Críticas

Humor al otro lado del muro

La muerte de Stalin

The death of Stalin. Armando Iannucci. Reino Unido, 2017.

Cartel de la película La muerte de StalinEl cine mezclado con la política es un terreno pantanoso donde es fácil perder el equilibrio y caer en el panfleto interesado o la propaganda insidiosa. Hacer malabares en este campo de minas, en ocasiones, deja para el recuerdo obras destacables, e incluso alguna obra maestra. Desde luego, las bambalinas del poder son abono para la sátira y la comedia, enmarcada en un mundo donde la realidad hace migas a la ficción. Armando Iannucci es de esos especialistas en provocar sonrisas a partir de hechos terribles y momentos históricos tensos. La muerte de Stalin es el regreso de este afilado director a un terreno donde ha demostrado enorme soltura y mala baba.

A Iannucci lo conocí cuando lanzó al mundo In the loop (2009)su despiadada disección de aquel infausto momento en el que la política internacional entró en un peligroso delirio a cuenta de la invasión de Irak. La famosa foto de las Azores hizo que el mundo se tambalease por enésima vez ante la megalomanía y los intereses de occidente, y el director aprovechó los vaivenes históricos para construir una divertida sátira política que camuflaba el horror de la guerra tras una trama de despachos e inoperancia. El espectador reía, sí, pero más por la increíble sucesión de idiotez humana que conduce al peor de los escenarios, usado por el director británico como afilado estilete.

Por estos derroteros transcurre La muerte de Stalin, pero para la ocasión, Iannucci se aparta de la rabiosa actualidad y nos propone un viaje en el tiempo. El punto de partida de su nueva comedia es el ocaso del régimen Stalinista, que marcó con mano de hierro el destino de la Unión Soviética. El título de la película no engaña, y es la muerte del endiosado dictador lo que marca el pistoletazo de salida a las intrigas palaciegas en las altas esferas del Partido para establecer la sucesión del fallecido.

La muerte de Stalin, fotograma

Las intenciones de Iannucci están muy lejos de la reconstrucción histórica exacta. La muerte de Stalin reviste de comedia del tono más negro este instante clave de la historia, armado con la artillería pesada del excelente libreto que sirve de fuelle a la película. Entre el sofisticado humor al más puro estilo inglés al chiste grueso e incluso incómodo, el ingenio subraya cada línea de texto de La muerte de Stalin. Es una película en la que los personajes hablan hasta la extenuación, cargados de delirantes diálogos en situaciones extravagantes, pero no por ello menos plausibles. A pesar del carácter de invención, de juego con la historia, el toque surrealista y desesperante con el que Iannucci viste su obra hace que el recorrido de los personajes sea perversamente cómico, pero no menos creíble.

La intención teatral crea, quizá, cierta sensación forzada, de exceso de carga en el texto. A pesar de la ligereza y el dinamismo en los diálogos, bien es cierto que es bastante difícil encontrar a alguien que hable así en el mundo real. Iannucci juega en ese sentido con la plena autoconsciencia de entrar de lleno en la invención. No quiere dar una lección de historia, a pesar del enorme esfuerzo en la construcción de ambiente y contexto, y se sumerge con alegría en el estilo que ya es marca de la casa para la reflexión acerca de la ambición y la naturaleza del poder.

En La muerte de Stalin, Iannucci renuncia a efectismos y excesos en el trabajo tras la cámara. Maneja los espacios para que los personajes tengan presencia y protagonismo absoluto, e incluso el mismo entorno se convierte en carne de chiste, de gag, parte primordial de un todo claro e intencionado. El resultado de esa renuncia a la extravagancia visual es una película transparente en su mensaje y brillante como narración. No paran de ocurrir cosas, en la tradición de la mejor comedia clásica, y las situaciones descabelladas se concatenan sin respiro, lanzadas con habilidad para que la sorpresa sirva de velo sobre la descarnada violencia ejercida por unos seres despiadados, caricaturas terribles de la locura que conlleva el ejercicio del poder en un contexto ya de por sí desquiciado como la Rusia de Stalin.

The Death of Stalin

Para que la propuesta funcione, defender un texto de esta envergadura necesita de un plantel de actores solventes y creíbles. En ese sentido, el reparto masculino brilla con siniestra luz propia, encabezado por la solvencia de actores curtidos en mil batallas como Steve Buscemi y Michael palin. El salvaje ecosistema de pura supervivencia que poco a poco se desvela ante los ojos del espectador descubre el auténtico espíritu de estos hombres, perfectamente adaptados a la ley del más fuerte cuando desaparece la figura del macho alfa, del líder supremo, y salen todos de la larga sombra que proyecta el Gran Hombre.

La sombra de Stalin ofrece pocos altibajos en su ritmo trotón y desenfrenado. El intercambio de réplicas ingeniosas o brutalidad pérfida por parte de seres amorales aferrados a los privilegios del poder exige la atención completa del espectador en todo momento, recompensado con una elegante muestra de funambulismo en los límites del humor (si es que eso existe). Aún así, el carácter escénico de la película pone en evidencia el abismo que existe entre su esencia ficcional y sus pretensiones de realismo. Este segundo perfil queda disuelto por la imaginación surrealista, a pesar del ya comentado fastuoso envoltorio escénico. La ostentación decadente de las grandes mansiones choca con las mohosos centros de tortura, en donde se respira el oxidado olor de la sangre seca. Las dos caras de una época contradictoria y convulsa, donde los aliados pueden ser monstruos al día siguiente.

El ejercicio de la sátira es salud mental, mirar cara a cara a los infiernos de nuestra historia con acidezee  inteligencia lúcida. Es la mejor manera de romper con fanatismos y dogmas escritos en piedra, de transformar la risa en crítica y viceversa. La muerte de Stalin es buen ejemplo de todo esto, en manos de un director que ya es especialista en el paseo por los episodios turbios de la historia reciente. Iannucci no está aquí para hacer amigos, en ningún lado del muro. Está aquí para señalar los grises, para sorprendernos, e incluso irritarnos. Algo diferente en estos días en los que la ofensa está a la orden del día y las emociones han de ser limpias, neutras y masticadas para evitar problemas.

Tráiler:

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Ficha técnica:

La muerte de Stalin (The death of Stalin),  Reino Unido, 2017.

Dirección: Armando Iannucci
Duración: 106 minutos
Guion: Armando Iannucci, David Schneider, Ian Martin, Peter Fellows (Cómic: Fabien Nury)
Producción: Quad Productions / Main Journey / Free Range Films
Fotografía: Zac Nicholson
Música: Christopher Willis
Reparto: Steve Buscemi, Simon Russell Beale, Jeffrey Tambor, Michael Palin, Andrea Riseborough, Dermot Crowley, Jason Isaacs, Rupert Friend, Olga Kurylenko, Paddy Considine, Adrian McLoughlin, Paul Whitehouse, Paul Chahidi, Tom Brooke, Justin Edwards, Richard Brake, Jonathan Aris, Roger Ashton-Griffiths

2 respuestas a «La muerte de Stalin»

  1. Una película que lo único bueno que tiene es la producción. Es una chabacanería que obviamente sirve en estos momentos para atreciar la ruso fobia de los gringos y sus lacayos europeos.

  2. Excelente análisis de una muy buena película. Una excursión acertada al egoísmo tiránico. Para que no se olvide, se narra la tragedia con el condimento del humor surrealista.

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