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Juana de Arco, entre la condena y la absolución

Juana de Arco, de Dreyer

 

Independientemente de nuestro color religioso, o ausencia de color,  el personaje de Juana de Arco causa una fascinación instantánea. La heroína francesa, representada como una joven travestida en pleno siglo quince, de cabello corto y portando una pesada armadura, en actitud desafiante y guerrera, interpreta un rol absolutamente impensable para un mundo patriarcal y feudal. Sin embargo,  esta estampa será, a la vez, su condena a la hoguera por parte de la Iglesia y el poder imperante de su tiempo.

A pesar de que la doncella de Orleans no sabía leer ni escribir, sobre ella se publicaron miles de libros hasta finales del siglo diecinueve, y para abrir el siglo veinte, aunque las publicaciones se siguieron multiplicando, el cine silente tomó el relevo de su relato en los cortometrajes de los pioneros del séptimo arte. Los laboratorios Edison de Nueva Jersey estrenaron Burning Joan of Arc (Alfred Clark, 1896); mientras que en la tierra natal de Juana de Arco, le rendían tributo el mago del cinematógrafo, George Méliès, con su Jeanne D´Arc (1900), y las nacientes empresas cinematográficas, como el caso de la  Société Pathé Frères, con Jeanne d’Arc (Albert Capellani, 1908), y los hermanos Lumière, con  Exécution of Jeanne D´Arc (George Hatot, 1909); y en Italia, se presenta Giovanna D´Arco (1913), una de las obras destacadas de Ubaldo María del Colle,

En 1917, la heroína francesa se entrena en formato de largometraje con  Joan the Woman, del estadounidense Cecil B. DeMille, y es aquí donde ocurre un punto de inflexión en el relato, ya que sale del corsé histórico para recrearse en la contemporaneidad de la Primera Guerra Mundial. Diez años más tarde, y como reacción a la fastuosa producción de Hollywood, Carl Theodor Dreyer presenta en Francia La Passion de Jeanne D´Arc (1928), una obra absolutamente sobria e intimista, que se nutre en la expresividad de los primeros planos de la actriz Maria Falconetti  y se convertirá en uno de los clásicos del cine por su innovador lenguaje cinematográfico.

Con el advenimiento del cine sonoro, se presentará una de las versiones más interesantes de Juana de Arco, la utilización de su relato como propaganda política y presagio de un inminente conflicto bélico. Tal es el caso de la Alemania del Reich con la producción los estudios de la UFA, en Berlín, de  Das Mädchen Johanna (Gustav Ucicky, 1935).

Así, en el paréntesis de las dos Guerras Mundiales, el personaje de Juana de Arco rompe la brecha histórica y se convierte en un reflejo de su tiempo, tanto en el aspecto formal  como de contenido ideológico, representando simbólicamente este tránsito en las obras de DeMille, Dreyer y Ucicky, que marcarán la producción del relato de la doncella en el siglo veinte.

Por tanto, Victor Fleming, en 1948, abre su Joan of Arc con un hecho histórico, la canonización de Juana de Arco, acaecida en 1920, como una reivindicación de la doncella que había sido acusada de hereje en el pasado. Pero también Hollywood debía una gran producción a Juana de Arco en el cine sonoro y en Technicolor, y para ello selecciona a Ingrid  Bergman, ya oscarizada en 1945 como  mejor actriz principal en Gaslight, de George Cukor, para encarnar a la doncella de Orleans en una historia lineal, que abarca desde su elección divina para tomar el mando de un ejército y coronar al Delfín (José Ferrer) como Rey de Francia, pasando por su epopeya bélica y su martirio final. Bergman encarna a una mujer santa, no hay duda, un ser de eclipsante belleza con una moral incorruptible, que avanza bajo su destino manifiesto, conquistando el campo de batalla para su reino.

La Juana de Arco de Fleming será el punto de partida para sucesivas encarnaciones de la doncella en las que, poco a poco, se desprenderá del misticismo religioso, hasta presentarse en toda su imperfección humana. La misma Ingrid Bergman se despojará de su alter ego, al hacerse pública, durante el estreno de Joan of Arc, su relación extramatrimonial con el director italiano Roberto Rosellini, lo que no solamente repercutió negativamente en la taquilla, sino que sería acusada públicamente por las iglesias luterana y cristiana por su conducta. Pero la actriz volverá a encarnar a la heroína francesa, bajo la dirección del mismo Rossellini, en Giovanna d’Arco al rogo (1954), una adaptación teatral, en la que la doncella espera su suplicio.

Saint JoanSer Juana de Arco no resultará tampoco fácil para la debutante Jean Seberg, que encarnó a la conmovedora Saint Joan (Otto Preminger, 1957), una obra que, a la vez, lleva intrínseca una abierta crítica a la iglesia al servicio del poder, donde la hoguera volvió a arder  dos veces, tal como lo declaró la actriz en su momento:

«Tengo dos memorias de Juana de Arco, la primera fue cuando me quemaron en la hoguera, en la película, y la segunda, siendo quemada en la hoguera por los críticos. La última es la más dolorosa. Yo tenía miedo, como un conejo, y eso se veía en la pantalla. No fue una buena experiencia. Yo comencé mi carrera donde la mayoría de las actrices la termina».

Juana de Arco de BressonEn la década siguiente, Robert Bresson realiza el Procès de Jeanne d’Arc (1962), concentrando su relato en los últimos días del cautiverio de Juana de Arco y fielmente documentado en el sumario que se conservó para los interrogatorios de la última audiencia en 1431, junto a los testimonios y alegatos del proceso de rehabilitación que tuvo lugar veinticinco años más tarde. Logró una obra completamente depurada, íntima y personal, que contrasta simbólicamente el blanco y el negro, como opuestos.  Así, la rigurosidad histórica y el declarado catolicismo del director dará a luz a una Juana de Arco de su tiempo: una joven moderna e insolente, una auténtica líder que se defiende  a sí misma en su propio juicio político. Será Florence Delay, una actriz no profesional, como la mayoría de los actores que utilizó Bresson, quien logra finalmente  que Juana de Arco ponga los pies en la tierra y camine descalza, humildemente, como una simple prisionera.

Juana de Arco, de BessonPosteriormente, en un par de décadas,  parece que la figura de Juana de Arco pierde interés en la pantalla. Habrá que esperar hasta finales de siglo para que, nuevamente, el cine francés la reclame como su protagonista, en Jeanne la Pucelle (Jacques Rivette, 1994), una monumental obra de cinco horas y cuarenta minutos, dividida en dos partes, y The Messenger: The Story of Joan of Arc (Luc Besson, 1999). Siendo la protagonista de esta última Milla Jovovich, que lleva a Juana de Arco a las profundidades del alma humana en las alucinaciones de su mente.

Vemos durante un siglo cómo la doncella se enfrenta, una y otra vez, en sus diferentes encarnaciones, a un mundo masculino que no tiene la misma prisa que ella por cambiar el orden imperante. Y tal como ocurre en el siglo veinte, este deseo de cambio se acrecienta, como la impaciencia que encarna Jovovich, que empuña finalmente su espada y toma la iniciativa de pasar a la acción para dejar de ser el bello  estandarte de la batalla, tal como había sido representada desde los primeros grabados hasta su incursión en el cine.

Igualmente, su entorno masculino se va transformando en las sucesivas generaciones cinematográficas. El Rey que la abandona en la lucha por la reconquista de Francia, pasa de ser el hombre mundano y cobarde, en la obra de Fleming,  a un ser vil y despreciable que la vende abiertamente al enemigo, interpretado magistralmente por John Malkovich, en la obra de Besson.  Mientras que un camino inverso recorre Pierre Cauchon, obispo que preside el juicio de Juana de Arco, al cual Fleming retrata como un ser absolutamente repugnante, pasando a ser un hombre comedido en la obra de Bresson, para convertirse, finalmente, en un hombre, por momentos, bondadoso y justo, que intenta su salvación por medio de la abjuración, en la encarnación final de Besson.  Y es precisamente Besson quien introduce a un nuevo personaje masculino, sin raíz histórica, pero sin duda, el hombre más cercano a Juana de Arco en su suplicio, su conciencia, encarnada por Dustin Hoffman.

Sabemos bien que Juana de Arco no se somete a los hombres de este mundo, aunque humanamente, puede contradecirse y retractarse durante su proceso, ya que ella sabe de antemano su temido final. Sin embargo, hay un largo trecho para representar el epílogo de su vida terrenal,  desde el cielo redentor con el que la recibe Méliès, pasando por la desoladora pira consumida de Bresson, hasta los gritos de desesperación de la Juana de Arco (Sandrine Bonnaire) de Rivette, que clama por un Jesús que la abandona a las brasas y la crudeza del fuego abrazador de su ropa y su rostro, en contraste con una cruz metálica que se erige inalcanzable en la obra de Besson.

El relato de Juana de Arco continuará en otros formatos, como el telefilme canadiense Joan of Arc (Christian Duguay, 1999) y en un par de videojuegos en el presente siglo, y volverá al cine en el cortometraje finlandés de Lauri Timonen (2009), como una señal de su eterno retorno. Por lo que, tal como dijo en un momento la doncella de Orleans: “Los que me aman, que me sigan…”.

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2 respuestas a «Juana de Arco, entre la condena y la absolución»

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