Críticas

En los márgenes del sueño americano

Bomb City

Jameson Brooks. Estado Unidos, 2017.

Póster de Bomb CityEl discurso del odio parece ganar enteros en un mundo cada día más polarizado. Las voces resuenan con estallidos de rabia contra el diferente, contra aquellos que reciben en la cara los peores puñetazos de la realidad. Necesitamos chivos expiatorios para nuestros males como sociedad, y señalar con el dedo a los débiles, a los sin voz, a los que buscan un conato de ruptura con la línea recta imperante, se ha convertido en la vía de escape de un planeta desnortado, acongojado por el miedo global.

El cine, por supuesto, se hace eco de esta realidad patente y palpable, desde los discursos políticos al ruido furioso de las redes sociales. La protesta ante el abuso de poder, el dar presencia a aquellos que permanecen en las derivas de lo cotidiano, es el impulso de no pocas obras importantes de los últimos años. Bomb City se encuadra dentro de estas sensibilidades, perpetrada por un director armado de mensajes claros e intenciones directas, dispuesto a recordarnos a todos que la justicia, en más ocasiones de las que desearíamos, es una quimera. Jameson Brooks traduce en imágenes la rabia, la impotencia ante la terrible realidad, basándose en un hecho real, entre la memoria y el homenaje.

El contexto que rodea la obra de Brooks es fundamental para entender el conjunto. Nos propone un viaje a finales de los 90, a la comunidad de Amarillo, Texas, esa América profunda desconcertante y desequilibrada. En ese lugar, en esa época, vive Brian Deneke, joven fanático de la música y la estética punk. En la comunidad, existe una clara aversión a la presencia de Deneke y sus amigos. Son el reverso del sueño americano. Son la rabia y la furia adolescente contra la adormecida clase burguesa acomodada en las vidas de diseño en los márgenes de la fantasía de la normalidad. Los jóvenes punks representan una mancha. No quieren un coche caro, o la casa con jardín, o la familia perfecta de barbacoa los domingos. Quieren ruido, libertad, escapar de los presupuestos de las existencias planas de las estrellas del equipo de fútbol, de padres que ya han escrito la vida de sus hijos, de sonrisas perfectas.

Fotograma de Bomb City

Por supuesto, esta postura lleva a conflictos. Amarillo es un polvorín, gasolina para el derramamiento de sangre, la ciudad bomba que se ve abocada a la explosión inevitable. Brooks sirve de guía por las calles de la comunidad, de los vestuarios de los deportistas de familias bien al tugurio donde Deneke y sus colegas escuchan su ruidosa música y viven sus ruidosas vidas, en las grietas de la fantasía de perfección de sus vecinos. Son los indeseables, la suciedad, los rebeldes sin causa, incapaces de aceptar que no hay otro camino que el de la mayoría bienpensante.

Con habilidad y talento visual, Jameson Brooks recupera la memoria de esta historia real, uno de los episodios más indignantes en cuanto a las fisuras y desigualdades de la justicia americana. A  lo largo de un esperpéntico proceso judicial, las víctimas fueron convertidas en monstruos, y los monstruos reales pasaron por víctimas, defensores de los valores del auténtico espíritu de los Estados Unidos.  Sobra la curiosa estructura temporal de la película, el debutante director conduce al espectador al inevitable final, construyendo tensión, mientras mezcla el proceso judicial con los hechos que dieron forma a la tragedia.

Hay que reconocer que Brooks tiene fuerza y mundo propio. Propone un poderoso entorno visual para Bomb City, basado en la sencillez y economía de ideas. Da forma, de manera inteligente, al entorno urbano opresivo y desigual, y consigue llegar al espectador, gracias a la calma, al perfecto y en ocasiones complejo, tino a la hora de encadenar imágenes. Jameson Brooks se descubre como artesano, elegante entre la mugre y el ruido, sensible, capaz de la contención de rabia en beneficio de la intensidad de la propuesta visual.

El problema es que, a pesar del atractivo envoltorio de Bomb City, el resto de las piezas de la propuesta son bastante más inconsistentes. Incluso sintiéndose cómodo con la postura del director respecto a los hechos, es muy difícil aceptar el tratamiento de los personajes, ofrecidos de forma maniquea, sin demasiadas concesiones para el debate, sin intención alguna de que el espectador genere sus propias conclusiones. El mensaje es demasiado teledirigido, sin ningún tipo de arista, sin blancos y negros. Resta realidad y contundencia en el mensaje por culpa de la simpleza desesperante con la que se construyen las diferencias entre los dos grupos de jóvenes implicados.

Bomb City, película

Es una lástima. Hay momentos de buen cine en Bomb City, pero se ven diluidos por el sensiblero fondo. El talento de Jameson Brooks la salva de caer en los infiernos del simple telefilme, y es por la fuerza de las imágenes que no desesperamos como espectadores.

Bomb City se queda corta en la reivindicación punk. Resulta demasiado taimada en el contexto de chupas de cuero, tachuelas y crestas de colores. También es «quiero y no puedo» en las conclusiones, masticadas hasta la extenuación por el mensaje evidente y machacón. Aún así, es interesante por el descubrimiento de Brooks, que dará mucho que hablar en el futuro, y por la memoria de un hecho que debería hacernos reflexionar a todos sobre el mantra de que todos somos iguales ante la ley. Desde luego, Bomb City tiene buenas intenciones. Eso sí, como sabemos, es de eso de lo que está pavimentado el camino al infierno.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Bomb City ,  Estado Unidos, 2017.

Dirección: Jameson Brooks
Duración: 95 minutos
Guion: Jameson Brooks, Sheldon Chick
Producción: 3rd Identity Films / Bomb City Film
Fotografía: Jake Wilganowski
Música: Cody Chick, Sheldon Chick
Reparto: Dave Randolph-Mayhem Davis, Glenn Morshower, Logan Huffman, Lorelei Linklater, Eddie Hassell, Henry Knotts, Dominic Ryan Gabriel, Luke Shelton, Maemae Renfrow, Michael Seitz, Lukas Termin, Audrey Gerthoffer

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