Críticas

¿Por qué?

Playground

Plac zabaw. Bartosz M. Kowalski. Polonia, 2016.

PlaygroundCartelEstamos ante el primer largometraje del director polaco Bartosz M. Kowalski. Playground  se presentó en el Festival de San Sebastián del año 2016, en la Sección Oficial y su estreno en salas comerciales (el plural es un decir) se ha producido en España, en el mes de mayo de 2018. ¿Por qué tanta demora? Si quieren, empezaremos por la reacción del público en el momento de la presentación del filme, en el certamen vasco. Pues bien, buena parte de los espectadores abandonaron la proyección antes de su final, ante la crudeza de las imágenes que se iban sucediendo. Y el equipo de la película, incluido el director, presente en la sala, fue abucheado a la salida con bastante virulencia por parte de los allí reunidos, mientras otros tantos lo aclamaban con entusiasmo. Fue el escándalo del Festival aquel año, y ya dudábamos seriamente de que alguien se atreviera a estrenar el largometraje comercialmente. 

Comenzaremos diciendo, para que no haya lugar a ninguna duda y todo se achaque a una imaginación maligna y depravada de los responsables de la película, que lo que se narra en la obra está basado en hechos reales, “reales” de los de verdad, ocurridos en la década de los noventa del siglo pasado en Liverpool. Bartosz M. Kowalski, impactado por aquellos acontecimientos, indagó sobre sus causas, consultó a expertos y se documentó sobre la frecuencia de hechos similares. A partir de ello, junto con Stanislaw Warwas, elaboró un guion que relata el último día de colegio en una ciudad polaca, de unos niños y niñas de 12 años. Asistimos, tomando como protagonistas a tres de los estudiantes del centro, a los preparativos, desarrollo, circunstancias adyacentes y desenlace final de la jornada. Mientras un chico no soporta a su hermano pequeño que siempre está llorando, otro “cuida” de su padre inválido y una adolescente persigue al joven del que está enamorada. Entretanto sobrevienen tales eventos, la trama va avanzando lentamente. Poco a poco, nos vamos extrañando, empezamos a recelar de lo que estamos observando y casi sin que parezca que pase nada, el director nos introduce en los peores desatinos de la condición humana.

El autor polaco, de manera muy inteligente, adopta desde el primer instante un falso tono documental y una mirada fría y distante, a través de una cámara que prescinde de cualquier juego floral (dejamos aparte las plantas, cuya entrega a los profesores, al parecer, es costumbre en Polonia al finalizar el colegio). Para acercarse a la maldad innata, el director recurre a la cotidianidad, a la narración de vidas ordinarias. Y para la credibilidad del filme, prescinde de movimientos de cámara superfluos o de luces que se alejen de la naturalidad, además de no abusar del diálogo, que permanece en la obra con la mínima ornamentación. 

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En realidad, nos movemos en la escuela de Michael Haneke, una autopsia que disecciona el horror, pero que deja libertad al espectador para que saque sus propias conclusiones sobre las causas de lo que observa. Ahora bien, si el austriaco consigue la turbación, con preferencia, recurriendo al fuera de campo pero sin renunciar al sonido en tiempo real, el director polaco se apoya en la elección de colocar su cámara en forma muy elegante y, prudentemente, se aleja de aquellos acontecimientos deleznables, gratuitos y bárbaros. Resulta evidente enlazar y comparar la escena final de Kowalski con momentos de filmes de Haneke, como podrían ser las más terroríficas de Funny Games (1997). 

La maldad infantil es un tema pringoso, sucio, repelente, incluso insufrible para mentes y moralidades a las que no les importa que todos los días se ahoguen en el Mediterráneo demasiados niños,  porque no les permitimos el acceso a nuestro mundo enloquecido de excesos. No les dejamos un hueco en el universo que hemos creado, engrandecido con riquezas innecesarias. No importa la vida y la muerte de aquellos críos que no cruzan precisamente los mares para tomarse unas vacaciones. Mientras no aparezcan sus cadáveres en las playas por las que retozamos tomando el sol, todo va bien. Y que nadie intente enseñarle a los acomodados lo que no quieren ver, aunque saben que existe, y menos en una sala de cine a la que han acudido para pasar un rato agradable. 

Volviendo a la violencia infantil gratuita, la excelente Playground (no inocentemente, su traducción sería “patio de colegio”) también nos retrotrae a la película del inolvidable realizador de cine y televisión, Narciso Ibáñez Serrador, con su terrorífico thriller del año 1976, ¿Quién puede matar a un niño? Esa isla distópica, en la que los críos, de forma misteriosa, se rebelan con pavorosa agresividad contra los adultos. 

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La sorpresa es mayúscula, cuando escena a escena, vamos descubriendo qué es realmente lo que estamos viendo y nos percatamos de lo que de verdad le preocupa al realizador. No se puede esconder u ocultar ni pretender olvidar lo que no nos agrada, nos resulta detestable, no entendemos y probablemente nos despreocupe que siga sucediendo. La censura no es una opción. Bartosz M. Kowalski, lo que en realidad muestra, no es la violencia, sino su irracionalidad. No se asiste a pornografía infantil gratuita ni a instintos de muestras sádicas. El mundo, su patología, por muy inexplicable que sea, hay que enseñarlo y jamás dejar de buscar razones y soluciones a lo que no se entiende. Probablemente, lo que más haya molestado a algún espectador es la falta de interés del autor por acudir a despistes e intentar engatusar al público, dando pistas falsas sobre las razones de lo que están visionando. Por ejemplo, síntomas de falta de educación, familias rotas, desequilibrios mentales o genética indeseada. No intenten buscar escondites en el filme que nos lleven a alguno de esos asuntos, porque se perderán en otra película. Desde el inicio, hay que meterse en la misma y dejarse guiar por el sinsentido, hasta que terminen paralizados como aquellos peatones que ralentizan sus movimientos y son incapaces de reaccionar ante el paso de los críos. Símbolo evidente de la pasividad de una sociedad drogada con el mensaje global que se está terminando por imponer, encaminado a mantener al personal distraído en ocupaciones y entretenimientos banales y absurdos. 

Celebramos la audacia y valentía de Bartosz M. Kowalski por abordar los acontecimientos que se encierran en esta obra con transparencia y sin trucos complacientes para muchos. Y también nos asombramos y aplaudimos por la gallardía que alcanza en esos terribles momentos finales, cuando hubiera sido lo más ordinario y apocado cortar de plano minutos antes, y con ello, alejarse de tiempos y sucesos reales. La lejanía del objetivo por el que vemos lo que no queremos destaca como recurso abrumador. Y también necesario para mostrar una brutalidad que no debe esconderse. Por desgracia, no estamos hablando de ficción. Si la inmoralidad y la depravación existe en nuestra sociedad, ¿por qué debemos ocultarla?

 

Tráiler:

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Ficha técnica:

Playground (Plac zabaw),  Polonia, 2016.

Dirección: Bartosz M. Kowalski
Duración: 82 minutos
Guion: Bartosz M. Kowalski, Stanislaw Warwas
Producción: Film It
Fotografía: Mateusz Skalski
Música: Kristian Eidnes Andersen
Reparto: Michalina Swistun, Nicolas Przygoda, Przemyslaw Balinski, Patryk Swiderski, Pawel Brandys, Anita Jancia, Pawel Karolak, Malgorzata Olczyk, Mikolaj Zamorski, Karolina Czajka, Bartlomiej Milczarek, Marta Grabysz, Joanna Kurek

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