A Narciso Ibáñez Serrador lo conocemos más por sus diferentes trabajos en televisión, medio que ha revolucionado en incontables ocasiones, que por su faceta de cineasta, pero alguien que ha rodado una película como ¿Quién puede matar a a un niño? debe ser considerado un gran director. Aunque Ibáñez Serrador ha dirigido numerosas películas para televisión –pensemos, si no, en las entregas de Historias para no dormir (1965-1968), o en la más reciente La culpa (2006), que forma parte de la serie Películas para no dormir–, lo cierto es que solo ha estrenado en salas cinematográficas dos títulos, La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? Estos han sido sus dos únicos largometrajes para el cine, pero no le han hecho falta más para ganarse un hueco en la historia del género de terror. La residencia es un relato ambientado en un internado de señoritas en el que van desapareciendo paulatinamente las internas, pero ¿Quién puede matar a un niño? es una pequeña joya, un auténtico modelo de cómo una buena idea y unos pocos recursos bastan para crear una obra maestra.
El guion, firmado con el seudónimo de Luis Peñafiel, lo elaboró el propio director a partir de una novela de Juan José Plans titulada El juego de los niños, pero, en realidad, tiene muy poco que ver con ella. Con todo, hay dos o tres referencias inexcusables a la hora de hablar de ¿Quién puede matar a un niño? Por un lado, tenemos un clásico del terror con niños como El pueblo de los malditos (Village of the Damned, Wolf Rilla, 1960); de hecho, la película de Ibáñez Serrador se estrenó en algunos países con el título de Island of the Damned; por otro, tanto en el retrato del ambiente como en el tratamiento del argumento, la cinta bebe directamente de un clásico de Alfred Hitchcock como Los pájaros (The Birds, 1963), con ciertas reminiscencias, además, de La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, Roman Polanski, 1968).
El metraje comienza con un fundido en negro y una canción infantil en off, y deja paso inmediatamente a material de archivo en el que podemos ver imágenes de crímenes que se han cometido contra la humanidad, especialmente contra niños –como afirma uno de los personajes, “el mundo está loco; lo malo es que siempre pagan el pato los niños”–. Los títulos de crédito se superponen a imágenes de Auschwitz, de la guerra indo‑pakistaní, de Corea, de Vietnam y de Biafra. En todos los casos, se señala el número de víctimas totales y el número de víctimas infantiles. En principio, parece que esta presentación poco tiene que ver con lo que vendrá a continuación, pero el director va dejándole pistas al espectador.
La acción se traslada a la playa de Benavís, una ciudad ficticia de la costa catalana, donde aparece un cuerpo flotando, que es trasladado en una ambulancia. Esta, en su trayecto, se cruza con un autobús de línea en el que llegan dos turistas británicos, Tom (Lewis Fiander) y Evelyn (Prunella Ransome), los auténticos protagonistas de la película. Sigue una magnífica presentación de los personajes: ella está embarazada y van a pasar unos días en la pequeña isla de Almanzora, que Tom conoce de una visita anterior. Solo algunos detalles parecen presagiar lo que se van a encontrar en aquel lugar, verdadero hortus conclusus o jardín cerrado en el que se va a desarrollar la acción.
Al igual que en La residencia, ¿Quién puede matar a un niño? crea un universo cerrado de ambiente tenso y claustrofóbico. La luminosa fotografía de José Luis Alcaine –terror a pleno sol, nada menos–, con estética de spaghetti‑western, se complementa muy bien con los inquietantes acordes de Waldo de los Ríos, autor de la partitura. Parece que todos los adultos han desaparecido de Almanzora, pero lo que ha ocurrido en realidad es que los niños han comenzado a practicar un juego macabro y letal: “Parecía como si jugasen, pero llevaban cuchillos y palos”, afirma el superviviente con el que se encuentran Tom y Evelyn.
Los protagonistas no tardarán demasiado en descubrir el horror en medio de un paisaje paradisíaco e idílico. Dos secuencias resumen muy bien dicha situación, aunque los niños la perciben en todo momento como un juego: la primera presenta a los niños jugando a la piñata con el cadáver de un anciano y una guadaña; la segunda muestra cómo los niños pierden su inocencia al mirar a los ojos de alguno de los “malditos”.
¿Quién puede matar a un niño? es una metáfora de nuestro futuro, pero también una alegoría de nuestra sociedad, cuya lectura moral resulta clara: los niños tienen razones sobradas para rebelarse contra los adultos. A caballo entre el western y una película de zombies, “Chicho” Ibáñez Serrador ha conseguido bordar una ficción de terror psicológico que proyecta sobre el mundo de Almanzora los propios temores de la pareja protagonista. Después de más de treinta y cinco años, la atmósfera de esa pequeña isla sigue siendo tan claustrofóbica como entonces y, por desgracia, los niños siguen siendo las principales víctimas de la violencia estructural. Quizás algún día se decidan a “jugar”.
Premios: Premio de la Crítica en el Festival de Cine Fantástico de Avoriaz.
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