A fondo
El Eternauta, un fenómeno argentino

Cuando pensamos abrir el juego a todos nuestros colaboradores para que escribieran sobre El Eternauta, pronto se sintieron convocados desde diferentes regiones de España, de Italia y de Colombia.
Agradezco sus miradas, que amplían la mía y me hacen sentir una argentina orgullosa que, en pleno país de la motosierra (que quiere acabar con el Estado y con los argentinos que lo integramos, con escasas excepciones de la actual clase política y los jerarcas de las finanzas), un equipo de especialistas de todos los rubros artísticos, encabezados por Bruno Stagnaro, ha logrado entregarnos una obra en capítulos, que no solo nos habla a los argentinos.
Cada uno de mis colegas remite a algún aspecto de la serie y sus miradas complementan y completan un panorama extraordinario para El Eternauta. Solo quiero asomarme para tratar de sentar una mirada local a una serie que, históricamente, ha sido paradigmática de la lucha y la solidaridad en tiempos críticos. Héctor Germán Oesterheld escribió el guion del cómic dibujado por Francisco Solano López en los años 50, eran tiempos de la Guerra Fría, una obra de ciencia ficción en una Buenos Aires distópica (como la de la pandemia, como la actual) y hoy un clásico de la literatura argentina. Por una u otra razón, el relato de Oesterheld viene cargado de sentido, no solo limitado a las páginas del cómic, sino por su propia historia.
A raíz de la serie, ya se conoce más que Oesterheld fue desaparecido por la dictadura militar de los 70, así como sus cuatro hijas, dos yernos y dos nietos en gestación. El gran éxito de la serie alerta a los argentinos que hoy tienen alrededor de 45 años a buscar su identidad, pues dos de los nietos del autor seguramente han sido apropiados, como otros 400 chicos, de los que solo 139 han sido encontrado por las Abuelas de Plaza de Mayo. Ya ese es un punto a favor de la serie, ¡y qué punto!
En una Argentina en que desde hace un año y medio no se habla sino del odio que provocan los peronistas, los kirchneristas, los comunistas y cualquier otro -ista que esté a la izquierda de la motosierra, y se actúa en consecuencia con la desaparición de sitios simbólicos y obras de gobierno de estos -ismos, la serie trae a la memoria aquella época oscura en que desaparecían a quienes luchaban por sus ideales y pensaban diferente a «gente de bien».
Todos los miércoles, los jubilados porteños se reúnen a protestar frente al Congreso para reclamar un salario justo que equipare sus aportes durante los años productivos y les permita vivir en un país que ha hecho de la inflación un fenómeno crónico. Es un grupo de ancianos, y no tanto, que no tienen miedo a la cantidad exorbitante de policías pertrechados como para la guerra, tan parecidos a los cascarudos de El Eternauta. No miran si son ancianos, lisiados, curas o niños… agreden fieramente con consecuencias determinantes para la salud. Sus agresiones no se curan con un buen desinfectante. Hay un fotógrafo herido en la cabeza que hace más de un mes lucha por su vida por tratar de registrar con su cámara una fogata en la calle.
El actual gobierno está derribando obras que eran orgullo nacional: la educación y la salud gratuita, la ciencia y tecnología con la gran masa de científicos repatriados hace una década y que hoy buscarán, seguramente, un nuevo destino para sobrevivir, entre las más evidentes. Desaparecen instituciones y programas históricos que facilitaban la vida de la gente más necesitada. Si antes solo sufrían los pobres, ahora esa suerte recae sobre todas las clases sociales que no vean en la “timba” financiera sus ganancias. Pierde el productor de campo, el comerciante, el trabajador de a pie… Se prohíbe el derecho a huelga, se persigue a los periodistas no oficialistas, imaginen lo que viene… Entre tanto derrumbe también ha sufrido un daño terminal el cine, con un Instituto que no financia proyectos y que en su haber, desde que asumió el gobierno actual, tiene producida cero película.
Por suerte, el argentino se reinventa y surge de las cenizas cual ave fénix. Como Salvo, que se pone una máscara y sale a enfrentarse con lo que haya con tal de encontrar a su hija en la serie El Eternauta. Con coproducciones internacionales, con el respaldo de las plataformas de streaming, que sí reconocen el talento local, la Argentina logra crear una serie que puede hablarle al argentino de a pie tanto como a los espectadores de países cercanos y lejanos que la aplauden y valoran.

El proyecto que vio luz este año comenzó con la pandemia, en 2019. Dos años llevó terminar el guion. La primera temporada tuvo casi cinco meses de preproducción y 148 días de rodaje, además de una posproducción de más de dieciocho meses. Se utilizaron más de cincuenta locaciones reales y se diseñaron 35 escenarios virtuales con talento artístico y técnico local. Le dio trabajo a 2900 personas, entre creativos, técnicos, elenco y extras.
No es poca cosa en los tiempos que corren. Nos anima esa resiliencia que parece dormida en el ámbito político, pero que en el artístico saca sus armas más bellas para responder a tanto odio y a tanta maldad.
No dejen de leer a mis colegas, que les hablarán de cine.