Reseñas de festivales 

Bellflower

BellflowerEvan Glodell confesaba en una entrevista que la historia que cuenta en su primer largometraje, Bellflower,  está basada en una experiencia sentimental fatal que vivió cuando tenía veinte años. Me gustaría saber a cuál de las partes en que está dividida la película se refería, pero lo cierto es que él mismo ha decidido otorgarse el papel protagonista y revivir el mismo infierno.

Bellflower comienza con el encuentro de Woodrow y Milly en un bar, donde se divierten con unos amigos. Desde ese momento, la conexión que se crea entre ellos es tan romántica que no podría ser más idílica. Hasta aquí podría parecer que Glodell nos va a narrar justo eso, una historia de amor. Pero en realidad, lo que nos quiere dar a entender podría interpretarse como el efecto secundario irremediable de que todo esté en orden. Porque este es el retrato de la desarticulación de lo perfecto, el momento en que algo se tuerce y comienza un proceso de deconstrucción doloroso, hasta quedar en las cenizas. Pero para llegar a este último punto, el cúmulo de despropósitos es tan grande que solo es posible seguir la corriente gracias a que la película despliega alas y despega, alejándose del suelo. Ese momento de exceso y violencia produce una impresión de irrealidad sostenida. Woodrow, en todo este desbarajuste, es acompañado por su inseparable amigo Aiden, con el que comparte fanatismo por Mad Max. Ambos tienen un proyecto en común que por fin podrán utilizar cuando llegue el fin del mundo.

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