Críticas

El cine era esto

La vida de Pi

Life of Pi. Ang Lee. EUA, 2012.

la-vida-de-pi-cartelOnce nominaciones a los Oscar y el triunfo de cintas tan dispares como son Tigre y dragón (Wo hu cang long, 2000) y Brokeback Mountain (2005), sugieren que Ang Lee hizo algún tipo de pacto con el diablo para tener acceso a la fórmula secreta del éxito cinematográfico —más cuantitativo que cualitativo— cada cierto período de tiempo (las audiencias son impredecibles). Bromas aparte, puede que en realidad sea un tipo más listo de lo que parece. O ni siquiera eso: tan solo un director que sacrifica sus propias inquietudes para entregarse en cuerpo y alma a la consecución de la mayor renta posible con sus trabajos. Esto no implica tanto mirar por las preferencias del público, como aplicar una tendencia segura, apostar a caballo ganador (hablaremos después de ello). Sí, esta última es la definición que más me convence. A mí y creo que a unos cuantos más. A quienes no estén de acuerdo, les invito a leer este análisis de La vida de Pi y quizá se nos una.

4809c50_lifeofpiA este respecto, conviene aclarar qué es lo que separa el cine intencional del puramente subjetivo. La tan polémica cinta vencedora en Sitges, Holy Motors (Leos Carax, 2012), constituye el mejor ejemplo actual de cine autorreferencial. Podrá despertar estas sensaciones o aquellas reflexiones en cada espectador, pero se trata de una película tramposa, por egoísta, hecha —más en su intención que en su hipnótico resultado— por y para el propio director. Es la razón por la que creo que, ante productos así, toda crítica es un ejercicio vano, puesto que el creador es el único autorizado para paladearla al cien por cien. Su poder se encuentra en la experiencia, en que es casi imposible dar con una película que pueda amarse y odiarse al mismo tiempo. Y aquí sucede, como también ocurre con La vida de Pi. Sin embargo, Ang Lee se encomienda al interlocutor, en una clara antonimia del ánimo de Holy Motors. Y, aunque no debiera, esto es algo que le honra.

la-vida-de-piLa memoria es un factor decisivo en la taquilla que hará una película. Somos lo que recordamos. Una potente proyección iconográfica facilita la retentiva de un espectador que nunca olvidará la absorbente relación entre un muchacho indio y un tigre de bengala a bordo de un bote salvavidas. Y es que, de un solo vistazo se advierte que La vida de Pi ha consumido más tiempo y dinero en su posproducción —sobre todo en lo que concierne al portentoso diseño en 3D— que en el rodaje, incluso con un mayor número de efectos digitales (la mayoría dedicados a ese asombroso fresco que dibujan mar y cielo) que de líneas de diálogo.

Resulta contradictorio el abuso de la artificialidad en un relato que se aplica con vehemencia en una oda a la madre naturaleza. Por supuesto, es parte de un show de ilusionismo que juega con las emociones. La magia es su motor: los animales parecen hablar, se pueden desafiar las leyes naturales y adiestrar el salvajismo, las islas demandan sacrificios (como en Lost) y el mar es una cuna que mece a sus náufragos hasta la orilla de la playa más cercana. Puro cine, en resumidas cuentas.

Life_of_Pi¿Qué es lo contradictorio? ¿Cuál es la esencia del cine, si no es el engaño? La trampa se conoce y se advierte, pero uno se deja engañar gustosamente. Esa es la convención, la norma no escrita por la que se rige el proceso comunicativo de un medio que amamos. Y el director taiwanés ha aprendido a elevarla a la enésima potencia. Porque el siguiente número del show lo perpetra el Ang Lee predicador. Las tan manidas historias de superación son minucias en comparación con el efecto devastador de la fe. Mueve montañas dicen. A este respecto, cabe apuntar que esa tópica condensación de una cultura —con la obligatoria postal turística— en la figura de un joven que muta la fe en esperanza, hace inevitable la comparación con Slumdog Millionaire (Danny Boyle y Loveleen Tanda, 2008).

El magnetismo intrínseco de la anécdota como punto de partida desarma al espectador que, cuando se quiere dar cuenta ya está atrapado en la red de una trama absurda, un espectáculo disparatado, que incluso aparenta apelar en texturas y grafías al cartoon clásico, que invita a creer. Pero no solo trabaja vendiendo religiones por catálogo al ateo o buscando la confirmación del agnóstico (la premisa siempre consiste en abrir el abanico del target), el quid de la cuestión viene servido por el estímulo común (no me pregunten cuál) a todo bicho viviente que consigue hacerle pensar en la plausibilidad de una historia sin pies ni cabeza. De nuevo, La vida de Pi funciona como un producto antónimo, esta vez referido a Lo imposible (Juan Antonio Bayona, 2012). Ni con toda la angustia de la catástrofe, ni con toda la ñoñería del mundo, Bayona logró que su público terminara de creerse una historia (y ahora viene lo bueno) basada en hechos reales. Si Ang Lee no se parte de risa es por respeto.

life-of-pi-screenshot-11A colación de la dicotomía realidad/ficción, el auténtico mérito que se deduce de las técnicas ilícitas de La vida de Pi es la gran planificación secuencial que permite sostener la tensión, cuando más de la mitad de la película trascurre con la interacción eminentemente física de dos únicos personajes en mitad del océano. De la condición de esta virtud deriva otra menor, la haber logrado todo lo que aquí se ha dicho prescindiendo del más recurrente y casi forzoso gancho del cine posmoderno: una trama romántica consistente. El exclusivo propósito consistía en dar rienda suelta a la espiritualidad de una fábula a caballo entre El libro de la selva y Relato de un náufrago. Y tanto. Kipling no, pero García Márquez aún puede tener remordimientos por haber inspirado a Yann Martel.

Tráiler:

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Ficha técnica:

La vida de Pi (Life of Pi),  EUA, 2012.

Dirección: Ang Lee
Guion: David Magee (Novela: Yann Martel)
Fotografía: Claudio Miranda
Música: Mychael Danna
Reparto: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Rafe Spall, Tabu, Adril Hussain, Shravanthi Sainath, Ayush Tandon, Vibish Sivakumar, Gérard Depardieu

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