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Una escena a dos tiempos: Sophia y Marcello

Sophia Loren y Marcello Mastroianni en Ayer, hoy y mañana

Loren y Mastroianni en Ayer hoy y mañana

En los distintos carteles de Ayer, hoy y mañana (Ieri, oggi, domani, Vittorio De Sica, 1964) domina un plano de Sophia Loren ataviada con una sugerente lencería negra de encajes en actitud provocativa y sensual. Su imagen puede dominar por completo, o ser superior ante un empequeñecido Marcello Mastroianni que puede aparecer mirando embelesado o rogando.  El film de Vittorio De Sica está compuesto por tres episodios, en los cuales la pareja de Loren y Mastroianni interpretan diferentes relaciones amorosas. Pero es precisamente la última, la de Mara, una prostituta independiente, y Augusto Rusconi, un adinerado cliente enamorado, la que da imagen a la obra en conjunto.

No hay que obviar el punto de partida de este episodio: Mara es vista desde la terraza por el nieto de los vecinos, un seminarista, que se obsesiona con ella hasta decidir abandonar su vocación. A petición de la abuela de este, Mara hace una promesa de castidad durante dos semanas para implorar que el joven rectifique su decisión. Así el cartel puede mostrar una dicotomía entre él, que mira, y ella, que se exhibe, o el ruego y la pasión como recompensa, caras masculinas y femeninas, donde evidentemente una es más grande y poderos que la otra.

Mara logra su cometido, como la prostituta de buen corazón que representa, así la escena abre con besos y risas de complicidad de la pareja que ha contemplado la ansiada partida del seminarista. El placer y el erotismo ha vuelto a sus vidas en la pequeña habitación de Mara. Augusto (Marcello) le pide a Mara (Sophia) que ponga un disco y se desnude. Es un voyerista declarado desde el primer momento: “Yo te miro, te admiro desde aquí”. Sin embargo, sentado en la cama, su postura es casi infantil. De cuclillas sostiene su cabeza y lanza alaridos, que a la vista de hoy pasan de la pasión animal a la ingenua comicidad. Mientras Mara pone un disco, poco a poco, la cámara se aleja al compás melodía de Abat-jour, interpretada por Henry Wright. Quedan confrontados en cuerpo entero, a la izquierda, Rusconi sobre la cama, mientras que, a la derecha, Mara comienza a desprenderse de su bata y sus medias para que nosotros, como espectadores, desde nuestras butacas, contemplemos también el inicio de uno de los stripteases más antológicos del cine.

De Sica, por un momento, nos saca de nuestra postura privilegiada e introduce un contrapunto de plano y contraplano de miradas, risas y complicidad entre los amantes. Luego, como espectadores, volvemos a contemplar una acción que será decisiva, en la que ella se quita el liguero y se lo muestra a su amante. Y Mara (Sophia) se convierte en una especie de diosa del erotismo, a la que contemplamos en contrapicado, como lo hace un sudoroso Augusto (Marcello), mientras capta el momento en que se quita la última prenda y procede, de espalda, a desabrochar su sujetador. Sin embargo, en este instante, la cadenciosa melodía de Abat-jour se detiene. La mano de ella no realiza la acción, es De Sica que nos saca de ese embrujo sensual, a la vez que la voz femenina dice que no pueden y le pide comprensión a su amante, ante el voto de castidad que ha hecho. La cámara se sigue acercando, ya no para profundizar en la mirada del deseo, sino en la sorpresa y frustración de Augusto (Marcello). Ella, segura de su decisión, se vuelve a vestir, y él debe esperar otro momento, sin más reproches. Finalmente, ella realiza la acción de detener el tocadiscos, para justificar tardíamente el fin de música y del momento de deseo que ya no reina en la habitación, y con un gesto de ruego con sus manos, le recuerda a su amante su promesa. Él reacciona colérico, se golpea la cabeza contra la puerta, en una actitud infantil que no tolera la frustración.

 

Sophia Loren y Marcello Mastroianni en Prêt-à-porter

Loren y Mastroianni en Pret-a-porter

Treinta años más tarde, Robert Altman, en su obra Prêt-à-porter (1994) vuelve a recrear la mítica escena de Sophia Loren y Marcello Mastroianni de Ayer, hoy y mañana. Aprovecha el tiempo pasado para insertar la historia de Isabella y Sergei, un joven matrimonio que se ha separado hace tres décadas y se reencuentra en la habitación de un hotel. Ahora la historia de la pareja de diluye en una obra coral, y su aparición es como secundarios de lujo en los carteles.

Así, Altman toma para el encuentro un “no lugar” espacioso, de luz tenue, con un televisor encendido como testigo tecnológico de un nuevo tiempo, con sábanas y albornoces blancos. En contraposición a la habitación de tonos rosas de Mara, que estaba llena de objetos personales, como cosméticos, flores plásticas y cirios como testigos de su fe. E inicia la escena directamente con la música de Abat-jour, y ya no hay tocadiscos que la justifique. Sergei sale del baño envuelto en un albornoz, mientras la cámara lo sigue hasta abrazar efusivamente a Isabella que viste la misma prenda. Ella le pide que vaya a la cama y que no se olvide su papel, una llamada de atención también para nosotros como espectadores que ya sabemos lo que está por ocurrir y tomamos asiento en nuestras butacas. Así comienza a ser todo añoranza en la escena: él la contempla desde la cama, comienza a aullar; ella se descubre y muestra su lencería negra y se acerca a la cama de su amante. Todo en un mismo plano para hacernos partícipes vivos de este instante.

Sin embargo, viene el primer corte para iniciar el contrapunto que ya describió De Sica, Altman se vale ahora de planos más cercanos, más íntimos: ella sonríe y suavemente sus manos quitan una media negra de su pierna. Luego nos instalamos como espectadores, más cerca de la cámara, con el cuerpo tumbado de Sergei que ocupa todo el primer término. La cámara de Altman no solo es más cercana, sino que también se aproxima a ella, la sigue en sus movimientos hasta desprenderse de la segunda media. La música nos sigue acompañando en su ritmo, y ahora parece que cobra aún más sentido: las pantallas de un par de lámparas auxiliares justifican la iluminación, y a la vez se multiplican en los espejos. La cámara sigue acercándose al territorio del deseo y él captura como trofeos las medias de su otrora joven esposa y suspira. Ella, de espalda, se saca el liguero y al voltear su cara muda de expresión, junto al ruido de interrupción de un tocadiscos inexistente, que da paso a los ronquidos de Sergei. Él ahora duerme plácidamente, posiblemente en el sueño de la juventud, mientras ella, en el presente, lanza el liguero como quien se desprende de un antiguo deseo. Y la letra de Henry Wright es certera para este momento final: pantalla de lámpara, mientras difunde la luz azul, quizás tú también estés buscando a alguien que ya no está.

Las tres décadas que median entre una y otra escena, o entre la original y la escena homenaje, nos muestran la evolución de los roles de pareja. En Ayer, hoy y mañana, Sophia Loren representa a una joven, que, aunque haga gala de sus buenos sentimientos, vive de vender su cuerpo. Mientras que en Prêt-à-porter, ella es una mujer adinerada con influencia en el mundo de la moda, que ahora decide por deseo propio tener este reencuentro. Por la parte masculina, la balanza juega en contra, ya que ahora al personaje de Marcello Mastroianni la fortuna no le sonríe. Así, entre la pareja joven y la madura, el poder parece haber cambiado de manos. Pero no nos engañemos, que esta puede ser la primera impresión. Ya que, en ambas, el cuerpo femenino es el objeto del deseo inalcanzable y permanece la mirada masculina.

 

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2 respuestas a «Una escena a dos tiempos: Sophia y Marcello»

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