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Cine porno: ¿negocio o placer?

¿Es porno todo lo que reluce?

Nos encontramos en pleno rodaje de una película para adultos. Una chica rubia, (Cindy Dollar) que hasta hace poco iba vestida de enfermera, ha terminado una escena previa con un chico (Michael Cherrito). La escena irradiaba pasión, deseo, pero al oír la palabra “¡corten!” los dos actores fijan una mirada seria. Se separan rápidamente, como si apenas se conociesen. Es probable que se hayan conocido hace apenas cinco minutos. El joven comienza a masturbarse para no perder la erección y la chica protagonista se sienta al filo de una bañera mientras resopla. Parece cansada, aburrida. Ambos esperan ordenes de dos voces en off que no se ponen de acuerdo en qué postura debe culminar el acto. El ambiente que se respira parece de lo más rutinario.

En otro momento, la actriz Stracy Stone se coloca de espaldas a una chimenea de lo que parece ser una casa rural. Va desnuda y espera que su compañero se coloque detrás para empezar. En ese momento, la cámara enmarca en primer plano el rostro de ella, y Stracy, de forma impecable, comienza a lanzar gemidos y miradas lascivas al objetivo; lo interesante aquí es que nadie la está penetrando. Balancea su cuerpo en una repetitiva coreografía mientras que su compañero, desde atrás, da palmadas para simular el sonido de una cachetada. No hay coito, su rostro en primer plano, unas buenas actuaciones, trucos de sonido y la imaginación llevan a inducir algo que realmente no está ocurriendo. Es la magia del cine porno.

Estas escenas making of están grabadas en el documental Yo fui el Rey del porno (Il n’y a pas de rapport sexual, 2011) del director Raphaël Siboni, que durante diez años colocó un objetivo en un trípode para desvelar todo lo que ocurría detrás de las cámaras en las producciones del actor y director Hervé P.Gustav. Por este curioso ejercicio de metacine desfilan profesionales del séptimo arte, recién iniciados esperando alcanzar el estrellato para subsanar su falta de autoestima, o actrices primerizas que deciden exponer su cuerpo tras desvelar que jamás han encontrado un amor correspondido. Los tiempos muertos también se convierten en algo revelador. Justo al terminar una dura escena de sumisión, Hervé y su actor se sienten agotados. Descansan en un ridículo colchón y en una silla, mientras tanto, la cámara de Siboni sigue filmando. Es un plano estático en el que encuadra a dos cuerpos sudorosos que apenas se mueven. Para darle más dramatismo al acto el director dilata ese tiempo muerto en el que no ocurre absolutamente nada. Esa forma de reproducir el cuerpo inmóvil, estático, recuerda a las películas de Tsai Ming-liang. Pero no todo el documental está filmado entre cuatro paredes. Una pareja interracial lo intenta dar todo en una escena imposible a campo abierto a plena luz del día. Podemos notar el sofoco y cierta angustia en los actores. La paja amarillenta del campo y un cielo azul impoluto en medio de un coito parecen transgredir un lienzo del propio Van Gogh.

El documental muestra un realismo desconocido por todos. Pocos actores y actrices parecen estar pasándolo en grande muy a pesar de la creencia popular. Se muestran como lo que son, actores y actrices profesionales haciendo su trabajo, sin mucho más reparo. La exigencia es total, deben ofrecerse y fusionar sus cuerpos e intentar transferir a la pantalla el deseo hirviente de excitar al espectador.

Una nueva mirada femenina

Erika Lust, directora de cine porno feminista (que no porno solo para mujeres), afirma que el cine porno es la expresión libre del sexo, un último rincón en la sociedad en dónde puede mostrarse la sexualidad sin tapujos, dado que la misma sociedad, fuera de ese círculo, es totalmente censora. Irina Vega, directora de cine indie, se aleja del mainstream en sus filmes y apuesta por la diversidad de género. Preocupada por una ética más justa y equilibrada, entiende que el placer ha de ser compartido y no meramente masculino. Ambas afirman que la industria ha estado liderada por hombres que han recreado sus fantasías y deseos en la pantalla mientras que la mujer ha quedado relegada a un segundo plano acatando el papel de objeto de deseo sin privilegios. No es muy diferente de lo que opinan grandes directoras del cine convencional. En 2022, la revista británica Sight & Sound coloca el filme Jeanne Dielman (Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, 1975) en el puesto número uno de la lista, lo cual significa que la directora belga Chantal Akerman pasa por encima de las cabezas de Hitchock, Godard o Coppola y se reconoce por primera vez como la mejor película de la historia del cine escrita y dirigida por una mujer.

Pero el cine convencional también ha querido aportar lo suyo a la temática porno. En 2021 la directora sueca Ninja Thyberg estrenaba Pleasure. La historia cuenta la vida de Jessica, una joven que lo deja todo para ir a Los Ángeles y convertirse en una gran estrella del cine para adultos. Hace años las grandes productoras de cine porno mantenían a sus actores y actrices bien remunerados, con sindicatos, contratos y repetitivas pruebas de higiene. Lo que se encuentra Bella Cherry (apodo de Jessica en la industria) al llegar, es que el mundo ha cambiado. Ahora los likes, la webs de renombre y el porno más extremo puntúan más alto. Si Bella Cherry quiere tocar cielo tendrá que someterse a perversiones y vejaciones de todo tipo ante una jerarquía puramente masculina. Pero el filme no solo se planta en la idea de que la mujer es un recipiente en el cual eyacular, sino que retrata de forma muy categórica la explotación laboral que existe tras esos pequeños vídeos de veinte minutos.

La ingenuidad y la inocencia de Jessica antes de pisar un plató está magníficamente ejemplarizada en una escena en la que un agente de aduanas le pregunta: “¿viaje de negocios o de placer?”, Jessica, tras dudarlo un instante, responde: “placer”. ¿Cindy Dollar o Stracy Stone hubiesen respondido lo mismo?

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