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Más allá de los sueños: un viaje de colores

El final es solo el principio

Cine y pintura, arte ensamblado e indisoluble

Henos aquí, en consecuencia de un prodigioso retroceso, otra vez en el nivel de expresión de los egipcios… El lenguaje de las imágenes no está todavía a punto, porque nosotros no estamos aún hechos para ellas. No hay por ahora suficiente respeto, suficiente culto por lo que expresan.
Abel Gance (1889-1981)

Se denomina Arte a aquella actividad en la que el hombre recrea, con una finalidad estética, un aspecto de la realidad o un sentimiento en formas bellas, valiéndose de la materia, la imagen o el sonido. La pintura surge de un modo casual y necesario para satisfacer el deseo del hombre en tiempos donde este era más contemplativo que interactivo.

La técnica, transformada con el paso del tiempo, evoluciona modificando maravillosamente trabajos y creaciones. De esta forma podemos disfrutar en el cine de referencias dispares en el tiempo, pero necesarias y evocadoras para recrear un momento, una vivencia o una sensación.

El ojo que mira tras el objetivo permite captar la imagen, más allá del propio dibujo, brindándole otro sentido y ofreciendo nuevas directrices para mejorar nuestra comprensión de la imagen, ya de por sí evocadora. El cine es preciso, necesario e imperioso, brindando todas estas posibilidades a un espectador dispuesto a dejarse seducir.

Las imágenes no entienden de idioma, ya conocemos el dicho de que una imagen vale más que mil palabras. Así pues, la exposición pictórica o evocación de la misma no queda acotada por las fronteras lingüísticas y este lenguaje de colores y sombras es tan universal como poderoso.

Un medio tan incomparable de expresión como el cine, en el que el arte está indisolublemente ensamblado, requiere de autenticidad y profesionalidad por parte de sus creadores. Capacidad singular de expresión de múltiples posibilidades. Tomando a los clásicos como referencia, han sido fuente de inspiración para posteriores ejecuciones.

Si observamos el trabajo visual que se nos brinda desde el prisma emocional, la complejidad argumental va acrecentándose por momentos. Los sentimientos nos toman de la mano y guían permanentemente nuestros sentidos. Las relaciones con actividades cotidianas y  con los demás se ven supeditadas irremediablemente.

Los efectos ópticos empleados por la cámara para exponernos la actuación de los actores protagonistas juegan un rol sumamente importante y nos plantean, según encuadres, la historia enfocada a su merced. Es en este punto cuando somos conscientes de que el mismo protagonista no puede adaptarse a las circunstancias del entorno, puesto que son ajenas a él y, por tanto, incontrolables.

El espectador más crítico no solo dictaminará su visión actoral exclusivamente, ya que esta se verá sesgada por muchos otros componentes que orbitan necesariamente a su alrededor. En este momento los protagonistas se convierten en un accesorio más del complejo engranaje que constituye esta expresión artística de dimensiones infinitas.

El cine y con ello las imágenes de todo lo que proyecta, se hicieron transportables y reproducibles. Los espectadores, como consumidores finales del producto, están condicionados por la época, su cultura y, a la postre, por las industrias cinematográficas.

De cualquier forma, es fundamental recuperar, en estos tiempos que nos toca vivir, el gusto por mirar y, en definitiva, por vivir convirtiendo instantáneamente en recuerdos la autenticidad ofrecida a pequeños y exquisitos bocados.

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La pintura nos ofreció el mundo como nunca antes. Nacieron a nuestro alrededor nuevas esperanzas e ilusiones, aventuras y experiencias estimulantes con las que poder enriquecernos. La realidad y la cámara acercaron posturas que aprendieron a entenderse en el mismo idioma. La cotidianidad de repente se convirtió de forma inconsciente en algo interesante, imágenes movedizas que evocan pensamientos inmediatos.

La exclusividad de la contemplación pictórica quedó para unas minorías que gustan de ello y sienten el tiempo fluir diferente. Cine y pintura, pintura y cine, muchos disfrutamos de ambas artes de igual forma, cada una tiene su momento, su sentido y su razón de ser.

Arte crudo y extravagante se dulcifica a favor de un acercamiento a las masas. De nosotros depende el que pase inadvertido o sea considerado como punto de reflexión para debatir estructuras, encuadres, puestas en escena y significados encubiertos. Debemos mirar más de cerca cualquier obra artística que se nos presente, puesto que siempre podremos sumergirnos en ella y disfrutarla de formas diversas.

Dando color a los sentimientos, complejidad al descubierto

Dice el pintor que podemos escuchar los cuadros, oírlos aquí dentro como cuando escuchamos música, porque los colores son como las notas y se repiten como en una melodía: tres amarillos, dos azules, otra vez amarillo y un silencio, el blanco. El blanco no suena… no duele. Si podemos escucharlos ,también los sentiremos. El verde es el equilibrio, el azul profundidad, el violeta, el violeta es el miedo”.

Cuando nuestro círculo más cercano peligra, de alguna forma nos sentimos desubicados. Ahí  debemos recolocarnos tanto física como emocionalmente, este hecho supone un arduo trabajo, donde el  bucear a recónditos lugares profundos de nuestra alma supone un viaje en el que  redescubrirnos y, muchas veces, conocer fortalezas y debilidades de las que no éramos ni lo más remotamente conscientes.

En nuestra ecuación vital, la muerte, como el más fatal de los destinos, abre una puerta al más allá. Se inicia la primera dicotomía de muchas. En este momento, como quien se embarca en un viaje sin retorno, aparecen los que se van y los que se quedan, quedamos entonces ajustados a su merced. Somos animales y es nuestro destino. Tan simple como el ciclo de la vida.

Pero, y aquí viene lo complicado del asunto, los sentimientos siempre van por libre y hacen que, al movernos en su entorno, valoremos este hecho de forma diferente que nuestros congéneres animales.

El partir hacia otro plano inconsciente abre un mundo nuevo que cada uno experimentará según sus propio enriquecimiento, cultura o bagaje vital. No es de extrañar entonces que el entorno construido sea como los pensamientos, único e irrepetible en el que cada uno construirá a su alrededor como se siente. Tantos escenarios como personas abren un espectro infinito de posibilidades.

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Dos partes de un todo: Ascenso o descenso, cielo e infierno. Cada persona tiene su propio destino, son las opciones en la vida las que nos delimitan y marcan de alguna forma nuestro camino.

En el trabajo que nos ocupa intentaré marcar unas pautas para delimitar la historia desde mi particular punto de vista. Las interpretaciones pueden ser tantas como críticos se enfrenten a un trabajo de estas características.

La mente humana es compleja. La parte mental equilibrada y consciente la encarna el protagonista en su papel de médico y la parte onírica, la mujer como pintora, curiosamente, en la muerte los papeles se invierten y él vive en el cielo de las pinturas de ella y ella queda anclada en los miedos y oscuridades más temidas con las que trabaja él.

El cielo pictórico de Chris (Robin Williams), el onírico de su hija o la búsqueda de su hijo no tienen nada que ver con el infierno de su esposa, que vive encadenada a un pasado del que no puede escapar. Esta manifestación de amor en mayúsculas será compensada por la búsqueda de su marido que, a pesar de poder perderlo todo, decide apostar para, si lo consigue, alcanzar eternamente un fin mayor.

Queda fuera de toda duda que el significado de los colores está vinculado a nuestro subconsciente y estado emocional, pero este hecho va más allá. Según nuestra ubicación geográfica o nuestras creencias individuales también cambia la percepción de uno u otro. Atendiendo a esto no es de extrañar que cada propuesta pictórica evoque sensaciones diferentes y muy dispares en cada espectador que la contemple. Así son los cuadros.

Visto desde este enfoque no existen colores positivos ni negativos, buenos ni malos. Simplemente son manifestaciones de luz que combinadas ejercen emociones y se asocian a personas, situaciones o influencias.

De esta forma, someramente, el rojo impulsivo, el naranja elocuente, el amarillo inteligente, el verde esperanza, el azul tranquilo o el violeta intuitivo se combinan con inocentes blancos y elegantes negros para combinarse y crear un universo cromático.

Este es el juego que nos propone Más allá de los sueños (What Dreams May Come, Vincent Ward, 1998) y en ella cada situación vivida e incluso cada personaje que la vive tiene su propia parcela de color.

Este trabajo es una oda a la pintura. Los colores son un protagonista más y junto al pañuelo rojo que ondea al viento de Annie (Annabella  Sciorra) nos embarcamos en este viaje-homenaje pintando nuestro propio entorno tal y como lo hacen los protagonistas de esta historia.

Pintando el cielo de colores. Un paseo por sueños bonitos

Para describir el cielo, no es necesario transportar hasta él los materiales de la tierra. Es necesario dejar la tierra, sus materiales, allí donde están, a fin de embellecer la vida con su ideal.
Conde de Lautréamont (1846-1870)

Un mundo de luz y color representa el cielo de Chris. Azules, verdes, rojos y amarillos nos plantean un espacio seguro y expresivo. La creatividad de su esposa trasladada a su cielo es la que le transmite seguridad y confianza que poco a poco va afianzando su transitar por un mundo desconocido.

El mantenerse en pie en su universo acrílico es el primer reto de muchos, dejar asirse por su guía (Josh Paddock/Cuba Gooding Jr) o ser capaz de animar el ave voluptuosa que surca su cielo son los siguientes pasos naturales que le llevan a acomodarse. Calma y tranquilidad se instalan en él poco a poco.

Como en Los Sueños, de Kurosawa (1990), danza en torno a los amarillos pajizos de cualquier campo de trigo de Vincent Van Gogh (1853-1890) o se mezcla entre Las amapolas de Claude Monet (1840-1926), flores que expresan alegría, vida y amor verdadero.

Una ilusión pura de simpleza alegre y sosegada es lo que siente el protagonista en ese entorno. Su sonrisa y expresión relajada lo delata.

En la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento impresionista surge con fuerza. Una paleta de colores plasma la visión de la realidad en blancos lienzos que sobrevivirán por siempre. Una sinfonía colorista irrumpe para reflejar la visión del mundo. Los colores primarios se instalan en las composiciones pictóricas para transmitir sensaciones reconfortantes cargadas de luz y dinamismo. Muchos son los pintores que utilizando esta técnica plasmaban lo que tenían en sus cabezas o en su entorno más próximo.

Al contemplar las imágenes, muchos son los que también podrían inspirar al autor para la recreación de este espacio. Sirvan estas obras a modo de ejemplo: Blue Landscape, de Paul Cezzane (1840-1926), La mujer con sombrilla en un jardín, de Pierre Auguste Renoir (1841-1919), Paisaje de verano, de David Burliuk (Rusia, 1882-1967) o incluso cualquier rincón campestre de Hernani de Darío de Regoyos (España, 1857-1913).

Volviendo al argumento y su significado pictórico, la primera que aparece es la dálmata. Los animales están en otro plano y sus colores de nuevo contrastan con el paisaje, la pureza del blanco y la sobriedad de su negro pelaje captan inmediatamente la vista del espectador ante tanto color.

La familia no tardará en llegar y cada uno a su manera facilitara al padre este transitar por un mundo desconocido que ellos conocen desde hace años, a pesar de que el tiempo, en estos casos, discurra de modo diferente. El amor verdadero que siente esta familia, a pesar de los problemas y vicisitudes del día a día, está por encima de todas las cosas terrenales.

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El paisaje onírico del cielo de la hija (Jessica Brooks Grant/Rosalind Chao) representando afecto y entrega familiar recuerda al tiovivo que tenía en su habitación. Un espacio seguro y conocido donde se traslada, al igual que su padre, para construir su fantasía. Intuimos los edificios de Thomas Cole (1801-1848) en sus pinturas del Imperio, representando el lago y la ciudad ideal  que evocan tiempos futuros, estética paisajística influida por el romanticismo.

Descendiendo a la oscuridad de los infiernos. Enfrentándonos a nuestras pesadillas

Eres tan maravillosa que preferiría el infierno al cielo solo para estar contigo.
Chris Nielssen

La otra cara de la moneda, llena de tonos oscuros y sombras, es la parte lúgubre. Donde se instala la profunda tristeza de una esposa y madre abandonada que no soporta su destino y toma el camino más corto por la imposibilidad de sobrevivir en el recuerdo. Sumida en las tinieblas, cae irremediablemente en el pozo más oscuro.

Max Von Sydow es Albert o el poeta Virgilio, barquero que acompaña y hace de guía a un abnegado marido en su descenso a los infiernos. Con entrega, fe ciega e ilusión por un feliz desenlace se embarca en esta compleja gesta.

La inmortalidad del alma y la posibilidad de una vida futura nos ofrecen, en este punto del metraje, unos trabajos llenos de negros y grises que denotan la tristeza profunda de los personajes y la desesperanza de la principal protagonista. La poesía de Dante Alighieri (1265-1321) y su obra, la Divina Comedia cobran en este punto total relevancia.

Las ausencias expresadas por el gris granítico del edificio en el que se encuentra atrapada son alegorías a una catedral invertida. La melancolía se instala en sus muros al igual que en los ojos de Annie. La pintora española Ángeles Santos (1911-2013) representa en su trabajo titulado Un mundo, la agonía mental por estar encerrada en ella, una mezcla entre expresionismo y surrealismo describen esta horrible sensación.

Desde William Turner (1775-1851) en su obra el Naufragio hasta las pinturas de El Bosco (1450-1516) en  Descenso de Cristo a los infiernos intuimos un camino difícil y tortuoso, en el que los pesares del alma son igual de peligrosos que los de la travesía. Una experiencia escalofriante instala el dolor y la pena en estos momentos de disturbio y agitación. Esta es la representación del infierno en el que está sumida Annabella.

Y  aunque Gustave Doré (1832-1883) haya sido uno de los ilustradores de la Divina Comedia, es el pintor romántico Caspar David Friedrich (1774-1840) el que a mi juicio representa las escenas claves que atormentan al personaje principal. Recordamos la escena de las calaveras en su obra Caminante sobre el mar de nubes o la del árbol desnudo en Dos hombres contemplando la Luna. Sombríos y difíciles momentos llenos de peligros y pesares.

Por último, me gustaría destacar la importancia del árbol morado que representa alegría, pero va convirtiéndose en tristeza al tiempo que se decolora. Unión y comunicación en una misma representación pictórica que va de la feliz armonía a la más profunda tristeza. Nunca un mismo lienzo supuso tan profundo desahogo para la representación de toda una estirpe. Los colores primarios se combinan; el rojo de Annie y el azul de Chris simbolizan su unión en un árbol cuyas flores púrpura representan sus logros, metas y retos en la vida.

En definitiva, un trabajo en el que la paleta cromática abarca todo el espectro de sensaciones y sentimientos invita a una experiencia única y poco convencional, en la que, además, un complejo guion y la delicada música acrecientan, más si cabe, el interés por su visionado.

L’amor che move il sole e l’altre stelle.
Dante Alighieri

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