Críticas

El capitán

El capitán

Der Hauptmann. Robert Schwentke. Alemania, 2017.

Hasta ahora, el director alemán Robert Schwentke no se había distinguido más que por el dudoso mérito de llevar al cine dos entregas de la serie Divergente. Es muy revelador de la forma en que funciona la industria cinematográfica el que la misma persona sea el autor de una película como El capitán (Der Hauptmann, 2017). Mientras que Michael Phillips, crítico del Chicago Tribune, pudo calificar con toda razón la primera película de la serie Divergente como “(…) mansa, predecible y muy poco  arriesgada en todos los sentidos (…)” El capitán me parece indómita, impredecible y radical en lo que plantea y en cómo lo plantea. Narra la peripecia real del soldado Willy Paul Herold, quien desertó de la Wehrmacht cuando ya estaba próxima la derrota del ejército alemán. Tras asumir la identidad de un capitán al que encontró muerto, reunió a un grupo de desertores con quienes formó una banda que se dedicó al pillaje y que llegó a tomar el control de Aschendorfermoor, un campo de castigo para soldados alemanes; allí Herold y su grupo cometieron terribles atrocidades contra sus propios compañeros de armas: lobos matando lobos para devorar la carne de otros lobos. La soltura de Schwentke para transitar por escenarios físicos y emocionales muy diferentes es sorprendente. Desde la inicial simpatía por el soldado que deserta de una máquina de guerra en descomposición y se convierte en un paria que vaga por los campos robando comida, pasando por la picaresca esperpéntica de la supervivencia, hasta llegar al horror.

El guion, del propio Schwentke, elige centrarse en esa etapa atroz, la del tiempo que mantuvo Herold su falsa identidad. No nos habla de su extraño final, que daría para otra película: habiendo escapado de la justicia y tras intentar volver a una vida normal fue detenido por robar una rebanada de pan, reconocido por testigos de sus crímenes de guerra y condenado a muerte; fue ejecutado por verdugos nazis reconvertidos en parte de la maquinaria de justicia de los aliados. No, la historia que se nos cuenta, como todas las historias, es una elección; no es la del Herold real, sino la de uno de los personajes que él fue durante una de las vidas de su corta vida (tenía 21 años cuando murió). La impostura de alguien salido de la nada que convence a gente sin escrúpulos -y también a gente con algunos escrúpulos y mucho miedo- de que sus mentiras son la solución a sus problemas. Es decir, una metáfora del nazismo, armada con sus propios mimbres, como una maqueta en la que contemplar a pequeña escala todo lo que lo hizo posible: una maquinaria bélica y política, sí, pero también mucha “gente pequeña” que miró hacia otro lado o que compartió las actitudes que alimentaron al régimen o, sin compartirlas, se benefició de él. Se une así al doloroso debate de la sociedad alemana sobre su participación necesaria en los horrores del nazismo. Una culpa colectiva, suavizada en parte por la demonización de los oficiales nazis o de instituciones siniestras como las SS, que permitió mantener el mito de una Wehrmacht “honorable”, hasta que iniciativas como la de las exposiciones Wehrmachtsausstellung empezaron a desmontarlo. Son impresionantes las escenas en las que Herold, en las oficinas del campo, discute con los oficiales su propuesta para resolver sus problemas de hacinamiento y en las que vemos en acción toda una filosofía de la burocracia como dejación de la responsabilidad personal y ante la que las nociones morales no son siquiera relevantes. “Después de la guerra, a los alemanes se les dijo durante décadas que no habían sido malos, porque no habían sido ideológicamente nazis, no habían pertenecido al Partido Nacionalsocialista o a las SS. Pero hace tiempo que sabemos la verdad: la mayoría de la gente nace con la capacidad para ser injusta o cruel” (1).

La película obtuvo el premio a la Mejor Fotografía en San Sebastián 2017 y debe mucho de su magnetismo al trabajo de Florian Ballhaus, director de fotografía curtido en televisión -artífice de muchos capítulos de Sexo en Nueva York– y que ya trabajó con Schwentke en Divergente. Que yo sepa, nunca había abordado algo tan interesante como lo que se propone aquí, un blanco y negro de matices expresionistas, una obra oscura por los terrenos en los que se adentra y luminosa por su voluntad de revelar.

La peripecia del joven Willy Herold, tal como la narra Schwentke, nos remite a El corazón de las tinieblas (o a Apocalypse Now, F.F. Coppola, 1979) en su descripción del horror como ritual festivo y también a Goya en su retrato de los monstruos que habitan en todos nosotros cuando el sueño de la razón los libera. Una obra sorprendente e inclasificable -a pesar de su engañosa adscripción al género bélico- que hará que estemos muy atentos la próxima vez que Robert Schwentke, tras seguir ganando dinero con alguna franquicia en Hollywood, vuelva a rodar en Europa, donde parece que habita su otro yo.

(1) https://www.filmgalerie451.de/en/filme/der-hauptmann/

 

Tráiler:

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Ficha técnica:

El capitán (Der Hauptmann),  Alemania, 2017.

Dirección: Robert Schwentke
Duración: 118 minutos
Guion: Robert Schwentke
Producción: Coproducción Alemania-Francia-Polonia; Filmgalerie 451 / Alfama Films / Opus Film
Fotografía: Florian Ballhaus
Música: Martin Todsharow
Reparto: Max Hubacher, Milan Peschel, Frederick Lau, Bernd Hölscher

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