Críticas

Un grito de amor desde el centro del cine

9 dedos

9 doigts. François-Jacques Ossang. Francia, 2017.

Cartel de la película 9 dedosJ. Ossang permanecía, después de treinta años de carrera hasta el estreno prácticamente mundial de 9 dedos, como el verdadero autor de culto del cine contemporáneo. Cumplía todos los tópicos. Su cine era estrictamente invisible fuera de los selectos foros colectivos o individuales, también virtuales o reales, de la cinefilia. Sus obras son crípticas en su mensaje, difíciles en sus formas narrativas y lúdicas en su recreación de los géneros. Sus películas generan adhesiones y repulsas instantáneas, pero, en cualquier caso, alabarlas desmesuradamente o rechazarlas con vigor significaba colocarse varios peldaños más arriba que los fans de Bela Tarr, de Lav Diaz, de Fien Troch, cuya obra es casi mainstream al lado de la de Ossang. 9 dedos será el film que lo ha hecho entrar en un culto más cool y menos cinéfilo.

Y sin embargo, 9 dedos es un film muy cinéfilo. En sus formas resuenan ecos y casi citas del cine de Fritz Lang, de Eisenstein, de Jean Vigo, de Orson Welles y, sobre todo, de Melville, pero se trata de un Jean-Pierre Melville pasado por la clarificación ideológica del situacionismo. Por la turbia estética de los compañeros de Debord, también. En efecto, 9 dedos es un thriller de forma clásica construido a partir de unas estructuras narrativas que no tienen nada de clásico. Si parece que continúa la división tripartita que tanto gustaba a Melville, a saber, la del golpe-huida-detención o muerte, lo hace para dinamitarla.

Fotograma de la película 9 de dos

En primer lugar, Ossang no parece interesado en desarrollar las motivaciones ni la actividad delictiva del grupo protagonista. De hecho, la lateralidad con que es tratada contrasta de modo superlativo si lo comparamos con uno de los grandes ejemplos del género clásico y ayuda a ver la cualidad estética de este distanciamiento. Si en Rififi (1955) Jules Dassin dedicaba ni más ni menos que 28 minutos a la ejecución de un robo en una escena que se asentó como un modelo de perfección del suspense, Ossang no llega ni a traspasar el umbral de la mansión robada. Y es que lo que le interesa a Ossang está fuera de la acción, pues no es otra cosa que establecer las posibilidades de desviación que ofrece el género.

Así, tras el asalto fallido 9 dedos continúa la estructura narrativa clásica y se centra en la huida de los delincuentes, huida que se convierte en una verdadera deriva situacionista, en un deambular sin rumbo aparente en el que afloran y se expresan sentimientos, ideas, deseos, miedos y reflexiones políticas. El giro que la verbalidad del filme toma hacia una profundidad inaudita en el género se percibe con tal grado de dislocación que hace abandonar la verosimilitud de las situaciones y los personajes que nos lleva a pensar en un acto de apropiación irónica como aquel al que los situacionistas sometían cualquier artefacto del espectáculo, torsionándolo para obligarlo a decir y significar lo contrario de su esencia.

9 doigts

Finalmente, 9 dedos asume las últimas consecuencias de la deriva sin rumbo iniciada en la segunda parte y en la tercera procede a hacer saltar por los aires cualquier posibilidad de resolución del conflicto. Si en las obras clásicas de Melville todo volvía a su sitio mediante el restablecimiento del orden legal, 9 dedos se introduce irreversiblemente en la utopía, literalmente, en ningún lugar. No solo no hay resolución, sino que se abre un escenario incierto en el que el espectador debe desplegar toda su capacidad para poder acceder al sentido de este giro utópico.

Por cierto que ya al espectador se lo había introducido en una compleja red en la que debía unir las piezas que diesen sentido al conjunto. Y esto lo logra Ossang mediante su sofisticado concepto de la forma cinematográfica. El carácter fragmentario de la narración y sus diferentes ritmos, su constante deambular entre un montaje analítico bressoniano y el plano secuencia casi trascendental a lo Tarkovski, el paso extremo de una iluminación expresionista a otra naturalista inundada de luz, hacen de 9 dedos una muestra sobre cómo expresar cinematográficamente, y solo cinematográficamente, la dificultad de enfrentarse al sentido de liberación de la utopía en un mundo dominado por el sinsentido y la opresión. Ahí el punto en que se introduce al espectador, un punto indeterminado, como el que ocupan esos personajes que el montaje nos muestra siempre descontextualizados (o mejor, en ambientes en los que no es posible inferir un contexto en el que los personajes puedan insertarse), el punto cero del nihilismo en el que nace la ética.

Nueve dedos, crítica

9 dedos no es una película perfecta, ni mucho menos, pero es cine, auténtico cine, y como tal es mucho más estimulante que la perfecta vanagloria de cuantos hilos invisibles o formas del agua rebosan las pantallas del espectáculo y las listas de taquilla.

 

Tráiler

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Ficha técnica:

9 dedos (9 doigts),  Francia, 2017.

Dirección: François-Jacques Ossang
Duración: 99 minutos
Guion: François-Jacques Ossang
Fotografía: Simon Roca
Reparto: Gaspard Ulliel, Paul Hamy, Damien Bonnard, Pascal Greggory, Diogo Dória, Lisa Hartman, Alexis Manenti, Lionel Tua, Elvire, Susana Afonso Lopes

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