Guiones 

Edward Ford

Ofuscados por una forma ingente de las diferentes partes que llegan a componer la historia del cine, los que estudian este arte desde un punto de vista cronológico saben que, como en (¿casi?) toda creaciones de la imaginación humana, llega un momento de completa ruptura interna a través de la cual, silenciosamente, nacen y brotan no solo los géneros, sino, cosa quizás más interesante, los subgéneros, hijos, estos, de una reverberación y de una ramificación casi espontánea. Sin embargo, dentro de esta anarquía se vislumbra el acto de catalogar (así extremadamente humano) en serie A, serie B y, en la mar de lo pésimo, serie Z. El amante de los filmes, más allá del simple acto de analizar concreta y neutralmente las obras, es también quien se separa de lo que se supone ser algo normal, y se sumerge en la búsqueda casi violenta de unas sensaciones intelectuales como pueden ser la voluntad de concentrarse solo sobre un determinado tipo de productos. Se va más allá del nivel del aficionado, sin entrar en contacto con el oficio del crítico (paso, este, que tomaron los franceses de la ola), y se llega a lo que se define como absurdo y molesto elemento de fijación malsana.

El personaje epónimo de esta obra de Lem Dobbs, llamada a veces (y, a lo mejor, justamente) el mejor guion que nunca ha sido llevado a la pantalla, se caracteriza por esta voluntad de querer formar parte de un mundo por el cual se deja fascinar hasta lo más absurdo. Amante de películas de baja calidad, logra encontrar en ellas algo que le permite abrirse ante un mundo, el del cine, del cual quiere ser un humilde actor. Frustración, obviamente, es la palabra que mejor se acerca a una descripción de este deseo, ya que, no tanto por falta de oportunidades, Edward Ford es un mal actor, pésimo, quizás, en cuanto forma humana (en carne y huesos) de la reproducción especular de aquellos filmes tan amados por él. Su incapacidad de llegar a ser un simple extra, uno de aquellos actores que solo se utilizan para una o dos líneas, lo convierte en un perdedor con el cual, desde cierto punto de vista, nos sentimos en conexión.

Efectivamente, el guion permite diferentes tipos de lecturas, desde las más realistas y pesimistas, hasta las más livianas e irónicas. ¿Quién es, entonces, Edward Ford? Lo que él representa sería, de hecho, la clave para mejor entender la obra, una clave que, como muchas veces sucede en las narraciones más inteligentes, poco espacio deja a un análisis claro. Esta imposibilidad de darle forma final al guion se inserta por ende en un discurso más grande, que es el del recuerdo de los tiempos pasados (los tiempos que fueron, los de aquellas películas que “hoy en día ya no se hacen”) y de cómo, de hecho, la interpretación de los eventos puede variar según nuestra manera de describirlos. Esta falta de una forma completa demuestra así cierta complejidad de las páginas y, en el simple acto de leerlas, se nos abre el juego de los cambios de perspectivas: no es algo casual, este amorfismo, sino un acto requerido, capaz, obviamente, de ayudarnos a cambiar nuestras sensaciones al moverse la acción durante varios años y varios lugares (todos, que quede bien claro, en el microcosmos de Hollywood).

El apego por los filmes de serie Z de Ford, entonces, reproduce en sí un claro ejemplo de visión especular con el público (nosotros), no solo en relación con el simple acto de amar los filmes, sino también, de manera indirecta, con el hecho de ser, Ford, una persona que en su complejidad logra a veces mostrar cierto amor por el prójimo (los viejos actores, los directores desconocidos, los avatares de Ed Wood). El camino por un mundo ya pasado, en el cual el cine se construía según técnicas que ya han sido abandonadas, crea así una serie de discursos sobre el acto mismo de ver películas, sin darnos un juicio final con el cual podernos satisfacer. Narración multidimensional, cerrada en sí misma (demostración, quizás, de que el cine es el ejemplar más grande de este cierre humano que hacemos en tanto raza que se quiere alejar del mundo que la rodea), Edward Ford nos revela también hasta qué punto la gran pantalla se inserta en nuestras vidas, cambiándola biológicamente hasta crear una relación de interdependencia.

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