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La triste canción de los hijos de la noche

Inmortales y sedientos de sangre. Fascinantes y aterradores, atrapados en la no vida, moviéndose entre las sombras, al acecho de su siguiente víctima. Los vampiros, quizá el monstruo por antonomasia, el espejo turbio en el que reflejamos los males que se ciernen sobre la humanidad. El cine está plagado de estos seres, algunos con nombre propio, rodeados de esa aura malsana entre lo erótico y lo repulsivo. Os propongo, queridos lectores, un viaje hacia la noche, para conocer alguno de los títulos indispensables, protagonizados por los hijos de la noche, entonando su triste canción.

El vampiro es motivo de leyendas a lo largo de la geografía universal, con variaciones fascinantes sobre el mismo tema. Pero si tenemos que situar el origen moderno de la criatura, tal y como la conocemos, viajamos en el tiempo hasta 1816. En la Villa Diodati, en Suiza, un grupo de amigos afrontan el que pasó a la historia como el año sin verano. La erupción de un volcán en Indonesia produce una bajada global de las temperaturas y el calor es sustituido por constantes tormentas. Sin apenas poder salir de la casa, estos conocidos, capitaneados por Lord Byron, proponen, a modo de jueg,o crear las historias más terroríficas posibles. Esa es la noche en la que nació Frankenstein, desde la imaginación de Mary Shelley.

Nosferatu

La criatura del enfebrecido doctor eclipsa a todas las criaturas nacidas entre los truenos y relámpagos de aquella jornada nocturna. Pero hoy nos atañe otro de los cuentos macabros de la noche, el monstruo surgido de la pluma de John William Polidori, que acabaría conformando una de las novelas góticas por excelencia, El Vampiro, predecesora de la mucho más famosa Drácula.

Por cierto, que esta aventura literaria también ha sido llevada a la pantalla, en Remando al viento(Gonzalo Suárez, 1987) y Gothic (Ken Russell), dos películas tan notables como distantes en espíritu y forma.

Sería Drácula, la novela de Bram Stoker, la que incrustaría de manera definitiva al vampiro en el imaginario popular. El exótico y maléfico conde conforma el canon sobre el que se construyó la imaginería del nosferatu, el no muerto que vaga entre los mortales para alimentarse de su sangre, fuente de toda vida. Entre otras cosas, la novela era metáfora de las enfermedades venéreas que campaban entre la población en aquellos tiempos, encarnadas en el hipnótico y fascinante aristócrata de los Cárpatos.

Entonces llegó el cine. Maravilloso, tan hipnótico y fascinante como el propio vampiro. Las grandes historias ahora eran imágenes, movimiento, luz, la vida sobre el blanco de la pantalla. El vampiro pedía su dosis de gloria, y la leyenda abría las puertas de la imaginación, de las posibilidades reales de un arte a la búsqueda de lenguaje propio. El horror regala al cine uno de sus primeros clásicos inmortales, Nosferatu (Friedrich Wilhelm Murnau, 1931), hermoso juego de luces y sombras, en las que Murnau da rienda suelta al virtuosismo artesano marca de esta sinfonía sobre la vida y la muerte. Película que estuvo a punto de desaparecer tras un litigio con la familia de Stoker, que acusó a Murnau de plagio, con resultado de una condena que obligaba a destruir todas las copias de la obra. Por suerte, esta obra maestra se ha salvado para la posteridad y podemos disfrutar de esta joya con la que nunca podrá el paso del tiempo.

Tan sobrecogedor resulta el trabajo de Murnau que, como toda buena obra maestra, inspiró a otros cineastas. En 1979, el inclasificable Werner Herzog realizó un personal remake/homenaje a la película de Murnau. Notables cambios en el fondo y la personal visión del cine del peculiar director alemán dejan para el recuerdo una obra distinta a la original, pero perpetrada desde el más absoluto respeto al trabajo de Murnau. La presencia de Klaus Kinski, enemigo íntimo de Herzog, y de la deslumbrante Isabelle Adjani aportan brillo a esta película.

Bela Lugosi

No solo Herzog se rendía ante el poder evocador del Nosferatu original. Otro director atrevido y original (por lo menos, en sus comienzos) se acercó a la leyenda. La sombra del Vampiro (E. Elias Merhige) proponía el curioso juego de cine dentro del cine sobre el rodaje de la película de Murnau. La fantasía de un vampiro real, encarnando al vampiro ficticio en la pantalla, a cuenta de la asombrosa caracterización de Max Schreck, en 1931, como el conde Orlok, conduce al espectador a la reflexión acerca del poder del cine, de la imagen, de la obra para vampirizar a sus creadores.

Drácula sería clave entre los monstruos de la Universal, algo más que simples películas de terror. El expresionismo alemán, llegaba a Hollywood en forma de cine negro, de horror gótico, de sombrío espectáculo que cambiaba las formas del blanco y negro. Grababa a fuego en nuestra cultura popular mitos como Bela Lugosi, la sonrisa enloquecida e histriónica llegada del viejo continente. El personaje vampirizó al ser humano tras la capa, la triste historia de morir de éxito.

El tiempo no acaba con el mito, y la Hammer recoge el testigo. Más colorido y descarado, Christopher Lee toma el relevo de la leyenda, y también acaba consumido por el poder carismático del conde rumano. Hasta tres películas con productoras diferentes llegó a rodar en un año, enseñando los colmillos, en filmes donde su presencia era casi anecdótica y no pasaba del mero reclamo. El agotamiento casi acaba con la carrera de Lee, que, por suerte, supo reinventarse con el tiempo.

Pero el vampiro es algo más que un conde llegado de lejanos parajes montañosos. Es una suerte de metáfora de los males de la sociedad, sea el tiempo que fuere. Es el delirio, el mal sueño que surge de nuestros sueños de inmortalidad, de eterna juventud, y del precio que se paga por conseguir lo que deseamos. Los mortales, convertidos en caprichos de seres por encima del bien y del mal, es lo que vimos en El ansia (1983), vaporosa demostración de estilo por parte del malogrado Tony Scott. La imposible pareja formada por Catherine Denueve y David Bowie eran el centro de atención de esta historia entre el videoclip y el terror gótico, trasladado a la exuberante alta sociedad urbana. Muy lejos de los palacios mohosos y decadentes, el vampiro se acomodaba en los apartamentos de lujo. No faltaba atrevimiento en este filme, que sigue resultando bastante sugerente a pesar de los años.

Frank Langela

En 1995, el siempre al límite Abel Ferrara construía su propia historia de vampiros, también a modo de pesadilla urbana, en esta ocasión centrada en los círculos intelectuales. The Addiction (1995) proponía un viaje a los infiernos que hace honor a su título, en el que se reflexiona acerca de los histerismos propios de finales del siglo XX. Lily Taylor visitaba los lugares más oscuros de su alma guiada por Christopher Walken, suerte de vampiro cicerone, guía de la protagonista en el descenso al abismo.

No se puede negar el poder erótico de la bestia. La fascinación por lo prohibido sirve de punto de partida a decenas de películas que aprovechan este lado lascivo del mito para sacar partido a la carnalidad del abrazo del vampiro. En este sentido, cabe destacar Las Vampiras (1974), obra del director de culto Jesús Franco. El irregular creador se salva por los pelos de la etiqueta de simple sexplotación, gracias a la alucinógena esencia que imprime en la película. La sugerente presencia de Soledad Miranda, como la lujuriosa vampiresa que protagoniza la cinta, salva del todo los muebles de esta película extraña y delirante, marca de la casa de su director, en la que se adapta muy libremente otro de los clásicos literarios del género, Carmilla, de Sheridan Le Fanu.

Por otro lado, por encima del erotismo, el vampiro ha quedado en los últimos tiempos relegado a mito romántico, en otro de esos giros inesperados de la posmodernidad. En Drácula (John Badham, 1979), interpretada por el elegante y casi felino Frank Langella, se explotaba por primera vez y de forma evidente la figura del conde rumano como galán de ultratumba. No hablamos del monstruo alejado de la humanidad y de rasgos monstruosos de antaño. Refinado, encantador y seductor, la protagonista femenina se entrega por decisión propia al no muerto. Esta película, injustamente olvidada, es el precedente claro de la fastuosa versión del mito perpetrada por Coppola, que bebe en no pocas ocasiones incluso de la puesta en escena de una película que merece atención.

Poeta del cine, Neil Jordan llevaba a la pantalla Entrevista con el vampiro (1994), fábula existencialista y de corte romántico, que narraba la experiencia de un no muerto que se resiste a abandonar su humanidad. Maravillosa puesta en escena y la extraordinaria visión de Jordan tras la cámara constituían la esencia de este clásico moderno del género vampírico, que, por otra parte, alimentaba el atractivo de estos seres, representados como reflejo de la humanidad, tan torturados como amorales. Jordan volvería al mundo de los vampiros con otra pequeña maravilla, Byzantium (2012). En clave femenina, con el estilo preciosista y calmado habitual en el director irlandés, la película cuenta con la presencia de Saoirse Ronan, en boca de todos por Lady Bird (Greta Gerwig, 2017).

El camino nos conduce al exceso, y en los últimos tiempos hemos visto a los vampiros transformados en gasolina para ardores adolescentes, en reaccionarios espectáculos de amoríos de instituto, en la saga Crepúsculo, o revisiones edulcoradas e irritantes de la leyenda como Drácula, la leyenda jamás contada (Gary Shore, 2014), que parecen poner punto y final, por pura hartura, a la presencia vampírica en la pantalla, por lo menos por un tiempo.

Nos dejamos mucho por el camino. Y es que el tema da para tesis. Las aventuras veraniegas deJóvenes ocultos (Lost Boys, Joel Schumacher, 1987), por ejemplo, y esos vampiros entre el macarra de videoclip de heavy metal y el clásico chupasangre. O las variaciones demenciales del mito de Drácula, que pasan incluso por una película dedicada a su perro (Zoltan, hound of Dracula, Alber Band, 1978). Eso, por no hablar de variaciones curiosas sobre la naturaleza del vampiro, como la sobresaliente Cronos (1993), película que descubría al gran público al hoy laureado director mexicano Guillermo Del Toro. Hay mucho donde buscar entre la arena del tiempo, bajo la melodía triste de los hijos de la noche. Pero, estoy seguro, volveremos a encontrarnos en estas páginas, sobre la fascinación inmortal que ejercen los no muertos entre los fans del horror.

 

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