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El horror en tiempos de crisis

Don't Breath

El género de horror es, entre otras cosas, simulacro. La seguridad de la sala de cine nos permite visitar nuestros terrores más profundos en la confortable simulación ficcional que proporciona la pantalla grande, y antes sus antecesores literarios. Afrontamos nuestras pesadillas en forma diluida, con la tranquilidad que nos da el saber que tendrán un fin, en el momento en el que las luces se enciendan, y sonriamos a nuestros acompañantes con el corazón acelerado por los sustos.

También se ha acusado en multitud de ocasiones al horror de reaccionario. Según que historias esconden una enseñanza moral, explotando sentimientos primarios para que, entre otras cosas, seamos niños obedientes. ¿Qué ocurre si Caperucita no hace caso a su mamá y se sale del camino? Ahí está esperando, al acecho, un lobo feroz (o cualquiera de sus encarnaciones posteriores como Jason, Freddy Krueger o sus derivados).

Pero de entre todas las encarnaciones del horror hoy nos quedamos con la de espejo, de distorsión terrorífica de las esquinas más oscuras de la realidad que nos toca vivir, y que es parte esencial de la evolución del género a lo largo de su larga historia. La percepción del miedo tiene mucho que ver con lo que nos agobia como especie en el mundo real, y se ve reflejado en la pantalla. De la Primera Guerra Mundial nacen los espantos físicos en el cine. Los soldados, por primera vez, volvían de la contienda mutilados, cuerpos destrozados que tomaban las calles de la ciudades. Los avances médicos permitían sobrevivir a heridas mortales de necesidad hasta la fecha. De la fascinación y miedo por el mutilado, por el superviviente, aterrizan en la pantalla el Frankenstein de la Universal o los Freaks de Tod Browning.

Freaks

En los años 50 del siglo XX, por continuar con ejemplos de esta evolución, pululan por la pantalla invasiones extraterrestres y animales grotescos víctimas de la radiación y convertidos en amenazas atómicas. El miedo a la espada de Damocles del armamento nuclear y la Guerra Fría con la paranoia acorde a la amenaza invisible sirven de gasolina a estas fantasías que sublimaban los miedos de occidente en forma de serie B.

Por supuesto, nuestro Siglo XXI, histérico y desequilibrado, ha tenido su buena ración de pesadilla social. La amenaza terrorista pos 11S, sin ir más lejos, ya forma parte del horror colectivo. Sin embargo, si hay otro hecho que ha marcado los primeros balbuceos del siglo ha sido la crisis económica que se extiende ya diez años, y que todavía colea en las vidas de los ciudadanos de a pie, muy lejos de ser ya incómodo recuerdo. El miedo a la incertidumbre, al futuro sombrío y carente de esperanza, es también motivo de pesadillas que, por supuesto, han sido proyectadas en la gran pantalla. Os proponemos, queridos lectores, un pequeño paseo por esos espacios degradados de la memoria reciente, la traducción a imágenes de los pesares de una sociedad sometida a un sistema falible, cuyos desequilibrios han actuado como un terremoto en la realidad de los ciudadanos.

Desde el principio de este largo proceso, hemos tenido reflejo en forma de película. Take Shelter (Jeff Nichols, 2011) constituía un angustioso relato de pérdida, paranoia e incertidumbre con tintes de drama sobrenatural. Protagonizada por Michael Shannon, magnífico actor y especialista en papeles moldeados con turbiedad, contaba la historia del hombre de familia americano que tantas obras ha inspirado, víctima de visiones acerca de desastres futuros. El mito de Casandra renovado se enmarca en la recesión que comenzaba a ser una amenaza devastadora para la clase trabajadora norteamericana. Los miedos a lo imprevisible de la situación y la falta de perspectiva se mezclan con la obsesión del protagonista por construir un refugio que salve a su familia del desastre por llegar. Ante la incomprensión de los más cercanos, Curtis LaForche se abalanza a un viaje de pérdida y degradación en las fronteras de la locura. El uso de los espacios acerca a Take Shelter a una especie de gótico americano rural.

Take Shelter

Nichols dejaba para el recuerdo una película inquietante, de espíritu independiente en formas y ritmo, preocupado más de los personajes y ambientes que en los sustos o impresiones facilonas. La construcción del sentimiento de mal cercano e inevitable aglutinaba la angustia de una sociedad que había pasado de la euforia económica al desastre, desbocado e imparable. El fabuloso trabajo de actores, con Shannon a la cabeza y con la enorme Jessica Chastain como contrapunto femenino de su camino por las fronteras de la locura demostraban que el género no estaba agotado, y que hay muchas formas de contar historias. Clamado, preciosista, melancólico, pausado y reflexivo, Take Shelter tenía mucho de alegato social, pero también de reivindicación cinematográfica sobre la autoría en el cine de género. Desesperanzado e íntimo, inquietante y humano, Take Shelter es una pequeña joya a descubrir por el público mayoritario.

Unos años después, en 2014, volvimos a terrenos muy similares, tanto en la forma como en las intenciones. It Follows ( David Robert Mitchell, 2014), llevaba el horror sobrenatural a Detroit. La que un día fue ejemplo de poderío industrial, esta mítica ciudad todavía intenta recobrar el aliento tras convertirse en un desierto de acero y cristal durante la peor época de la crisis. A los terrores propios de la situación, de soledad inmensa en las cenizas del imperio y ecos del pasado rebotando entre edificios vacíos, David Robert Mitchell introdujo el elemento del miedo informe, de aires fantasmales e inexplicables.

Las neurosis propias de la adolescencia alcanzaban el paroxismo cuando un grupo de adolescentes son perseguidos por una criatura sin forma definida tras mantener su primer encuentro sexual. Por supuesto, el entorno degradado y gris de la ciudad se hace protagonista, presentado como un erial inhumano y abandonado. Los espacios son algo más que escenario para desgracias adolescentes. Son parte orgánica de los sentimientos que ofrece la película, mezcla inteligente del mejor John Carpenter con el estilo reposado del cine independiente. La banda sonora chirriante contrasta con los silencios angustiosos. No hay lugar donde escapar. Incluimos en la ecuación el genial homenaje a La Mujer Pantera (Jacques Tourneur, 1942) una de mis películas favoritas de todos los tiempos, y resulta de los mejores ejemplos de ese cine a tenor de los tiempos modernos, donde las duras condiciones sociales se alían con las necesidades de renovación de un género explotado hasta el aburrimiento.

It Follows

En Detroit también se emplaza nuestro siguiente ejemplo. Y es que parece que la crítica despiadada que Paul Verhoeven hizo en su genial Robocop (1987) sobre los males urbanos servía como profecía de degradación y decadencia. En No respires (Fede Álvares, 2016) esa caída en el abismo económico está muy presente en los escenarios, pero también en la construcción de la realidad social de los protagonistas. El magistral uso de los espacios es la herramienta de Fede Álvarez para dar identidad a su película, no sólo dentro de la casa convertida en trampa mortal por el sorprendente villano de la cinta. Antes nos hemos paseado por el abandono, por la falta de presencia humana en lugares fantasmales, que tienen más de escenario de western, auténtico pueblo fantasma donde se respira la desidia. La falta de esperanza, la pobreza y el no tener nada que perder conducen a los jóvenes protagonistas a las garras de un loco en un golpe que, en principio, era pan comido. De merodeadores pasan a cazadores cazados, sometidos a un perverso juego que les queda muy grande. En su momento, otra agradable sorpresa, por el infernal ritmo, por el inteligente trabajo tras la cámara, por el aprovechamiento de la sencillez de la propuesta y, por supuesto, por poner la día el escenario del horror, hilvanado en la inevitable realidad de este comienzo del siglo XXI.

Como colofón a nuestro viaje, rescatamos Verónica (Paco Plaza, 2017) película que ha sorprendido a propios y extraños por la habilidosa variación que supone al cine de terror convencional. Verónica cumple su función primordial, aterrorizar al espectador, pero si por algo se ha ganado el corazón de la crítica es por la sensibilidad mostrada al presentar el entorno de la protagonista, clave para entender la película. Es cierto, la situación de Verónica no se enmarca dentro de los funestos efectos de la crisis actual, puesto que se enmarca en los años 90 del siglo XX. Pero rescatar un escenario tan particular en la tesitura de la realidad de hoy, no es precisamente inocente. En Verónica, la trama se construye alrededor de un barrio obrero en una época bastante complicada también en lo económico, y nos recuerda que hay lugares, en nuestras ciudades, y con independencia del brillo, en donde siempre se encuentran al límite. Viajar al pasado como metáfora de nuestro presente hace más comprensible el contexto de la película de Paco Plaza. El escenario crea una conexión inmediata con el espectador, que tiene reciente los estragos de la debacle reciente. El barrio, gis, conglomerado de hormigón y sueños rotos, es tan pieza clave en la propuesta de Plaza, y casi un personaje más.

Verónica

Estos son algunos ejemplos donde el escenario y contexto forman parte indivisible de las intenciones de la película. Obras que dan identidad al cine de horror, lleno de obras maestras y al mismo tiempo maltratado por los excesos y la repetición de clichés. Por suerte, quedan directores valientes capaces de dar vueltas de tuerca, y hacernos reflexionar sobre el cine en sí mismo y sobre la época que nos ha tocado vivir. No sabemos que trae el mañana, y la incertidumbre se ha convertido en la única certeza. Ante la desesperanza, nos quedan las ficciones. Y, pase lo que pase, el cine de terror estará ahí, evolucionando, para que podamos lidiar de manera más sana con nuestros miedos.

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2 respuestas a «El horror en tiempos de crisis»

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