Bandas sonoras: 

El Sacrificio (Offret, 1986): Paisajes sonoros para el canto del cisne

Título: BSO – El Sacrificio

Autor/es: Johann Sebastian Bach, Watazumi Doso Roshi, Elin Lisslass, Karin Edwards Johansson y otros

Sello: EMI-Electrola, SR Records, Everest Records Group.

Año: EMI 1973, SR 1966, Everest 1982

 

Es imprescindible conocer bien las formas de las obras musicales –la fuga, la sonata, la sinfonía–, porque en la narración fílmica no es importante la lógica por la que fluyen los acontecimientos, sino la forma de ese flujo, la forma de su existencia dentro del propio material cinematográfico.
 Andrei Tarkovski

 En el imaginario tarkovskiano, la música no se limita a reforzar la imagen, sino que le imprime un nuevo impacto, de calidad diferente, de carácter complementario al material visual, brindándole al espectador la posibilidad de experimentar una interpretación personal. En su cine, el aspecto musical no se conceptualiza como emoción, no afecta a los objetos o imágenes en tal sentido, sino que privilegia los sonidos naturales del mundo, haciéndolos funcionales al entorno visual, así como el elemento sonoro constituye una parte de la vida del hombre.

El cine de Tarkovksi fue evolucionando, y con él su singular manera de tratar la música y los sonidos. Tras experimentar con sus compositores habituales, Vyacheslav Ovchinnikov y Eduard Artemyev, el lenguaje narrativo de sus filmes recoge el impulso por construir una estructura musical con cimientos en la música clásica, emulando a sus maestros Bresson y Bergman. Beethoven, Wagner, Purcell, Pergolesi, pero especialmente Bach, su favorito, contribuyen a su ideal de belleza artística, a esa textura de la que el cineasta intenta impregnar sus obras. En sus dos últimas películas, Nostalgia (Nostalghia, 1983) y Sacrificio (Offret, 1986), no asocia a ningún compositor y se reserva la dirección artística integral del material sonoro.

En El Sacrificio se aprecia el uso más restringido de la música de toda la filmografía tarkovskiana, y lo despliega en tres motivos musicales puntuales. La depurada conformación de ese paisaje sonoro hace que la aparición esporádica de estos temas se vea reforzada en su importancia, siempre asociados a momentos trascendentales para el film.

La película comienza con las imágenes del óleo Adorazione dei Magi de Leonardo da Vinci en los títulos de crédito, acompañados del aria Erbarme dich, mein Gott, de la Matthäus-Passion BWV 244 de Johann Sebastian Bach, en versión de la contralto Julia Hamari y el Consortium Musicum, bajo la dirección de Wolfgang Gönnenwein.

La pieza de Bach será en lo musical lo que la figura del árbol seco es en lo visual para El Sacrificio, y su título traducido al español sería “Ten piedad, Dios mío”. Su elección no es casual, ya que con ello se refuerza uno de los significativos del film: el pedido de clemencia para la humanidad en un momento de tragedia, de juicio final, causados por los errores y horrores de su historia. Los compases finales del aria de Bach dejan paso lentamente a graznidos de gaviotas y sonidos de oleaje marino, el complejo sonoro diegético típico del estilo tarkovskiano.

Tras el extenso plano secuencia que abre la película con la conversación de Alexander y Otto sobre Nietzsche, se escuchan, a lo lejos, los cantos ancestrales de los pastores suecos de las provincias de Dalarna y Härjedalen, Locklatar fran Dalarna och Härjedalen, de varios autores, entre ellos, Elin Lisslass y Karin Edwards Johansson, que el director utilizará de manera muy ascética durante el desarrollo del filme, más que nada como antesala de fenómenos mágicos o marco de lo extraordinario. Por cierto, Tarkovski rodó El Sacrificio en Gotland, Suecia, para aprovechar sus noches blancas, cuya palidez extremó la magistral fotografía de Sven Nykvist.

Estos cantos pastoriles, que se mueven como un verdadero leitmotiv, contrastan con una banda sonora que incluye sonidos diegéticos de todo tipo: ruidos de la naturaleza omnipresente, truenos, el ensordecedor paso rasante de aviones de combate sobre la casa del protagonista, etcétera. El realizador ruso exacerba esos sonidos mediante la amplificación y la manipulación exhaustiva de la electrónica, haciendo que el audio despida resonancias amenazantes y opresivas en conexión con las figuras que presagian la catástrofe, algo que se contrapone claramente al plexo sonoro que representa al campo, la naturaleza, el agua (siempre tan sonoramente presente en el cine de Tarkovski), y el viento.

El tercer componente musical empleado en El Sacrificio es oriental, música japonesa para flauta de bambú, denominada hotchiku. Se trata de los temas Shingetsu, Nezasa No Shirabe y Dai-Bosatsu, compuestos e interpretados por el compositor nipón Watazumi Doso Roshi (también conocido como Watazumido-Shuso). Al igual que los cantos pastoriles, estos temas también son recurrentes en el film, adquiriendo su climax en la escena final del incendio de la casa de Alexander, cuando este prende su equipo de música y reproduce la melodía japonesa como una suerte de arma ejecutora para el cumplimiento de la promesa. La flauta nipona es la música del sacrificio. Será el trasfondo sonoro del crepitar de las maderas y el estallido de los cristales, hasta desaparecer con el aparato reproductor preso de las llamas. Será el canto del cisne de la película y de su hacedor, diagnosticado con un cáncer terminal que se lo llevó a los 54 años en París, donde estaba exiliado del régimen soviético del que había renegado.

La última secuencia retoma la religiosidad del aria de Bach, para subrayar al hijo de Alexander regando el árbol seco a la orilla del mar y su posterior contemplación, mientras las letras de la dedicatoria personal de Tarkovski sellan la obra: “Este filme está dedicado a mi hijo Andriushka, con esperanza y confianza”.

https://www.youtube.com/watch?v=jMCp_9udHjA

A su funeral en la Catedral Alexander Nevsky de París asistieron, entre otras celebridades de la cultura, tres personalidades importantes del mundo de la música: la soprano Galina Vishnévskaya y dos directores de orquesta, el argentino Daniel Barenboim y el ruso Mstislav Rostropóvich. Este último, otro ilustre exiliado y eximio violonchelista, ejecutó en el funeral las Suites para ese instrumento de Johann Sebastian Bach. Un homenaje ideal para Tarkovski, que amaba la música del compositor barroco y que una vez había dicho:

“… de no haber sido director de cine, lo que más me hubiese gustado es haber sido músico…”

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