Críticas

James Gray, el último romántico

Z. La ciudad perdida

The Lost City of Z. James Gray. Estados Unidos, 2016.

Las películas rodadas en la selva o en las montañas suelen generar su propia leyenda, que convierte al rodaje en una aventura por derecho propio, como si los cineastas no quisiesen quedarse pequeños ante las dimensiones de los aventureros que retratan. Le pasó al Coppola de Apocalypse Now (1979) y al Herzog de Fitzcarraldo (1982). Ellos advierten, a su vez, a los cineastas jóvenes que no lo hagan, que no se internen en la selva. Lo contó el Iñárritu de El renacido (The Revenant, 2015), a quien Clint Eastwood advirtió que él nunca rodaría en esas condiciones, y lo cuenta el James Gray de Z. La ciudad perdida, a quien Coppola solo dijo dos palabras: “no vayas”. Pero van, afortunadamente, y regresan devorados por los mosquitos y con nuevas películas bajo el brazo.

James Gray, quien hasta ahora se había distinguido como artífice de elegantes películas urbanas (La noche es nuestra, We Own the Night, 2007; Two Lovers, 2008; El sueño de Ellis, The Immigrant, 2013) ha sentido también la llamada de lo salvaje y se ha internado en la jungla colombiana armado de película de 35 mm. en compañía de Charlie Hunnam, el inolvidable Jax Teller de Sons of Anarchy, en busca del espíritu del romanticismo encarnado en Percival Fawcett. Percy fue un militar inglés que, tras varios años en el norte de África haciendo tareas de inteligencia, en 1906 encabezó varias expediciones en la Amazonia brasileña por cuenta de la Royal Geographic Society. Su carácter inquieto, curioso y visionario, y su habilidad como explorador que sabía confraternizar con las poblaciones indígenas le ganaron una reputación de aventurero muy popular y al mismo tiempo incómodo para el estamento científico, sobre todo por su teoría sobre la existencia de una gran civilización precolombina a cuyos hipotéticos restos llamó “la ciudad perdida de Z”. En su búsqueda emprendió varias expediciones; la última de ellas en 1925, acompañado por su hijo Jack. Poco tiempo después de enviar desde una aldea en el corazón de la selva una última carta a la esposa de Percy, se dirigieron a pie hacia un territorio desconocido; no se volvió a saber nada de ellos, a pesar de que varias expediciones fueron enviadas en su búsqueda. Su dramático final ha alimentado la leyenda de un personaje que ya en vida tenía rasgos legendarios y, lo que resulta interesante, ecos de esa leyenda se encuentran no solo en la literatura y el cine, sino en la propia tradición oral amazónica, en la que perduran varias versiones más o menos míticas.

Hoy puede resultar difícil entender la fascinación que despertaban los “mundos perdidos” a principios del siglo veinte. No solo fueron un género literario; o, mejor dicho, fueron un género literario porque eran una experiencia real. Schlieman encontró, contra el escepticismo de los arqueólogos académicos, las ruinas de Troya en 1868. Durante toda la segunda mitad del siglo diecinueve se excavó el Valle de los Reyes hasta que Carter encontró la tumba de Tutankamón en 1922. Y en 1908, Hiram Bingham encontró las ruinas de Machu Pichu. Así que no es extraño que, a partir de la aparición de Las minas del Rey Salomón (1885), de H. Rider Haggard, se desarrollase todo un subgénero de ciudades perdidas y aventuras en la selva, del que yo destacaría El hombre que pudo reinar (1888), de Rudyard Kipling, que dio lugar a la maravillosa película del mismo nombre y que dirigió John Huston en 1975, y El mundo perdido, de A. Conan Doyle, cuya primera versión para el cine data de 1925, el año de la desaparición de Percy y Jack. Fawcett fue amigo de Rider Haggard y de Conan Doyle, a quien facilitó sus apuntes sobre la Amazonia para que los utilizase en su novela (resulta extraño pensar que, al mismo tiempo que él se esfumaba en la selva a causa de quién sabe qué peligros reales, se estrenase en las pantallas una versión de sus aventuras con dinosaurios de goma, basada en sus propias notas). Él, por su parte, no encontró la ciudad perdida de Z pero su búsqueda no era más quimérica que muchas de la época y, como vemos, la realidad y la ficción se codeaban amigablemente entre los gentlemen victorianos.

Lost city of Z

Steven Spielberg se basó un poco en cada uno de estos aventureros/exploradores para construir el personaje de Indiana Jones: científico a ratos, saqueador de tumbas y expoliador cultural sin remordimientos, individualista recalcitrante, amante de la aventura e irresistiblemente simpático. Consiguió con ello un logro considerable, aunque discutible si lo vemos de forma crítica: limar las aristas de unos personajes ambiguos, visionarios insumisos que a su paso iban destruyendo aquello que los fascinaba (ha costado cien años que la Universidad de Yale devolviese la mayoría de las 50.000 piezas arqueológicas que Bingham robó de Machu Pichu, asusta pensar lo que habrían hecho los ingleses con la ciudad perdida de Z si Fawcett la hubiese encontrado). Así que la empresa de James Gray no era fácil, supongo que los mosquitos fueron lo de menos: construir un personaje creíble a partir de las memorias de un auténtico tomb raider, mostrar sus luces y algunas de sus sombras, impregnar su historia de un romanticismo realista –si es que eso tiene algún sentido– mostrar su determinación, su inadaptación, su pensamiento divergente, sus contradictorios valores. A modo de ejemplo, Percy se lanza a sus expediciones impelido por un deseo de conocimiento y de amor por la naturaleza salvaje, pero también en busca de un éxito que le asegure un puesto en la élite militar inglesa que se le niega por sus orígenes de clase. En suma, Gray pretendía devolver cierta entidad pensante a la cabeza que hay bajo el sombrero de fieltro, sin escamotear sus motivaciones pragmáticas y hacerlo, además, sin perder de vista la memoria cinéfila: serpientes venenosas, pirañas voraces, caníbales reductores de cabezas, rostros hieráticos tallados en las rocas de la jungla…

Demasiadas contradicciones quizá, como si el cineasta no quisiese dejar a nadie sin su premio de consolación: alegatos feministas por parte de Nina Fawcett, reivindicaciones anticlasistas, defensa del medio ambiente y de las comunidades indígenas y, al mismo tiempo, homenaje a las películas de aventuras con guiños a sus estereotipos, la película no acaba de mostrar su verdadero rostro, quizá asediada por demasiados conflictos ideológicos. Lo que ha conseguido, desde luego, es que de entre todas esas contradicciones emerja el romanticismo que indudablemente buscaba. Un romanticismo posmoderno quizá, muy siglo veintiuno, lleno de matices e inseguridades, pero definitivamente enamorado del viaje sin retorno.

Para ello ha tenido el acierto o la suerte de contar con el director iraní de fotografía Darius Khondji, artista capaz de iluminar atmósferas tan diferentes como las de My Blueberry Nights (Wong Kar-Wai, 2007), Amor (Amour, Michael Haneke, 2012) o Seven (David Fincher, 1995) y dotar a todas ellas de una textura clásica, pictórica y un punto opresiva. Las imágenes rodadas en la selva, lejos de la ultra definición a que nos estamos acostumbrando, ligeramente veladas por un halo de humedad, con predominio de tonos ocres y amarillentos, que pasan con fluidez de mostrar la selva en su esplendor a mostrarla como pesadilla, me parecieron preciosas. El trabajo que ha hecho Khondi junto a James Gray en Z. La ciudad perdida, es, para mí, extraordinario y espero que el tándem vuelva a emprender otras aventuras. Otro acierto es la presencia de Charlie Hunnam, un duro con un aire trágico: desde que aparece en pantalla lo vemos destinado a morir en la selva. Para el recuerdo la escena en la que, metido en el río hasta la cintura, grita “amigo” (en castellano, en el original) a los indios que están en la otra orilla, mientras levanta su moleskine, no sabemos si como oferta de paz o escondiéndose tras él; cuando el mítico cuaderno de notas de los viajeros europeos es atravesado por una flecha él tiene una epifanía en la forma de flashes de su vida en familia. La flecha y el libro, el hogar y lo inexplorado, romanticismo en estado puro.

La película es un viaje muy gratificante para amantes de las aventuras, con prejuicios o sin ellos, y para amantes de las buenas historias que, como los grandes ríos, nacen quién sabe dónde y luego se ramifican, se pierden y vuelven a aparecer cada vez más potentes, contadas de mil formas, fluyendo siempre.

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Ficha técnica:

Z. La ciudad perdida (The Lost City of Z),  Estados Unidos, 2016.

Dirección: James Gray
Duración: 140 minutos
Guion: James Gray (Libro: David Grann)
Producción: Paramount Pictures
Fotografía: Darius Khondji
Música: Christopher Spelman
Reparto: Charlie Hunnam, Sienna Miller, Tom Holland, Robert Pattinson

4 respuestas a «Z. La ciudad perdida»

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