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Onetti – Brechner. Sin escrúpulos

No le importó. A Álvaro Brechner no le importó que el autor elegido para su ópera prima fuera Juan Carlos Onetti, el escritor uruguayo reconocido por sus personajes oscuros, sin futuro ni esperanza.

Tampoco le importó respetar la trama de narradores que utilizó Onetti para su Jacob y el otro (1961), donde relata las vicisitudes de un charlatán que recorre pueblos de Latinoamérica promoviendo luchas con su patrocinado, un otrora gran luchador en busca de una gloria que parece ahora como muy lejana. En el cuento, son tres las “voces” que construyen el relato, en la película, solo una, la del propio Brechner.

«Esta novela estaba percutando en mi cabeza desde la adolescencia”, ha declarado su director para explicar su comprometida decisión.

Mal día para pescar  refiere a la temporada de pesca que se repite cada año en Santa María, pero también alude al giro que tendrá la farsa del luchador y su representante, al echar la carnada en el momento y el lugar equivocados.

El príncipe Orsini hace de ilusionista en cada pueblo al que llegan con Jacob Van Oppen, con la misión de promover unas luchas que deberán quedar bien amañadas para que el excampeón no corra riesgos de perder en ningún caso. El premio ofrecido por Orsini es de mil dólares para quien sea capaz de resistir al luchador durante tres minutos en el ring. Pero en Santa María se deberán enfrentar a una amenaza real, porque una obstinada joven convence a su macizo novio para que dispute ese dinero que ella necesita con desesperación y no se dejará amedrantar por Orsini, quien le dice con suavidad, pero con certeza, que Van Oppen le romperá todos los huesos a su novio.

La película logra respetar satisfactoriamente la atmósfera y los retratos que propone Onetti en su cuento, presentando a unos personajes que no se resignan a un presente que les resulta esquivo y aunque estén atrapados en sus propias contradicciones se empeñarán hasta el final para lograr su objetivo, lo que genera una incertidumbre que se hace cada vez más intensa hacia el final.

Es una combinación de varios géneros, el western, por sus personajes gastados e inescrupulosos, el cine negro, con su femme fatale incluida, y la comedia, anclada en los insólitos encuentros de personajes que resultan verosímiles en la ficticia Santa María. Todo esto mezclado sin ningún escrúpulo.

Dentro de esa mezcla se abre el universo decadente y psicológico que propone la literatura de Onetti. Son personajes que tuvieron un pasado de esplendor y que aún sueñan con recuperar aquellas glorias, pero están sumergidos en atmósferas cargadas de humo, obligados a alojarse en moteles lúgubres que ni siquiera están seguros de poder pagar…

Según declaró el propio director, la idea inicial fue hacer un nuevo cortometraje (ya había demostrado su idoneidad cinematográfica en este rubro), pero luego se animó a “dejar crecer” el relato. Para esto, agregó o profundizó algunas situaciones que en el cuento están apenas insinuadas, como son las escenas del “gigante” recorriendo las calles del pueblo, invitando a todos los sanmarianos a los entrenamientos en el Teatro Apolo, donde intentará impresionarlos con su musculatura, augurando un final muy incierto para el desafío planteado, para compartir después un popular juego de bingo, con la ilusión de recibir un golpe de suerte en sus vidas.

Pero estos agregados del realizador están en total sintonía con la literatura de Onetti, porque allí perduran la desesperanza tan anidada en el presente de todos los personajes.

La “recreación” de Santa María, la ciudad mítica creada por Onetti, está lograda con base en los bucólicos escenarios ambientados en un Uruguay donde el tiempo parece detenido. El clima “western” está dado por los dos forasteros que llegan a Santa María para enfrentar su destino final. Es un lugar donde permanentemente se puede ver el amanecer y el atardecer, un ambiente crepuscular que refuerza la idea del western, apoyado además, en una fotografía expresiva y cautivante que ayuda a subrayar aún más la decadencia latente de toda la historia.

Una mención particular la merecen las muy buenas interpretaciones, entre las que destaca el escocés Gary Piquer en su papel de Orsini, convincente en cada tarjeta empresarial que entrega, donde destaca su condición de “Príncipe” de la República de Siena, una invención muy onettiana. Piquer fue además, coguionista de la película, lo que sin duda lo ayudó para lograr esta interpretación tan convincente.

Jacob Van Oppen es interpretado de manera ejemplar por el actor finlandés Jouko Ahola, quien viene del ámbito del deporte. Fue dos veces el “Hombre más fuerte del Mundo” en esas competiciones típicamente americanas, en la que arrastran camiones o levantan pesas de 400 kilos. Fue así que Werner Herzog lo descubrió y lo eligió como protagonista de su película Invencible. Accedió al pedido de Brechner de engordar 15 kilos para interpretar a este personaje y aprender lucha libre durante cuatro meses con el campeón finlandés de esta disciplina.

Antonella Costa es una actriz ítalo-argentina que aparenta tener más fortaleza que cualquiera de los hombres de la película, resulta tan desafiante para “el Príncipe” como convincente para hacer subir al cuadrilátero al padre del hijo que está esperando, obsesionada por el premio que, entiende, le va a dar la chance de “ser alguien”.

César Troncoso, que con los años se está convirtiendo en el actor fetiche del cine uruguayo, se apoya aquí en gestos mínimos y diálogos certeros para interpretar, de manera muy eficiente, al director del diario de Santa María.

Todos los personajes secundarios (así como los extras que colman el Teatro Apolo) impregnan a la obra de una autenticidad envolvente y están en sintonía con lo que podríamos llamar la representación del universo onettiano. Sin duda, la tarea del casting fue encarada con mucho empeño, pero además todas las caracterizaciones (vestuario, maquillaje, objetos, entornos) resultan muy acertadas.

La banda sonora también se destaca por todo lo que aporta. Tanto la singular versión de Lili Marleen (tema tradicional alemán popularizado en la década de los 40 por la mítica Marlene Dietrich), como la popular canción napolitana Funiculí Funiculá, expresan las distintas facetas y los estados emocionales de los dos personajes: Jacob y el otro.

En definitiva, una película sobre el ocaso y la añoranza de tiempos mejores, con dos personajes entrañables, una mujer decidida a todo para lograr su objetivo y el director del diario del pueblo, que combina sabiamente la dosis perfecta de ingenuidad y picardía típicas de la idiosincrasia uruguaya, de la que tanto se ocupó Onetti en su literatura.

Es posible distinguir con claridad la existencia decadente, la soledad y el engaño como los elementos en común entre los personajes del texto literario original y esta obra cinematográfica.

En el final de la película, quedará algún lugar para la esperanza, algo que quizás no fue lo que quiso proponernos Onetti en su cuento, pero por eso mismo ya dejamos claro que Álvaro Brechner no tuvo escrúpulos en seguir sus propios instintos y dejar un poco de lado al propio Onetti, para lograr -paradójicamente- interpretarlo de una manera maravillosa.

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