Críticas

La aristocracia y sus ocupaciones

La casa de verano

Les Estivants. Valeria Bruni Tedeschi. Francia, 2018.

LacasadeveranoCartelLa artista italiana Valeria Bruni Tedeschi comenzó su carrera en el cine como actriz y, fundamentalmente, es conocida por esa faceta. Se trata de una trayectoria que se inició en la década de los 90 del siglo pasado. Precisamente, no hace muchos años que  tuvimos ocasión de disfrutar con su interpretación de Beatrice, en la deliciosa película de Paolo Virzì, Locas de alegría (La Pazza gioia, 2016). Fue en 2003 cuando se estrenó como profesional tras una cámara con el filme Es más fácil para un camello… (Il est plus facile pour un chameau…). Con su último largometraje, La casa de verano, da la impresión de que la directora italiana pretende que funcione como catarsis, como efecto liberador y purificador de experiencias vitales sufridas en su propia persona y en su familia. De manera espontánea y con gran naturalidad, se van expulsando emociones, provocando compasiones y recreando dramas. Pero no se engañen. A Valeria Bruni no le importa reírse de ella misma y de su familia, además de llorar conjuntamente y de paso, exorcizar fantasmas del pasado y del presente. En cualquier caso, aunque con menor intensidad, la autoficción es marca de la casa y ha estado presente, en mayor o menor medida, en todos sus largometrajes. 

La puesta en escena de esta obra se esboza en tres actos y un epílogo. Su protagonista es Anna (Valeria Bruni Tedeschi), una mujer que está a punto de iniciar las vacaciones estivales. Cargada con su maleta y con su pareja, y reunida con un asesor, se dispone para despedirse por unas semanas de su ciudad de residencia, de París, para partir, como todos los veranos, a una mansión familiar situada en la Costa Azul.  Allí le esperan su hija, su madre, su hermana, su cuñado, el servicio, además de un variopinto grupo de personajes. Pero previamente, debe reunirse con un comité, al objeto de obtener financiación para su próxima película. Un proyecto que, como La casa de verano, es de carácter semiautobiográfico, y en el que no tendrá reparo alguno en exhibir la excentricidad de los suyos, sin obviar aficiones, demonios y, por supuesto, un “orgullo” de clase. Cine dentro del cine, un aspecto que no se olvida hasta la última escena, persiguiendo la niebla a la manera de Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939),  obra inmortal codirigida por Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, esa película que algunos integristas pretender borrar de la historia cinematográfica, como si de esa forma pudieran deshacer las monstruosidades humanas cometidas a lo largo de los siglos. Escondemos y olvidamos. Así de fácil. 

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Valeria Bruni Tedeschi acierta en el tono, en el fondo y en la forma, con un guion que parece abierto y expuesto a cualquier salida de tono. Además de realizadora, la autora ya hemos dicho que protagoniza el filme. Y el histerismo o histrionismo del que ha dejado huella en las obras en las que dirige y/o actúa vuelve a hacer su aparición en esta ocasión. La casa de verano arranca con una separación, con un divorcio inesperado y, cómo no, traumático. Una ruptura inaceptable para Anna, por el momento. No en vano, el filme se inicia con una cita que incide en que una de las experiencias más complejas que puede atravesar una mujer o un hombre es el proceso de separación conyugal. Sobre todo si económicamente se tienen bien cubiertas las espaldas. 

Y en esa masía de sueños y pesadillas situada en la Riviera Francesa se reúnen todos los años la matriarca, hermanos y/o hermanas, parejas del momento y ayudantes de calado diverso. Entre estos últimos, asistentes personales cuya función es incierta o no está del todo definida, o ayudantes para ultimar el guion de la película (desde luego, no le habría venido nada mal al filme contar con la colaboración de un gran coguionista); también cuidadoras de parientes impedidas y posibles actores futuros del filme de Anna, que vienen y van. Una fauna variopinta, una composición diversa y florida, en la que ya se observa, desde el inicio, tres estamentos diferentes: el tremendamente acomodado, el que les asiste en la cercanía con contraprestaciones razonables y en último lugar, en el escalón inferior, la servidumbre, un proletariado ignorado y despreciado. 

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Merece capítulo aparte la actitud de esos sirvientes y el trato que reciben de sus patronos. En cuanto a los primeros, aparecen como seres apáticos, atentos pero escurridizos, aposentados y reivindicativos. Son humanos que llevan años empleados para unos señores que ni les miran. ¿Quizás recuerdan sus nombres por pura casualidad? En una palabra, son invisibles para los que los contratan con la finalidad de que no tengan preocupación alguna por nimiedades en sus ocios veraniegos. La mesa está puesta, la ropa lavada, el polvo retirado y la piscina transparente. Incluso se mantienen alejados a los jabalíes de la contornada y si es necesario, se les abate. A las señoras y señores no les interesa en absoluto los sentimientos, inquietudes o sufrimientos de sus trabajadores. La alcurnia va a lo suyo, lo demás solo molesta y únicamente se soporta como mal necesario. 

Nos encontramos ante una obra atrayente, que se convierte en el retrato de una casta, ya pensábamos que en decadencia. En esta ocasión, una familia de seudoartistas que bailan, tocan el piano, cantan y se disfrazan. También tiran cenizas y se remojan en su piscina o en un mar de acceso exclusivo. Valeria Bruni Tedeschi, para acercarnos a tales majestuosidades, se vale de unas localizaciones espectaculares que consiguen apabullar con el empleo de gran apertura focal. Y lo acompaña con una fotografía de colores saturados en los que los azules del entorno y del vestuario sobresalen, para perfilar unos exteriores fulgurantes. Y todo, escoltado con un toque felliniano que también se hace presente en la banda sonora. 

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El filme cuenta con escenas, que si bien a algunos pueden parecerles demasiado exageradas y excesivas, personalmente nos han parecido, cuanto menos, singulares. Entre ellas, la despedida del tren, esa elección a favor de una fémina en ropa interior frente a las excelencias de una mansión en la Costa Azul, esa marcha que es observada por el interesado con pasividad, mirada atónitamente por pasajeros, experimentada de forma enfebrecida por la protagonista, y sufrida literalmente en carne y huesos por el jefe de estación. Y también debemos destacar diálogos muy ocurrentes, como aquellos que Anna sostiene con su hija, a cuenta de la existencia de dios o de la amante del padre.

La película va discurriendo entre la ligereza y la profundidad, desde la tragedia a la comedia. Sentimientos de pérdidas temporales o definitivas van combinándose con miserias de clases sociales o entretenimientos de un linaje excéntrico y decadente. Ya hemos dicho que no es la primera vez que Bruni Tedeschi ahonda en su propia existencia de manera irónica y nada autocomplaciente, pero esta vez, la ausencia de miramientos no se detiene en ella misma. Para el disfrute del filme, de ese recorrido entre aristocracia y servicio, es necesario olvidarse de mayores etiquetajes y dejarse arrastrar de escena en escena, sin ahondar demasiado en motivaciones. Y por supuesto, rogaríamos, a ser posible, evitar comparaciones con La regla del juego (La Règle du jeu, 1939), de Jean Renoir.  Probablemente, La casa de verano de Valeria Bruni sea hasta excesivamente autobiográfica para soportar demasiadas exigencias. 

 

Tráiler:

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Ficha técnica:

La casa de verano (Les Estivants),  Francia, 2018.

Dirección: Valeria Bruni Tedeschi
Duración: 125 minutos
Guion: Valeria Bruni Tedeschi, Caroline Deruas-Garrel, Noémie Lvovsky, Agnès de Sacy
Producción: Coproducción Francia-Italia; Ad Vitam Production / BiBi Film / Canal+
Fotografía: Jeanne Lapoirie
Música: Paolo Buonvino
Reparto: Valeria Bruni Tedeschi, Pierre Arditi, Valeria Golino, Noémie Lvovsky, Yolande Moreau, Laurent Stocker, Riccardo Scamarcio, Bruno Raffaelli, Marysa Borini, Oumy Bruni Garrel, Stefano Cassetti, Guilaine Londez, Anthony Ursin, Brandon Lavieville, François Négret, Vincent Pérez

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