A fondo
Apocalipsis en serie: El Eternauta / Black Summer
I. EL ETERNAUTA (2024) O EL APOCALIPSIS SUREÑO
Bruno Stagnaro ha creado una obra apocalíptica memorable que merece ser reseñada por innumerables valores cinematográficos, desde luego, pero también culturales. La novela gráfica original es de Héctor Germán Oesterheld, escritor y guionista progresista anticapitalista desaparecido en la Argentina del 77. El guion original sobre el cómic es autoría de su nieto Martín Oesterheld, tamizado por Bruno Stagnaro y Ariel Staltari. El valor político del cómic se preserva en tanto la casa principal de la serie se ubica en un barrio trabajador y se realzan profesiones comunes del sector terciario, también en otros matices.
Nos encanta la música de Federico Jusid, más aún que sean recogidos temas de grupos míticos argentinos como Soda Stereo, Pappo’s Blues, Manal, Sui Generis, junto a grandes del tango y/o la cumbia y el folk como el gran Gardel, Gilda o Mercedes Sosa; también bandas más actuales como Él Mató a un Policía Motorizado, referente del rock indie actual, e Intoxicados.
Siempre he dicho que el cine argentino contiene los mejores actores /actrices por “metro fílmico cuadrado”. Hay grandes intérpretes en el mundo entero, pero incluso entre los secundarios argentinos se acumulan figuras muy talentosas. Maravilloso como siempre Ricardo Darín en un perfil que le conocemos bien y nos encanta, el tipo fuerte pero dolido por su pasado, afable y protector, un hombre en el que los demás pueden apoyarse y que eclipsa, positivamente, el concepto de héroe colectivo original en el cómic. Magníficos, en su mayoría, aunque con alguna ausencia de calidad y serios problemas de dicción (como en los actores españoles recientes, empeñados en el susurro como supuesta técnica interpretativa de efectos insonoros deplorables: Carla Peterson, la ex, César Troncoso, Andrea Pietra, Marcelo Subioto y las jóvenes Oriana Cárdenas y Mora Fisz, etc.
La fotografía de Gaston Girod realza la poesía decadente de los barrios/lugares bonaerenses argentinos reconocibles para todos: Saavedra y Puente Saavedra –cruce clave y escenario inicial de la catástrofe– entre Zona Norte y Palermo; de aquel lado de la avenida General Paz: la avenida Maipú, Vicente López, San Isidro, Martínez, Florida, Béccar y Campo de Mayo –escenario primordial para las secuencias de acción–; del lado de la Capital: Núñez –el estadio de River Plate se convierte en un refugio y punto estratégico–, Belgrano –donde se encuentra la capilla San Isidro Labrador, centro de reunión y organización–, la Plaza del Congreso, etc. Estas localizaciones ubican la puesta en escena en espacios comunes muy reconocibles para el público local, quien se imaginará vivamente el apocalipsis como algo posible, cercano.
Como amante de la arquitectura, a sabiendas de los palacetes y bellas casonas construidos a principios del siglo XX por familias acaudaladas en Buenos Aires, sí he echado de menos (algo fácil con los drones actuales) la fotografía de estos hermosos espacios argentinos de bellísima Arquitectura Civil. No se ha puesto el foco visual en estas edificaciones legendarias habitadas por ricos. Creo que el espíritu de Oesterheld, en esta versión actualizada de su obra, se hubiera complacido de ver que los más ricos en sus grandes viviendas de lujo también han sido sacudidos por el Apocalipsis. Pero especialmente, nuestra apetencia es por el gusto de disfrutar de otro elevado patrimonio arquitectónico suntuoso argentino, que existe y se nos escamotea al espectador.
Desde luego el alcance de los personajes escogidos, sus profesiones, conectan mucho con el espectador medio: la chica repartidora, el mecánico, un jubilado luthier, un profesor, una médica, un ama de casa… (se ha añadido algunas de estas profesiones que no estaban en la novela gráfica). Juan Calvo es un excombatiente de Malvinas, pero ahora tiene una pequeña fábrica de transformadores.
Un aspecto sobresaliente, por diferenciador, es la elevada edad media de los protagonistas. Entre tanta serie y película enfocada para un espectador de entre 15-25 años, ha tenido un gran impacto una serie que permite a un espectador más maduro identificarse con personas de su edad. Ello ha ayudado a la imaginación a imbuirse de la imaginería apocalíptica: personas que no van sobradas de musculatura ni energía física, pero sí de la fortaleza y estabilidad emocional que proporciona la madurez, además de la cultura y el ingenio de la formación que también dan los años. No sabemos si por edad, pero un poco demasiado tranquilos sí que nos parecen estos personajes, la mayoría razonables, demasiado serenos para una situación tan tremenda.
Por otra parte, sabemos que los escarabajos gigantes son un trasunto de los cascarudos originales de la novela gráfica de Oesterheld. En nuestra opinión, realiza un homenaje claro a H. G. Wells, The War of the Worlds, en donde también caían objetos del cielo de los que luego salían los trípodes, muy veloces y perseguidores como estos insectos de Oesterheld que, idénticamente, caen dentro de objetos que caen del cielo.
Esperábamos más de los efectos visuales, si consideramos el nivel alcanzado por estos en otras series de similar plataforma, pero creo que el resultado se ajusta a esa visión de Apocalipsis en donde se anula toda efusión tecnológica, y son los artefactos cotidianos de siempre los que nos salvan: el auto antiguo no eléctrico, la brújula y los mapas de papel, la máscara antigás, radios o transistores de onda corta, generadores a combustión, linternas a dinamo o pilas, martillos, sierras, palancas, armas de fuego rudimentarias. Nos encanta Argentina y nos entusiasma que alguien tome su matecito en el Apocalipsis o un Fernet Branca, sus tortillitas santiagueñas, productos Vauquita o Havanna, que se echen un Truco a las cartas, etc.
Tras tanta serie apocalíptica anglosajona, de las últimas dos décadas, con bichos monstruosos o humanos transmutados monstruos (algunas memorables, no lo negamos) como The Strain, Falling Skies, Colony, The Last of Us, The Walking Dead, Fear the Walking Dead, Z Nation, The Tripods, The Day of the Triffids, War of the Worlds, Dead Set, In the Flesh, llega una gran serie que emana y realza valores de la cultura hispana y nos regocijamos.
II. BLACK SUMMER (2019-2021) O EL APOCALIPSIS NORTEÑO
Desde el sur del continente americano, avanzamos hacia el norte del mismo continente para estudiar una producción canadiense-estadounidense ambientada en Canadá, en Alberta, Calgary y alrededores. Con el placer que reporta saltarse, tan escasas veces, los trabajos de/en USA, nos ocuparemos de esta serie apocalíptica narrativamente impulsada por un virus zombie que proporciona una de las mayores sensaciones de supervivencia extrema que he vivido durante el visionado de una de estas series. John Hyams, uno de sus creadores, declaró haberse basado en el cine de guerra y en documentales de supervivencia, lo que logró generar el ritmo frenético, el enfoque en la acción y las reacciones viscerales de los personajes como en un campo de batalla, con un realismo de desgarrador.
Debo admitir previamente mis prejuicios hacia las producciones canadienses, quizá apocadas de más, con intérpretes de menor brillo. Seguramente, peco de subjetividad, al opinar desde una perspectiva de tratamiento cinematográfico de las emociones más directo y desde una cultura en donde se tiene asumido que la comunicación de las emociones con el otro, desde el respeto y la naturalidad, es la única forma de tener relaciones sanas y felices, a la par que salud mental propia. Así es la cultura hispana (o su mejor versión). Es por ello que, tras tanto gesto parco y frío, me ha cautivado la intensidad interpretativa de la serie, donde los trabajos de la poderosa Jaime King (única estadounidense) y Justin Chu Cary, especialmente, llenan de vigor la serie, no menos que la impresionante joven Zoe Marlett, o Gwynyth Walsh, Erika Hau, Christine Lee, Sal Vélez, Kelsey Flower, etc. El elenco del país está sobresaliente. King recibió una dura formación física y emocional para interpretar la evolución de su cuerpo y el brutal desgaste emocional. A todos se les permitió improvisar para que las escenas más crudas reflejasen un mayor realismo. Los actores que hacían de zombis eran especialistas en parkour, lo que brinda esas atléticas y trepidantes persecuciones cuajadas de movimientos físicos perturbadores.
Esta creación de John Hyams y Karl Shaefer opta acertadamente por la grabación cámara en mano. Muchas veces seguimos corriendo al personaje en su huida apuradísima y nos sentimos, como nunca antes, perseguido por un zombi de fuerza y energía sobrehumanas. La visceralidad, la sensación de verosimilitud, la rapidez, todo ello reporta la brutal vivencia de lo que es luchar casi cada minuto de cada día por tu vida, corriendo para no ser asesinado por un zombi o por otro humano que quiere robarte tu vehículo, tu arma o tu comida.
Este grupo de personas que se reúne y dispersa, a lo largo de dos temporadas breves, parte de Calgary para avanzar hacia el norte huyendo de los zombis, cuya potencia y superioridad hace que vivamos cómo la población se ve mermada de una forma más rápida que en ninguna otra serie del tema, los niños desaparecen completamente. Salvo la hija de la protagonista, a quien esta protege con fiereza. La interpretación de esta muchacha púber que, en días, se convierte en una matazombis capaz, impacta. El norte trae la nieve, un frío extremo, sin comida, y la desesperación y el egoísmo aumentan. No hay ninguna figura del tipo de Rick Grimes para reportar humanidad como en la insuperable The Walking Dead.
Esta serie es también verosímil incluso en su aspereza de guion, ausencia de diálogos emotivos y monólogos de líderes alentadores. Trata solo de la desesperación de la supervivencia, de la codicia que sobreviene sin que podamos evitarlo. Yo tengo una lata de comida, tú otra, si te mato y la robo, comeré hoy, pero también mañana. La evolución de los personajes es sobrecogedora, nos sitúa en el conflicto con desasosiego y veracidad abrumadores.
La temporada 2 desvela claves de significación interesantes acerca del pasado de los personajes, se gana en el escaso añadido de diálogos clarificadores, sin que baje el ritmo de la acción. También impacta la belleza de los bosques canadienses nevados de Alberta, y toda la parte de las Montañas Rocosas Canadienses. El frío, los ropajes harapientos improvisados, el dolor de los miembros gangrenados, el body horror roza el guion, pero nunca innecesariamente.
La menor extensión de esta breve recensión no desmerece esta serie, de la que –por distanciamiento cultural– tenemos menos que comentar respecto a su contextualización canadiense. Resulta igualmente memorable dentro de su género, que es como creo que deben ser valoradas todas las creaciones artísticas. En cuanto al suyo, hay un claro homenaje al usar los nombres de Ben y Barbara para dos de los primeros personajes, exactamente como en el clásico de George A. Romero, Night of the Living Dead (1968), una sutil muestra de respeto al padre maestro del género.
A pesar de nuestra distancia cultural, ello no impide valorar la oportunidad de vivir unos ratos frenéticos siendo perseguidos por Canadá. Las ciudades y pueblos donde se filma (como Calgary, High River, Beiseker, Cochrane, etc.) tienen una arquitectura y un diseño urbano que son típicamente canadienses. Edificios, calles, señales… El Estadio McMahon (sede de los Calgary Stampeders) y la Torre de Calgary son espacios emblemáticos reconocibles que aparecen en la serie.
La realización es asombrosa, las largas secuencias sin cortes aparentes, sobre todo en las persecuciones de varios minutos, exigen una detenida planificación, coreografías complejas; la planificación de planos y usos de cámara ha de ser minuciosa, tanto como el trabajo de los actores y especialistas, de interpretaciones crudas y veraces. Nos hallamos ante otra muestra del género apocalíptico muy recomendable y extremadamente emocionante.
III. APUNTES COMPARATISTAS
Dejamos de lado la supremacía cuantitativa fílmica norteamericana y europea para centrarnos en dos polos del continente americano, en el extremo norte Canadá y en el extremo sur la gran Argentina. Dos series culturalmente opuestas, enfrentadas, sin embargo, cuya calidad emana de la empatía y cercanía que nos transmiten los personajes y sus vivencias: los argentinos con sus continuos debates y charlas, con sus discursos eternos y cautivadores, los canadienses con el terror de sus ojos cada segundo, con su necesidad que nos sacude y remueve una hiper-empatía casi molesta de tan verdadera.
Ambas naciones no tienen el volumen de armas que aparece de forma sofocante en las películas y series con puesta en escena en USA, lo que hace ganar la narrativa. Salvo en el tramo final de Black Summer, por la ayuda del ejército mediante las cajas que lanzan desde aviones, en general, la pelea por un arma es constante, la diferencia entre la vida y la muerte. El arma es el instrumento de la muerte, casi nadie tiene armas cuando los respectivos desastres dan inicio. En ninguno de estos trabajos, en cuanto empieza el Apocalipsis, sale ya todo el mundo a la calle con pistolones, granadas y ametralladoras con siete roscas de munición como sucede en las series Made in USA. Esta diferencia es un alto generador de acción y ritmo.
Las diferencias atmosféricas confrontan una nieve radioactiva en El Eternauta que presenta una Buenos Aires fría, pero no congelada, con la nieve de los bosques boreales canadienses y sus mil capas en Black Summer, que sofocan cada paso que dan los personajes, al igual que la agresión del frío, mucho más brutal.
En ambas series, no se exceden con los efectos especiales, que sí lo acaparan todo en tantas otras series, tampoco hay un desmedido Body horror, que sí echa a perder tramos finales de otras aportaciones del género. Así vemos los entornos comunes deteriorados por los zombis/bichos, pero las personas deben apañarse sin tecnología extraordinaria ni llegan tampoco objetos desde el cielo demasiado asombrosos.
Las dos series se complementan por sus elementos opuestos: la geografía, atmósferas cívicas diferentes y climatológicas también diferentes, personajes tan opuestos por sus países tan distintos; pero a la vez hay una cercanía por la calidad de las interpretaciones, la verosimilitud que otorgan los tratamientos, los planos, la observación de cada individuo y su evolución. Dos piezas completas en sí mismas y a la vez un par perfecto para un atracón durante un puente. Eso sí, mejor no coman antes algo muy pesado…