Críticas

Memento Chile

La cordillera de los sueños

Patricio Guzmán. Chile, Francia, 2019.

Recordar es una acción que nos pide encontrar un punto de encuentro entre lo que fue (el pasado) y lo que es (el presente). Significa, efectivamente, poner en marcha una serie de lecturas que necesitan una estructura de análisis para que se pueda darle un valor a lo que formó parte de nuestra vida. El recuerdo, además, puede ser un acto traumático, como cuando abrimos los ojos de la memoria ante eventos que, de por sí, nos han dejado un rastro negativo, una huella de la que no queremos hablar, fingir que nunca existió. Estos traumas, momentos de desestabilización de nuestras vidas, pueden ser tanto íntimos, conectados con la singularidad de nuestro ser personal, como sociales, demostración de que la colectividad existe en su forma de masa informe pero real, concreta. Esta dualidad nos lleva al diálogo que se crea entre lo personal y lo colectivo, la lectura subjetiva de eventos que, como tales, se insertan en el conjunto de lo objetivo. Recordar, entonces, no es solo hacer que vuelvan al presente momentos pasados, sino también descifrar y reelaborar actos que fueron y que nos han formado en tanto personas.

El Chile de Guzmán se abre después de cruzar una cordillera. Elemento natural, mudo, los estratos de arena y piedra presentan un punto de partida para que se pueda hablar de un nación que, en su historia, ha conocido una larga serie de lutos. Habría que llevar ropa negra, quizás, cuando la memoria nos empuja hacia matanzas sangrientas (largas torturas, en los casos menores, si de seguir con vida hablamos). Sin embargo, la vida continúa y, por esta razón, entramos en el juego de las memorias que fallecen como si su instinto vital se hubiera apagado, dejando libre a un presente que mira más hacia el aquí y ahora, como también, con menos fuerza, a un futuro no muy lejano (parece que los seres humanos somos incapaces de crear planes con una duración que vaya más allá de los cincuenta años). ¿Qué decir, entonces, de las heridas de esta nación, de su población?

Las preguntas de Guzmán son las de quien no logra encontrar su reflejo en la patria moderna. Después de muchos años pasados en el extranjero, la ruptura es la que lleva a instaurar una diferencia insalubre e imposible de sanar entre él y el mundo de su infancia y juventud. Esta forma de malestar no es de carácter biológico; la naúsea metafórica es la que simplemente le pide al espectador que comparta el desfase que siente el director ante un mundo que ya no forma parte de él, pero que, por su naturaleza, es el mismo que había dejado. Como las caras de las personas que no vemos desde hace decenas de años, algo sí ha cambiado pero, detrás de aquellos ojos, algo sigue vivo, la presencia de una temporalidad todavía atada a lo que fue.

Este documental quiere ser, entonces, una pregunta que nace de Guzmán y que se abre ante las miradas de sus compatriotas, como también de todo espectador. Los cambios chilenos, su historia, son elementos que necesitan una respuesta ante el dilema que el director se (nos) pone: ¿es que el presente justifica el pasado? Esta necesidad de darse cuenta del resultado de lo que fue, de si lo que ahora tenemos efectivamente ha valido la pena, y de si olvidar sea quizás la mejor manera de seguir en este mundo (el mundo chileno, obviamente, pero también el mundo humano), todo esto nos fuerza a un diálogo que no puede ni nunca podrá tener una conclusión simple y clara.

El olvido, negación de una existencia de la que queremos borrar la presencia temporal, puede salvarnos, como también puede condenarnos a repetir los mismos errores del pasado. Laberinto del que parece imposible salir, nuestra memoria resulta ser solo parcial, ya que los secretos de los sótanos de las torturas, por ejemplo, nunca podrán obtener aquella documentación visual de la que tenemos necesidad para, obviamente, no olvidar. Todo es un correr tras un pasado y un futuro que separan el presente de su obligación moral, la reivindicación de la existencia de unas víctimas, algunas de las cuales ya no tienen voz para hablar. En todo esto, la cordillera sigue allí, con un silencio capaz de crear unos ecos que resuenan en la calma anárquica de nuestros cerebros cuando los ojos nos echan en la cara la impotencia de nuestras acciones ante las imágenes de unas protestas que acabaron en la sangre y en el silencio.

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Ficha técnica:

La cordillera de los sueños ,  Chile, Francia, 2019.

Dirección: Patricio Guzmán
Duración: 85 minutos
Guion: Patricio Guzmán
Producción: Renate Sachse
Fotografía: Samuel Lahu

Una respuesta a «La cordillera de los sueños»

  1. Qué buena lectura de una obra que sigue una búsqueda casi infinita de Patricio Guzmán y el pasado chileno (podría ampliarse al pasado sudamericano). Ojalá podamos verla en el país vecino. Gracias por descubrirla para los lectores.

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