Festivales 

SEMINCI 2018

63ª EDICIÓN DEL FESTIVAL DE CINE DE VALLADOLID

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SECCIÓN OFICIAL LARGOMETRAJES

Discutible palmarés, en un año de nivel aceptable

La nueva edición del Festival de Valladolid se ha desarrollado del 20 al 27 de octubre. Destaca el incremento de aproximadamente un 10% de asistencia con respecto al año pasado. El certamen sigue presumiendo de ser el segundo en importancia en España, después de San Sebastián, además de continuar apostando por un cine de autor. En cuanto a lo del público, en el futuro se tendrá que poner las pilas. En general, los espectadores no destacan por su juventud precisamente y mejor no investigar qué porcentaje de entradas son de regalo. Entre patrocinios, escuelas, jubilados o profesionales, poco margen queda para el alborozo. Sobre la importancia de la Seminci, es cierto que cuenta con 2/3 menos del presupuesto del que se desarrolla en la ciudad vasca, pero le han salido competidores como los que se celebran en Sevilla o Málaga, que están recibiendo cada vez mayor atención y asistencia. Por último, sobre el cine de autor, si bien es cierto que la mayoría de largometrajes de su Sección Oficial consiguen al final distribución, debemos señalar que la apuesta por buscar la autoría continúa presente en muchos de los filmes seleccionados. En cualquier caso, añoramos un mayor riesgo en proyectos innovadores. Al pretender agradar a público, jurado y crítica, es posible que se termine por no satisfacer a ninguno.

Este año, lo destacaríamos por el aceptable nivel medio de la mayoría de las diecinueve películas de la Sección Oficial, pero con ausencia de lo que podríamos denominar obras maestras o merecedoras de culto. Además, la importante apuesta que se hizo el pasado año para que las mujeres realizadoras estuvieran presentes casi en la mitad de los largometrajes, parece que se ha quedado solo en buenas intenciones, o simplemente, no se puede escoger lo que no existe. Por lo demás, también ha llamado la atención el elevado número de los directores o parte del equipo cinematográfico de las obras a concurso que se han paseado por la ciudad. Circunstancia que no ocurrió la pasada edición, que brillaron por su ausencia. Para finalizar este resumen inicial, no vemos justificado que las Espigas de Honor se reproduzcan como conejos. No es bueno ni para el o la  premiada, al quitarle singularidad, y ni siquiera para el Festival, al minusvalorar las mismas. En fin, todo sea para que celebridades paseen sus huesos por Valladolid. 

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De entre todas las exhibidas, destacaríamos, por razones diversas, algunas de ellas. Por ejemplo la del realizador búlgaro Milko Lazarov, Ága. Narra la historia de una pareja, Nanook y Sedna, que viven aislados en una yerta en la nevada estepa del norte. Continúan intentando sobrevivir en dichos parajes, sin conexión con el mundo exterior. Viven con y de la naturaleza. Obra que destaca por su carácter documental, por la bella estética de sus imágenes y por el cuidado en la puesta en escena que se observa plano a plano. Imposible no relacionarlo con el de Robert J. Flaherty, Nanook, el esquimal (Nanook of the North) de 1922. Aunque el director búlgaro haya intentado en sus declaraciones evitar la conexión, la misma resulta evidente por forma y fondo. Con el añadido, para rematar, de la coincidencia de nombre entre protagonistas. Nos enfrentamos ante unas condiciones de existencia a punto de extinción, que el cambio climático está rematando de forma acelerada, con el rápido deshielo y la escasez de caza.

De Palestina, el director Muayad Alayan ha participado con su última obra, Los informes sobre Sarah y Saleem (Al-Taqareer Hawl Sarah wa Saleem). Estamos ante un estimable largometraje que se desarrolla en Jerusalén, para centrarse en una relación sexual entre un palestino y una israelita. Una relación imposible que se va sucediendo según los principios de la ley de Murphy. Con modificaciones en el punto de vista narrativo, la película aprovecha para ofrecer un panorama de la Palestina actual, en la que observamos con tristeza las desigualdades existentes entre los dos pueblos que la habitan, inspirándose, además, en hechos reales. Y no queremos dejar de destacar el sobrecogedor estado policial al que están sometidos los personajes. No deja apenas resquicio para dar un paso sin que alguna persona u objeto esté registrando sus acciones. 

Había mucha expectación por la nueva obra del canadiense Denys Arcand, La caída del imperio americano (La Chute de l’empire américain). Autor de culto por algunas de sus obras anteriores, como El declive del imperio americano (Le Déclin de l’empire américain, 1986) o Las invasiones bárbaras (Les Invasions barbares, 2003), ya había llamado la atención el guiño con su filmografía, por el título dado al nuevo filme. En realidad, no se trata de continuación alguna. El contacto únicamente puede establecerse en la elaboración de un retrato sobre el estado de la sociedad en cada momento. Y la actual no destaca precisamente por sus virtudes. ¿Qué harían ustedes si por accidente se toparan con una ingente cantidad de dinero que acaba de ser robado en un establecimiento? En torno a ese hecho, Arcand reflexiona sobre la naturaleza del ser humano. Profesionales del blanqueo, paraísos fiscales, policías corruptos, mundos opulentos o miserables van sucediéndose. A pesar de ello, se pretende dejar margen para un futuro esperanzador. En su configuración, el director canadiense se vale de una historia de amor improbable y cierta filantropía que pueden permitirse quienes mucho poseen. Todo termina por dibujar una obra irregular, surcada de altibajos. 

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Procedente de Cannes, llega la última obra del italiano Matteo Garrone. Su reconocimiento internacional empezó a forjarse con Gomorra, largometraje que destacaba por un realismo descriptivo del mundo de la mafia en el sur de su país. En esta ocasión vuelve a filmar en los mismos escenarios que la anterior y aborda en Dogman, de manera excelente, la historia de un perdedor. Es la de Marcello, un peluquero canino canijo y amable con todo el mundo, hasta con los que le fuerzan a intervenir en operaciones peligrosas e incluso delictivas. Un personaje entrañable, al que la vida le golpea hasta sobrepasar sus límites. Está interpretado por Marcello Fonte, que ya recibió el reconocimiento de Mejor Actor en el Festival francés. Un inolvidable trabajo para conformar un ser humano que deja posos de empatía y desgarro. Creemos que se trata de una de las mejores obras de la Sección Oficial.

Queremos destacar una de las películas españolas, de las dos que se exhibieron. Se trata de Jaulas, grata sorpresa que logra emocionar en una tragicomedia que nos va recordando por momentos a Kusturica, a Almodóvar, incluso a Fellini o a Berlanga. Un recorrido existencial y físico que se desarrolla en Sevilla, entre gitanos encerrados en un mundo de perdedores. Su director, Nicolás Pacheco, se mueve con soltura por suburbios, en unos arrabales en los que sitúa como protagonistas a las mujeres. Cuenta con excelentes interpretaciones, como la de Estefanía de los Santos, Marta Gavilán, Manuel Cañadas o Belén Ponce de León. Hemos llegado a emocionarnos con las vicisitudes de los personajes, entre sufrimientos y carcajadas. Un verdadero lujo. A la película le deseamos un gran recorrido comercial. Se lo merece.

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Ya que estábamos con las risas, el realizador argentino, Gastón Duprat, se presentó en el certamen con Mi obra maestra. Tras el buen sabor dejado con El ciudadano ilustre (2016), en esta ocasión se sitúa en el mundo del arte, concretamente de la pintura. Y nos cuenta la relación y existencia de Arturo, galerista de arte, y de Renzo, un pintor en decadencia que aborrece las relaciones sociales. Ambos están interpretados magníficamente por Guillermo Francella y Luis Brandoni. Ácida visión, irónica y muy entretenida, de ese universo sofisticado en el que los altibajos de cotización son difíciles de explicar, al menos para los neófitos. ¿Por qué otorgar valor a un artista y negárselo a otro? ¿Quién maneja los hilos de la calidad de las obras? Una mirada distinta de la realizada por la película sueca del director Ruben Östlund, The Square (2017) sobre museos, galerías, comisarios, artistas y demás participantes en ese microcosmos elitista e hipócrita. Mientras tanto, no se pierde el tiempo y Duprat aprovecha para emocionarnos con la amistad de los dos protagonistas, o para dar un paseo entre la vejez, la decrepitud, los errores del pasado o la muerte.

The Miseducation of Cameron Post, de la realizadora estadounidense Desiree Akhavan, con aires de cine independiente, se adentra en un centro de reeducación, un establecimiento terapéutico que persigue la “curación” de homosexuales adolescentes. El filme se sitúa en los años noventa del siglo pasado, y acoge como protagonista a una joven, Cameron, muy bien interpretada por Chloë Grace Moretz. De su mano, vamos a internarnos en un lugar pavoroso de desconcierto, en donde el intento de adoctrinamiento sobre seres que todavía se están formando llega a resultar repulsivo. La lucha por la supervivencia entre integristas que pretenden imponer sus creencias al resto logra conmover y hasta avergonzar.

Procedente de Dinamarca, se ha presentado una interesantísima película, Den skyldige (The Guilty), del realizador Gustav Möller. Se caracteriza por la fuerza de un guion que deja al protagonista prácticamente como único personaje en pantalla, sin salir de dos estancias. Jakob Cedergren interpreta a un agente de policía en funciones de oficina, en atención a llamadas de emergencia. Si bien la propuesta no es novedosa (por ejemplo, recordamos el terror que sufrimos con el filme BuriedEnterrado-, del español Rodrigo Cortés), la obra de Möller se convierte en un sugerente recorrido en el que el espectador debe hacerse partícipe.  Con una sencilla puesta en escena, consigue mantener la máxima atención, únicamente con la actuación del actor principal y las voces y sonidos que escuchamos telefónicamente. Un ejercicio de imaginación que convierte al público en elemento activo. Una obra que se agradece y que logra mantener la atención, con ayuda de giros inesperados en su desarrollo.

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También nos gustaría hacer mención a la película del noruego Erik Poppe, Utøya 22. juli (Utoya. 22 de julio). Narra los acontecimientos sucedidos el día y en el lugar del título, en 2011. Y se cuenta desde adentro, una de las muchas formas en que podrían reflejarse aquellos hechos terroríficos e inexplicables ocurridos en un campamento de verano juvenil de un partido laborista. Y se hace siguiendo a una de las muchachas que se encontraban en la isla, a Kaja, a través de un único plano secuencia. Al agresor solo lo vislumbramos apenas un segundo, mientras nos aterrorizamos junto con la protagonista, sin saber de qué,  quién o la razón por la que se corre a la desesperada, no sabemos tampoco hacia dónde. Nos ha impresionado la manera tan arriesgada y certera de abordar unos sucesos todavía cercanos para los afectados. Una obra que logra sortear, por su ejercicio estilístico, el peligro de quemarse en el intento y salir muy escaldado. 

Para acabar, queremos mencionar una película que intervino en la Sección, pero fuera de concurso: el documental de la directora alemana Margarethe Von Trotta, Ingmar Bergman – Vermächtnis eines Jahrhundertgenies (Entendiendo a Ingmar Bergman). A propósito del centenario del nacimiento del cineasta sueco, las distintas miradas sobre el mismo y su obra se suceden. Afortunadamente, Von Trotta consigue sortear el peligro de convertirse ella misma en protagonista del documental y construye un bello recuerdo del director homenajeado. Para lograrlo, emplea imágenes de las películas de Bergman, entrevistas u opiniones de personas cercanas o estudiosos de su legado. La mirada no es absolutamente complaciente, y se resalta en la personalidad del sueco su inmadurez, inestabilidad con las mujeres o la poca dedicación que ofreció a sus propios hijos, numerosos, por cierto. 

Pues poco más destacaríamos de lo visto en esta sección. Por su parte, el jurado, presidido por el portugués Miguel Gomes, por lo visto en los premios otorgados, tiene una sensibilidad distinta, no solo a la nuestra, sino también, en lo oído y leído, del resto de la crítica e incluso del público. La Espiga de Oro, además del premio al Mejor Director y el de Mejor Actor, ha ido a parar, entre pateos, a la película canadiense Gènese, del director Philippe Lesage y protagonizada por Théodore Pellerin. A pesar de que el autor despertó nuestro interés con su anterior filme del 2015, Los demonios (Les Démons), en esta ocasión no lo ha conseguido. Si en el pasado se internó en la infancia, con la obra ahora premiada centra su cámara en la adolescencia y juventud. Y lo hace a través de dos historias paralelas que de vez en cuando confluyen. Un largometraje confuso y pretencioso, al que además se le ha añadido un remate interminable, retrocediendo a edades casi infantiles. Lo que se cuenta no nos ha despertado interés alguno; tampoco por la forma en que se hace. Ni siquiera destacaríamos la actuación de Pellerin, envuelto en una verborrea empalagosa y encerrado por un guion por momentos inexplicable. 

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La Espiga de Plata, ex aequo, ha sido concedida a la ya mencionada película estadounidense The Miseducation of Cameron Post, de la realizadora Desiree Akhavan, y al filme alemán In den Gängen (A la vuelta de la esquina), del director Thomas Stuber. Siguiendo el punto de vista narrativo del protagonista, de Christian, un joven silencioso y tímido, damos demasiadas vueltas por un supermercado, acercándonos a la vida de sus trabajadores. Se divide aleatoriamente en tres partes: Christian, Marion y Bruno. Y resulta un ejercicio demasiado repetitivo, lo que le convierte en un esfuerzo cargante. Una pena, ante unos elementos que hubieran podido configurar otra obra muy digna. El interés que despierta el mundo de unos desfavorecidos, cuyas existencias se desenvuelven en la oscuridad, se va desvaneciendo conforme transcurren los minutos. El cansancio que acumulamos por la insistencia en contarnos lo que ya sabemos, nos aleja de la soledad, la violencia, el desarraigo o los paraísos añorados. 

Por último, tampoco entendemos el premio otorgado como Mejor Actriz a Halldóra Geirharðsdóttir, por la película islandesa Kona fer í stríð (La mujer de la montaña), de Benedikt Erlingsson. La galardonada interpreta a una mujer rondando la cincuentena, empeñada en sabotear las industrias locales de aluminio, en su lucha por el cuidado del medio ambiente. No nos la creemos, en situaciones forzadas a las que se pretende acompañar un falso tono de comedia. Y además, logra aburrirnos, no nos interesa en absoluto e indigna que se intente hacer las gracias, preferentemente, con el extranjero de turno. Por lo demás, de la lucha interior en desarrollar la propia maternidad o seguir volcada en esa batalla inverosímil, casi que no vale la pena ni mencionarla. 

Al menos, el Mejor Nuevo Director ha recaído en el búlgaro Milko Lazarov por Ága, la Mejor dirección de Fotografía a Hideho Urata, por el film de Singapur, A Land Imagined (Una tierra imaginada) del director Siew Hua Yeo y el Mejor Guion a la ya mencionada Den skyldige (The Guilty), del danés Gustav Möller (coautor del mismo junto a Emil Nygaard Albertsen).

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