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El sacrificio Andrei Tarkovski – Parte I: La vida como un sueño

Todo es opinable en cine, pero lo que no se puede decir es que las películas de Andrei Tarkovski pasen inadvertidas o que no tengan trascendencia. De todas formas, su cine no es fácil, no es digerible sin previa información y alguna guía. No se lo puede apreciar desde la tradición cinematográfica dominante, sino que es imprescindible una mirada permeable a una nueva concepción visual y una importante dosis de paciencia para descubrir el significado y el significante de sus extremadamente cansinos movimientos de cámara. Si el espectador espera encontrarse con alguna escena espectacular, o quiere pasar un rato de entretenimiento, pues se ha equivocado de artesano. Ese no es el cine de Tarkovski. Para verlo deberás estar dispuesto a confrontar los convencionalismos y controlar la ansiedad de que en la pantalla no pase nada durante un buen rato. Abrir la mente, como se diría en el vulgo, dejarte llevar por la somnolencia de sus travellings y disfrutar de los planos más abiertos, en los que la libertad de apreciación es infinita, ya que el cineasta no dirige la mirada del espectador, sino que lo invita a ver lo que él quiera dentro del encuadre más amplio. El retrato de la vida, tal y como cualquiera lo vería, sin aditamentos ni efectos visuales. Por ello, su teoría afirma que el cine debe plasmar la realidad tal como se percibe, no como es vista simplemente. En su libro Esculpir el tiempo lo expone claramente: «La imagen cinematográfica es la observación de los hechos de la vida situados en el tiempo, organizados según las formas de la propia vida y según las leyes del tiempo de ésta (…) El cine surge de la observación inmediata de la vida. Este es para mí el camino cierto de la poesía fílmica, es en esencia la observación de un fenómeno inserto en el tiempo…”.

Andrei Tarkovski forjó su estilo de la mano del neorrealismo italiano y de la nouvelle vague francesa, pero no se puede decir que se lo pueda incluir en ninguna de las dos vertientes, ya que su personalidad en la puesta en escena y en la ejecución de los elementos técnicos, la iluminación, el sonido y la música, el encuadre y la dirección fotográfica, es tan propia, tan suya, que escapa a su categorización. Confesó en alguna entrevista, que sus filmes favoritos son, entre otros, Los siete samurais, Cenizas y diamantes, Nazarín, La noche. Sus directores modelo, según él, Kurosawa, Antonioni, Bresson, Chaplin, Buñuel, Wajda, Renoir, Dreyer, Welles y, por supuesto, Ingmar Bergman.

Influencias nórdicas

A propósito del célebre realizador sueco, es dable deducir al visionar El Sacrificio (Offret, 1986), que Tarkovski, en su eterna búsqueda de la captura del tiempo real, homenajea a Ingmar Bergman, eso sí, sin que por ello el director ruso se deshaga de su propia identidad y deje de respetar su propia esencia. La influencia del sueco se desvela en la incidencia del existencialismo más puro que destilan las imágenes de El Sacrificio, que también recibe algún influjo del absurdo teatral de Samuel Becket y del mismísimo Dostoievski de obras como Los Demonios o El Idiota. Hasta el surrealismo podría incluirse en esta suerte de mescolanza estilística y estética.

En Esculpir el tiempo, Tarkovski escribe: «… A través del arte, el ser humano se erige sobre la realidad a través de la experiencia subjetiva… Un descubrimiento artístico ocurre cada vez como una nueva y única imagen del mundo, un jeroglífico de verdad absoluta. Aparece como una revelación, como un deseo momentáneo y apasionado de asir intuitivamente y palpar todas las leyes del mundo –su belleza y su fealdad, su compasión y su crueldad, su infinitud y sus límites… A través de la imagen se sostiene una conciencia del infinito: lo eterno dentro de lo finito, lo espiritual dentro de lo material, lo ilimitado toma forma…” .

El tratamiento de los actores y sus performances, la manera de relacionarse con ellos, también lo une a Bergman, quien lograba sacarles lo mejor de sí y hacerles encarnar cualquier faceta, alejándolos de los vicios interpretativos de las estrellas de otros cines. No por nada, El Sacrificio cuenta  con actores de Bergman, y la película se filmó en Suecia, en un ambiente netamente bergmaniano, y sin ninguna ayuda del aparato cultural soviético. Asimismo, los temas recurrentes de los filmes de Bergman se hallan también en la obra de Tarkovsky: el cuestionamiento a la imagen de Dios, la locura, la muerte, la sexualidad, y en Offret encontramos un elemento más que lo acerca al cineasta nórdico, y que también podría interpretarse como una forma de homenaje: la fotografía de Sven Nykvist, con sus planos abiertos, luminosos pero, al mismo tiempo, llenos de una densidad de grises, que cargan sus paisajes de una cierta pesadumbre estética y visual. Un gran representante de lo que se llama “fotografía naturalista”, un virtuoso de la imagen que llegó a trabajar con Polanski y Woody Allen, y que Tarkovski se empeñó en fichar para El Sacrificio.

La impronta de Nykvist en la cinta del realizador ruso se incorpora naturalmente a la manera en que este planifica su estética visual. Para ambos, el mejor tratamiento que se le pueda dar a la iluminación es a través de la sencillez –otra vez la naturalidad–, que la luz fluya, pero ello no significa, de ninguna manera, que el proceso deba ser simple, y lo demuestran cuando juntos convierten cada toma, cada plano, en una verdadera pieza de arte, con un puntilloso trabajo estético hasta en el más mínimo detalle, y crean una imagen que, si bien está planteada en color, es tan tenue y trabajada que parece fotografiada en blanco y negro. Este efecto buscaba, asimismo, modificar la escala de colores de la visión del espectador, y engendrar una paleta lumínica que aplicara graduaciones de color, desde la total ausencia del mismo, hasta llegar a tonos que reflejaran los estados de ánimo de los personajes involucrados en el plano. Quizás hasta podría interpretarse que Nykvist traiciona el estilo de su amigo Bergman, ya que sobre la base de un ambiente que lo evoca, troca sus formas y termina haciendo algo totalmente distinto. «… Un fotógrafo de cine debe adaptarse a la historia que quiere contar el director, y eso resulta muy difícil porque uno siempre tiende a repetir lo que funciona y lo que le ha formado como profesional…”, dijo el célebre operador.

El propio Ingmar Bergman dijo de Tarkovski: «… Para mí es el más grande, él fue quien inventó un nuevo lenguaje, fiel a la verdadera naturaleza del cine, así capta la vida como un reflejo, la vida como un sueño…”.

Justamente, El Sacrificio bien podría interpretarse como un sueño, en su faceta más onírica, más absoluta y abarcativa del tiempo y la remembranza, que desemboca finalmente en un planteo metafísico a través de las ideas abstractas de las criaturas que crea Tarkovski, y hace que la fuerza de las imágenes en movimiento, el cine puro, estimulador nato de los sentidos, construya una verdadera simbiosis con el sueño, que es también un vehículo movilizador de imágenes, aunque estas no se formen en una pantalla, sino en el subconsciente. Es el cine como extensión de nuestros sueños, como analogía de la realidad que surge de la creatividad misma de la mente.

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