Viñetas y celuloide 

Neonomicon, de Alan Moore

Cuando Lovecraft publicaba sus cuentos no había diferencia entre el contexto de fruición y el contexto ficticio: la época en la que se movían sus personajes (de los pobres seres humanos, protagonistas y víctimas inocentes, a las entidades cósmicas que duermen bajo el océano) era la misma de quien leía estas hazañas. Lo que esto significa es que, caída esta línea de división entre lo real (lector) y lo irreal (cuento), la atmósfera que se creaba era una de inminencia, una plausibilidad de los sucesos desde un punto de vista de asonancia psicológica: lo que allí pasa podría estar pasando ahora o, por lo menos, el mundo en el que vivo es el mismo mundo en el que actúan los personajes de Lovecraft. Nos encontramos entonces ante cierto desfase, un reconocimiento necesario de una distancia entre nuestro presente y aquella temporalidad supuestamente sincrónica, pero que resulta, por una cuestión bastante lógica, lejana; cae, en otras palabras, el efecto de presencia temporal.

El trabajo de Alan Moore, entonces, se ha basado en la necesidad de volver a darle a Lovecraft aquella necesaria dimensión presente que podía percibir su lector en los primeros decenios del siglo pasado. La elaboración en clave moderna le permite al público entrar en una situación de plausibilidad que se deshace de aquella separación neta que nos divide de la producción original y de nuestro contexto histórico: hablar de temas lovecraftianos en un “aquí y ahora” desencadena una serie de referencias psicológicas y culturales, desencadenamiento que lleva al resultado de poder “sentir” más cerca la vigencia de una ficción que, de por sí sola, podría resultar un producto vintage, separado de un presente con el cual el único diálogo posible es una lectura distanciada. La decisión de proponerle al público una obra de este tipo, entonces, denota cierta necesidad de crear (¿continuar?) un discurso tridimensional.

Este discurso, efectivamente, se desarrolla en tres niveles diferentes (pero entrelazados), lo cual comporta unos análisis interpretativos particulares. En primer lugar, encontramos la relación entre los dos autores, Moore y Lovecraft, una necesidad no tanto de reelaboración sino de descomposición de los mecanismos originales del escritor americano; se pone así de manifiesto la presencia del sexo o de la xenofobia (el racismo contra los negros). En segundo lugar, surge la necesidad de explicitar aquellas relaciones que se forman entre público y autor, la presencia de una conexión entre lo ficticio y lo real; el mundo interdimensional de Neonomicon es entonces una metáfora del acto creativo y del pacto que se establece entre el lector y el autor, la necesaria aceptación de establecer como contextualmente verdadero lo que de hecho forma parte de un mundo irreal. Último análisis, el tercero: la cuestión del tiempo en tanto proceso en desarrollo, continuidad de un movimiento que evoluciona continuamente. Si el culto a los dioses existía en los años veinte del siglo pasado, su existencia en la contemporaneidad no puede sino mostrar aquellos mecanismos de cambio y variación típicos de la evolución de los productos sociales y culturales (¿subculturales?) o, en caso contrario, la fijación en una atemporalidad.

Nace así, de estos tres puntos de vista, la necesidad de llevar a la superficie los mecanismos de atracción de las obras de Lovecraft: efectivamente, ¿por qué nos sentimos atraídos (no todos, obviamente) por sus escritos? No estamos ante un escapismo positivo, la libertad absoluta que el medio de la escritura (y de la lectura) nos otorga a la hora de dejar libres a nuestros deseos; el horror, por su parte, responde a una necesidad diferente, una especie de placer en hacernos mal o, por lo menos, cierta forma de masoquismo (los personajes sufren) y sadismos (si continúo leyendo le permito al autor que haga sufrir a los personajes). La falta de happy ending típica de Lovecraft es además un punto de crisis en lo que se refiere a la necesidad de una conclusión que permita restablecer el orden socialmente aceptado del bien que triunfa sobre el mal.

Neonomicon se permite así una lectura moderna de la mitología lovecraftiana, sin temor a romper con algunos tabúes que podemos encontrar en los cuentos originales. Si en la obra de Lovecraft hay que leer entre líneas para darse cuenta de un código que se establece entre el escritor y el lector espabilado (el vasto dominio de las inferencias), Moore ha optado por deshacerse de los vínculos de la censura, presentando así una obra adulta para adultos. El resultado no es solo una historia interesante de por sí, sino un diálogo exegético con la producción lovecraftiana; aquí, a lo mejor, se encuentra su problema principal, ya que para poder disfrutar completamente de esta novela gráfica es necesario tener ciertos conocimientos de los cuentos de Lovecrat  (en caso contrario, se perderían demasiadas conexiones). Neonomicon no es entonces una obra para neófitos, para quienes del escritor de Providence no saben (casi) nada, pero resulta perfecta para quien ya ha pisado el suelo de Arkham.

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