Críticas

Del "fuck" al "nigga"

Django desencadenado

Django Unchained. Quentin Tarantino. EUA, 2012.

django-cartelTras la primera hora de metraje de Django desencadenado, un rótulo empieza a deslizarse por la pantalla: «Y después de un invierno muy frío y provechoso, Django y el Dr. Schultz bajaron de las montañas y se dirigieron a…Misisipi». En el cine, las elipsis de años, o incluso de décadas, son frecuentes y el espectador sabe como interpretarlas sin necesidad de acotaciones. Así, se deduce una cáustica intención de Quentin Tarantino de autoparodiarse, admitiendo una verborrea que el paso del tiempo ha vuelto incontrolable. No puede dejar de apuntar algo que le duele: ha tenido que recortar un invierno. Solo un invierno, vale. Pero un invierno que en realidad supondría una suculenta ración de minutos extra para una cinta que dura casi tres horas. Si esto os gusta, que sepáis que había mucho más, viene a decir. De ahí que los trailers nunca le hagan justicia promocional, sino que reducen el impacto de una vocación relatora (emparentada con una infinita cultura audiovisual) que tiene tantas cosas que contar que el formato tradicional del celuloide se le ha quedado corto.

El constante, exagerado y pasional ejercicio de «cinefagia» que desde muy temprana edad ha perpetrado el director de Pulp Fiction (1994) marca la diferencia con una más extendida praxis del estudio puro y duro de los lenguajes cinematográficos precedentes. Por eso resulta extraño que siendo un reconocido fanático del spaghetti western, ya sea por respeto, ya por su acostumbrada maduración obsesiva de los proyectos, Tarantino no hubiera atacado aún tan popular subgénero. O al menos no en un sentido estricto; recordemos que el díptico de Kill Bill (Kill Bill vol. 1 y 2, 2003-2004) o Malditos bastardos (Inglourious Basterds, 2009) ya importaban los códigos del spaghetti junto a grandes dosis de delirio y mala baba.

django-2De hecho, Django desencadenado casi replica el diseño temporal y la arquitectura narrativa de Malditos bastardos (esta presenta un nivel de fantasía superior, perteneciendo ambas a una filmografía de películas primas hermanas). Toma como punto de partida un notable y muy cinematográfico período de la historia norteamericana, el auge de la esclavitud en los estados de la Confederación, en los albores de la Guerra de Secesión (la coincidencia en la cartelera con Lincoln —Steven Spielberg, 2012— podría entenderse como una broma pesada de los exhibidores) para hacer cundir una intimidad delirante y casi utópica que, ya desde el mismo argot, prescinde de cualquier atisbo de rigor histórico: cada escena constituye un episodio memorable basado en la dilatación del tiempo, la (cada vez más simétrica) administración de chistes, y el adorno preciosista.

Pero, sin duda, el elemento que verdaderamente evoca el espíritu de Malditos bastardos es la presencia de su gran descubrimiento, el carismático Christoph Waltz. He ahí la condición sine qua non de cualquier personaje parido por la pluma de Tarantino; sea quien sea, haga lo que haga, debe molar por encima de todo, el público ha de identificar en él una aptitud —intrínseca— para el deleite (razón por la cual Django —Jamie Foxx—, pese a ser tutorado por el Dr. Schultz, demuestra una destreza envidiable en el uso de armas). Y Waltz, perro viejo, vuelve a dar una lección de cinismo (y de capacidad idiomática) genuinamente tarantiniano con una particularidad: con un temperamento en las antípodas del que ostentaba el excelso coronel Hans Landa, el Dr. Schultz es el personaje con más corazón de toda la carrera del cineasta norteamericano. El único con corazón, cabría decir (no comparable a Django, también único, pero divergente en la motivación: está enamorado). Y por ello es sorprendentemente vulnerable; condenado desde el principio, funciona como una suerte de dead man walking. Mentor paternal para Django —como, a su manera, Calvin Candie lo es para su esclavo Stephen, completando un cuarteto para los anales del cine—, esta relación que rota los roles de caballero/escudero abre el cajón de los experimentos de un director acostumbrado a repetir, con diferentes colores, una fórmula efectiva. La que pasaba por la homogeneización de influencias en un collage de caligrafía visual impecable (mención aparte para un oído refinado) y unos guiones que, aún cada vez más verosímiles (en comparación con el desparrame pulp de antaño), realizaban acrobacias imposibles que el director podía permitirse gracias a un consecuente mercantilismo. Después de siete películas, parece aflorar una inquietud por renovar los caminos del goce.

django-3Esta falsaria madurez, fruto de la experiencia, ha devenido en un ligero trastorno de la marca de la casa. Django desencadenado presenta el arranque más grotesco de toda la obra de Tarantino. Pero la focalización del guion en una historia de amor, aún condicionada por las guías del blaxploitation, hacen de este su ejercicio más solemne: por unas conversaciones que, pese a explayarse por escenas interminables, han desechado la banalidad y van al grano (salvo en la construcción de gags, como ocurre en el estupendo episodio dedicado al Ku Klux Klan); por unos fetichismos que se han atenuado al mínimo —como también lo ha hecho el papel de la mujer— ; pero, sobre todo, por los sentimientos encontrados que genera la violencia. Sangre a chorros, surtidas ensaladas de tiros, la diversión ya no es tal como era, sino que depende del destinatario (quien vea racismo está ciego). Su omnipresente venganza se siente más justa y se hace deseable desde la previsibilidad (la sala casi puede coreografiar la acción en su mente), con un in crescendo que concede dos finales, para dos tipos de enemigos, el físico y, el más duro, el ideológico. El habitual gusto por el exceso ha mutado en delicatessen para los ojos.

Por supuesto, no se echan en falta los préstamos del subgénero, desde los paneos y zooms que rescatan la caricatura de su lenguaje cinematográfico, pasando por el simpático cameo del Django original (Franco Nero), hasta una excelente banda sonora de fusión (en la que colabora el propio Jamie Foxx) gobernada por Morricone. Mas, aludiendo de nuevo a la incontinencia de un director que jamás perderá las ganas de fardar, se incluye un colofón en forma de gimnástica equina. No diga spaghetti, diga Tarantino.

Tráiler:

 

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Ficha técnica:

Django desencadenado (Django Unchained),  EUA, 2012.

Dirección: Quentin Tarantino
Guion: Quentin Tarantino
Fotografía: Robert Richardson
Reparto: Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Don Johnson, Walton Goggins, James Remar, Dennis Christopher, Michael Parks, Bruce Dern, Franco Nero, Jonah Hill, Tom Savini, M.C. Gainey, RZA, Todd Allen, James Russo, Tom Wopat, Misty Upham, Gerald McRaney, Cooper Huckabee, Laura Cayouette, Amber Tamblyn.

2 respuestas a «Django desencadenado»

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