Críticas

La edad de la lucha

Battle Royale

Otros títulos: Batalla real / Juego sangriento.

Batoru Rowaiaru. Kinji Fukasaku. Japón, 2000.

Las edades del ser humano se dividen normalmente en diferentes etapas, cada cual con sus precisas características: los mayores, por ejemplo, se supone que tenemos cierta madurez a la hora de cumplir con nuestros deberes, algo que, dicho de otra manera, nos separaría de los más jóvenes por nuestra supuesta capacidad de obedecer (a quién o qué no es importante, solo se subraya esta actitud de casi absoluta abnegación). Lo que nos separa de los menores de edad, además, sería aquella incapacidad nuestra de dejarnos llevar por los sentimientos más que por la lógica, pero, como siempre pasa con los clichés, no es raro tropezar con un adulto incapaz de controlar sus emociones, incapacidad, esta, que se define por una falta de madurez, como si aquella persona todavía siguiera siendo un niño (o un adolescente) en lo que se refiere a esta esfera entre lo personal (lo que siento) y lo social (mi comportamiento ante la comunidad). Se supone así que para juzgar a los jóvenes, en especial los de entre catorce y dieciocho años de vida, es necesario usar adjetivos como “inmaduros” o “irreflexivos”, lo cual separa a la especie humana entre los que sí saben actuar en tanto parte de una comunidad universal y los que actúan en tanto seres independientes o, lo cual es más probable, en tanto parte de grupos minúsculos. Todo esto, obviamente, subraya cierta falsedad, cierto vicio intelectual, ya que la situación se presenta más compleja.

De hecho, esta complejidad forma parte de la historia que nos presenta el escritor Koushun Takami en su novela Battle Royale de 1999, llevada el año después a las páginas de los mangas (serie escrita por el mismo Takami y dibujada por Masayuki Taguchi) y, sobre todo en lo que nos atañe, a la pantalla (aquella grande, aquella de los cines) por Kinji Fukasaku en la silla del director y Kenta Fukasaku (hijo del primero) sentado a la mesa del guionista. Un éxito rotundo, completo, a lo mejor inesperado, con una recaudación en el box office japonés de casi treinta millones de dólares (tres billones de yen), si bien en las naciones extranjeras el público no parece haber apreciado demasiado la obra (treinta millones de dólares, o sea que todos los billetes de Japón equivalen a todos los billetes del mundo). Quizás se deba a una cuestión cultural, como si aquella obra se dirigiera más a la mentalidad de la sociedad contemporánea de las islas asiáticas y menos a todo aquel cosmos que las rodea (los que estamos fuera de la tierra del hiragana).

Sin embargo, la distopía de Battle Royale funciona y en su mezcla de estética anime y de splatter les permite a los espectadores entrar en contacto con una pregunta que ha estado presente en casi la totalidad de la vida humana: ¿qué hacer de aquellos elementos de nuestra sociedad que no quieren obedecer las órdenes que amenazan con destruir nuestra armonía y que, si los dejáramos libres, nos podrían llevar a una destrucción de la sociedad? Más aún, ¿qué hacer con los hijos cuando su presencia es una concreta amenaza a la supervivencia de los padres y de su sistema cultural? Esta pérdida de una seguridad, en lo que se refiere al futuro, se rige, entonces, sobre una lectura de un pasado que se derrumba ante las personalidades (los yoes) de la nueva generación, incapaz de seguir un camino que se presente lo más posible igual al de la(s) generación(es) anterior(es). Lucha, así, pero no de clase, sino de edades diferentes. Los mayores (los padres) eligen a un grupo de estudiantes al azar y lo envían a una isla; solo uno de ellos puede sobrevivir, los otros tienen que morir, matándose entre ellos.

Se define así la cuestión en términos apocalípticos, lo cual denota la presencia de un discurso nihilista que, si bien el final parece negarlo, se mueve por toda la película y nos obliga a una introspección. Efectivamente, la decisión por parte del Estado (los adultos, los maduros) de hacer que los jóvenes (los inmaduros) se maten se debe a que estos últimos parecen haber perdido cualquier forma de respeto ante la autoridad (de los mayores, del Estado, de los profesores y maestros, de los padres). ¿De quién sería, entonces, la culpa? Si es obligatorio decir que mala tempora currunt, estos malos tiempos se resuelven en una división (maniquea) de responsabilidades, por una parte las de la estructura social (y entonces los mayores serían culpables, incapaces de ser padres y de enseñar “los buenos modales” a los hijos) y por otra, las del individuo (y el mal sería debido a la persona, lo cual daría más importancia a la acción individual, resultando en la condena de los jóvenes en tanto malhechores, en tanto ontológicamente malos, incapaces de vivir en una comunidad estructurada).

Se trata, por ende, de una cuestión compleja la que la película nos presenta subrepticiamente bajo la forma de una historia granguiñolesca, una cuestión que no puede de por sí llevar a encontrar una solución simple. Este choque generacional, de hecho, se debe al derrumbe de unos patrones sociales y culturales que no pueden funcionar en la época contemporánea, pero que, ante esta desaparición, no se han visto reemplazados por nuevas reglas, cuyo objetivo sería la felicidad de toda la población. Los jóvenes, con su falta de respeto por lo pasado (lo cual puede ser malo, sí, pero también bueno, según el contexto general) y su incapacidad de encontrar nuevas vías en el presente, se transforman así para los padres en un elemento externo, pero que, por una simple cuestión natural, va a reemplazarlos, quizás con violencia. Película de lo extremo, entonces, más inteligente de lo que podría parecer (una simple distopía con tonalidades splatter), Battle Royale merece formar parte de la historia del cine japonés, obligando al espectador a tomar puntos de vista diferentes en un mundo en el que todo parece estar al borde del aniquilamiento humano.

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Ficha técnica:

Battle Royale  / Batalla real / Juego sangriento (Batoru Rowaiaru),  Japón, 2000.

Dirección: Kinji Fukasaku
Duración: 114 minutos
Guion: Kenta Fukasaku
Producción: Kenta Fukasaku, Kimio Kataoka, Chie Kobayashi, Toshio Nabeshima, Masao Sato, Masumi Okada, Teruo Kamaya, Tetsu Kayama
Fotografía: Katsumi Yanagishima
Música: Masamichi Amano
Reparto: Tatsuya Fujiwara, Aki Maeda, Tarō Yamamoto, Masanobu Andō, Kō Shibasaki, Chiaki Kuriyama, Takeshi Kitano

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