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Pesadilla en el establo

La noche del cazador (The Night of the Hunter)

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Llevamos una hora de película. Un par de críos vagan desorientados en una barca. Están solos. No tienen a nadie a quien recurrir. En plena época de la Gran Depresión, en Estados Unidos, huyen despavoridos de un falso predicador perverso, de un reverendo asesino, interpretado por Robert Mitchum.  Es Harry Powell. Un personaje malévolo, repulsivo, testarudo, escalofriante. Un hombre siniestro, que un condenado día se introdujo en la vida de los pequeños a la búsqueda de 10.000 malditos dólares. Los niños, John y Pearl, se dejan arrastrar por la embarcación mientras va cayendo la noche. Los animales del río vigilan atentamente su recorrido: búhos, tortugas, conejos, zorros… Un ambiente denso e hipnótico se apodera de toda la escena.

Los pequeños huyen de Lucifer hambrientos y desarrapados, también atónitos, pero con firmeza. John decide que se detengan a pasar la noche en tierra. Previamente, la cámara del director sigue con sutileza el deslizar del bote, hasta que se estanca. Los niños se apean tras divisar a unas ovejas encerradas en un vallado. Hemos llegado a lo que asemeja un recóndito lugar compuesto por una casa y un cobertizo de formas imposibles. Un decorado expresionista, cuyo juego de claroscuros no hace más que intensificar la sensación de amenaza y angustia. Se detiene la banda sonora y escuchamos el canto de una mujer en el interior de la casa, mientras imaginamos que acuna a un bebé. Nuestros héroes solo consiguen divisar a un pájaro, también enjaulado.

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Ya en el establo, tras dejar tranquilas a las vacas, los chicos se disponen a pasar la noche en el altillo. En ese momento el realizador detiene la cámara, mientras que a través de una gran abertura se divisa el exterior. Los críos duermen ya y la noche va cayendo en tres cortes de luna, cada vez con mayor altitud en su fase creciente. En desazón continua, John se despierta súbitamente y lo que parecía una plácida noche se rompe. Ladran perros y poco a poco, lentamente, desde la izquierda de la pantalla, va apareciendo la figura del diabólico pastor. A caballo, paso a paso, con el inconfundible sombrero negro de ala ancha y tarareando su perenne canto opresivo: “¡Inclinarse!, ¡Inclinarse! Inclinarse sobre el brazo eterno…”. Entre planos, contraplanos y planos generales, Satanás sigue su curso hasta quedar fuera de campo en el margen derecho. ¿Es que no duerme nunca?

Otra vez ese horror que jamás abandona, que sigue a sus presas con calma, pero sin pausa, confiado en su fuerza y perseverancia. Y los aterrados niños, nuevamente a la carrera, en esta ocasión, cómo no, con aguas revueltas, remando, hasta que el cansancio tumba y el azar decide detener la barca en la orilla. La cámara, lentamente, asciende hacia el cielo, muy negro pero repleto de estrellas esperanzadoras. ¿Acechan cambios? Se trata de una escena de unos siete minutos que condensa y culmina todo el dolor y el espanto que han ido soportando los pequeños desde el inicio del filme.  

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El pavor de esos dos niños desamparados, de Pearl y John, nos ha acompañado en nuestras pesadillas más aterradoras; unos chiquillos cuyo único error fue estar situados cerca de la desaparición de un botín. Y las circunstancias truculentas que a partir de entonces les van envolviendo se hacen insoportables, hasta estallar, atrozmente, en esta escena. Sentimos el pánico. El escalofrío nos recorre. Nos sumergimos en un cuento terrorífico cuyos protagonistas son un par de seres indefensos, rodeados de animales con apariencia de mitológicos. La noche termina de cerrarse y por fortuna, llega un nuevo día.

Se trata de la única película que dirigió el actor británico Charles Laughton. Era el año 1955. Fue tal su fracaso comercial que, humillado y derrotado, decidió no tener otras experiencias detrás de la cámara. Actualmente, La noche del cazador es considerado como uno de los grandes clásicos del cine. Por su carácter fascinante. Por su simbolismo. Por su calidad visual. Por su composición pictórica. Por su estética. Por su inventiva. Por sus interpretaciones. Por esa combinación de sueño y realidad. Por su mezcla de oscuridad y belleza. Por erigirse en un filme único y diferente de imposible olvido.

 

 

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