incluso se atreve a la introducción de elementos metacinematográficos que regalan escenas impactantes y espeluznantes, presentadas en el momento preciso.

Lisa Nova al límite

Nuevo sabor a cereza bebe sin tapujos del horror de alta gama de Mullholand Drive (David Lynch, 2001), y también del espanto de físicos alterados y deformes de David Cronenberg. No esconde las influencias y, sin embargo, consigue que el extraño brebaje resulte novedoso y excitante, presentado con convicción tanto en forma como en fondo.

Desde el minuto uno, acompañamos a Lisa Nova. La serie gira a su alrededor de manera radical. Su confusión, su rabia, sus frustraciones y las contundentes decisiones que toma nos afectan como espectadores. Somos testigos mudos, y encantados, invitados a mirar un abismo terrorífico, pero hipnótico. No es precisamente reconfortante, aunque nunca fue tan atractivo un vistazo a la oscuridad.

Para que el invento funcione, teniendo en cuenta que el pilar sobre el que se sostiene el relato es la propia Lisa, hace falta una actriz que se ponga la serie sobre las espaldas. Rosa Salazar es magnífica. Su actuación totalmente desquiciada hace que el resto de personajes sean sumergidos por la demencia que desencadena. Eso sí, no son meros satélites que orbitan alrededor de Nova. Todo el mundo tiene su papel en esta tragedia delirante, mención especial para la amenaza mágica que se va desenmascarando en cada episodio.

Cada entrega de Nuevo sabor a cereza ofrece giros lo suficiente locos como para atrapar al espectador. Eso sí, como nota negativa hay que apuntar a que la serie no supera la brillantez de los primeros compases (atención al alucinógeno segundo episodio, auténtica demostración de pulso, personalidad y falta de complejos, sumergidos en la mejor representación visual de un viaje psicotrópico, que yo recuerde, en años). La serie se desgasta en los compases finales, cuando las cosas empiezan a encajar y cobrar sentido. Es bueno para la salud mental del espectador y hay clara intención de que la locura tenga un fin, pero se pierde algo de magia. Eso sí,  las dosis de crueldad, ironía y mala baba no decaen en ningún momento.

Netflix apuesta fuerte con la producción de Nuevo sabor a cereza. Tenía cierta impresión en los últimos meses sobre la baja calidad y falta de riesgo de la mayoría de la oferta de la plataforma, pero si me sigue lanzando cosas tan fuera de quicio como esta, la redención está asegurada. De lo mejor de esta temporada; pura histeria, todo diversión salvaje.

No se la pierdan.

Tráiler:

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