Críticas

El poder de los fuegos artificiales a la mitad

A Hundred Flowers

Hyakka. Genki Kawamura. Japon, 2022.

hyakka cartelCuando todo se oscurece la luz de las flores presenta un frágil caleidoscopio que evoca los efímeros momentos de una realidad pretérita. Asumiendo que esa realidad solo habita en la mente, el personaje busca incesante la repetición del recuerdo en tiempo presente.

Y así, el hijo de la protagonista encuentra las claves para satisfacer las necesidades de su madre enferma. Las casualidades se despliegan con sutileza, las geishas se atavían con sus magníficos vestidos, el cielo va tomando un color entre azul y ambarino. Ambiente propicio que genera la atmósfera adecuada, consigue paulatinamente que el espectador descubra la sensibilidad de la sutileza, ahondando al tiempo en sus propios recuerdos. ¿Acaso no vivimos muchas veces de remembranzas?

El amor, la familia o los momentos de felicidad son el motor de nuestras vidas. Oriente refleja, en su habitual cotidianidad, un peculiar modo de vivir donde gestos e imágenes dan mucha más información que cualquier palabra. La fuerza de la presencia es suficiente para arrancar el motor de los sueños y, de este modo, la vida se hace un poco más llevadera.

Opera prima dirigida por Genki Kawamura (Japón, 1979) y coescrita junto a Hirase Kentaro (EEUU,1986) explora recuerdos familiares percibidos a través del filtro tamizado por paso del tiempo. Transmite con sensibilidad las vivencias personales de la abuela del director.

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Desde cualquier trabajo de Ozu o Kurosawa en lo formal, hasta títulos como El hijo de la novia (Juan José Campanella, 2001) en lo argumental, muchas son las películas que nos recuerdan estas imágenes. La delgada línea de los recuerdos lo envuelve todo en un mismo paquete. Evocación poética de demencias, reproches y anclajes emocionales. Desbloqueo mental y funcional ante el curioso funcionamiento de nuestra memoria.

Tratar la enfermedad siempre es complejo y todavía más cuando no es visible en modo aparente. Yukiro (Mieko Harada) es elegancia, pero su mirada está lejos del presente. Izumi vive el hoy con calma y nitidez. Las experiencias que originan las memorias se desvanecen como pompas de jabón. El hijo intenta, perseguido por esos recuerdos, alcanzarlos de nuevo y compartirlos con su madre antes de que caigan totalmente en el abismo del olvido. Un ejemplo de amor antes de que todo termine para siempre.

Emocionante y poético, este drama japonés bucea en los insondables huecos de una memoria deteriorada y llena de neblinas. Los juegos de luz nos ayudan a entender y enfrentar una enfermedad degenerativa sin remedio de la mejor manera posible. Confundidos en el espacio tiempo acompañamos a Izumi (Masaki Suda) en su carrera contrarreloj, encontrar un camino de paz hacia la aceptación de la pérdida inminente es su mayor reto vital. Reconciliación y perdón es lo que encuentra tras esa búsqueda, un recuerdo del pasado consigue por fin llegar a ese efímero momento de sosiego y autorredención. A pesar de ello, como apuntó el director en la rueda de prensa de la película, “el sentimiento de culpa no se olvida”.

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Colores y recuerdos componen la paleta de este cuento. Un escritor nunca puede abandonar su estilo. La impronta permanece y fluye en toda la historia. Como embarcados en un bote nos sumergimos en las aguas insondables que transitan a través de las vivencias. Ese maravilloso y a la vez inquietante mundo de los recuerdos guía nuestros pasos y, como un faro que marca el camino, ofrece posibilidades que, desafiando el destino, aluden y reconfortan de manera sin igual. Esa felicidad instantánea, ese momento concreto que completa nuestros anhelos ofrece, como agua al sediento, un nuevo punto de vista a una historia que si bien, en principio, parece carecer de solidez argumental va construyéndose a través de sus partes. La pérdida de memoria va pareja a la recuperación de un pasado olvidado, las piezas del puzle, por fin, consiguen encajar.

Saltos temporales llenos de significado y simbolismo acompañados por la música hacen las delicias de un espectador sensible que se mueve cómodamente en ese laberinto mental de confusión. El poder del color, los olores de las flores y los focos lumínicos van marcando subrepticiamente el desconocido y desconcertante camino.

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Las imágenes son exquisitas. El director de fotografía Keisuke Imamura (Japón, 1988) nos ofrece un inolvidable abanico de posibilidades donde jugando con la luz y el color nos adentra todavía más en esta emocionante historia, dura, sincera y visualmente impactante que quedará en nosotros para siempre. La importancia de los vínculos afectivos se hace mucho más patente, cobrando a cada paso una nueva dimensión.

No es hasta el final cuando lo entendemos todo. Descubrimos entonces la magnitud de una película tranquila, calmada, melancólica y dulce. Recuerdos que afloran de repente salen de esa misteriosa caja que todos llevamos dentro.

Solo en ese efímero momento comprendemos su objetivo poco ambicioso pero densamente profundo. Un nuevo comienzo donde sueños y realidades se confunden para siempre.

Se van recuerdos (思い出は消えた)/sutil melancolía (微妙な憂鬱)/negro y color (黒とカラー).

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Ficha técnica:

A Hundred Flowers (Hyakka),  Japon, 2022.

Dirección: Genki Kawamura
Duración: 104 minutos
Guion: Genki Kawamura, Hirase Kentaro
Fotografía: Keisuke Imamura
Música: Shohei Amimori
Reparto: Masaki Suda, Mieko Harada, Masami Nagasawa, Masatoshi Nagase, Yumi Kawai

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