Críticas

A la vieja usanza

Sherlock Holmes. Juego de sombras

Sherlock Holmes: A Game of Shadows. Guy Ritchie. EUA / Australia, 2011.

Cartel de la película Sherlock Holmes 2El cine de Guy Ritchie ha sufrido una evolución comercial que ha trastornado su autoría, un proceso que con el tiempo ha ido acusando el desgaste de su fórmula original y se ha encaminado sin prejuicios hacia la amortización de la misma. No es más que un paso lógico y consecuente que ya se intuía en Sherlock Holmes (2010) como inicio de la que se esperaba una rentable saga.

Comenzaba mi crítica sobre aquella primera entrega con una introducción sobre el Canon holmesiano, el conjunto de cuatro novelas y cincuenta y seis relatos cortos que componen la bibliografía de Arthur Conan Doyle dedicada al celebérrimo detective. Tras ver el nuevo capítulo, Sherlock Holmes: Juego de sombras, creo que hubiera sido mejor esperar a este estreno para aludir de un modo más oportuno a dicho conjunto literario. La razón es simple: en esta ocasión, Ritchie firma una versión mejorada y mucho más completa, a todos los niveles, de lo que fue su primer acercamiento al investigador privado de la calle Baker Street, que parte de la permanente referencia a los originales literarios (más que al tebeo de Lionel Wigram). Aunque esta apuesta logra de la trama una construcción más reconocible y atractiva para el fan de Holmes, también conlleva una importante carga de previsibilidad (que, incluso, adelanta el glorioso desenlace de Reichenbach).

Pero, el mayor acierto del británico reside en la recuperación de su huella, casi desierta en su anterior trabajo. Porque, aunque se trate de un modelo ya muy trillado, parece ser la única manera de que el director hilvane secuencias con un ritmo constante, marcando los tiempos a través de numerosos giros. Es cierto que se trata de una obra inspirada en otra y que, por tanto, no permite sus habituales carambolas entre una desproporcionada cantidad de personajes y acciones. Además, cabe decir que, paradójicamente, la vuelta al paradigma pasa por su abstinencia en la elaboración del guión.

Sin embargo, el nostálgico retorno no se concreta en un texto irregular, que resbala en su intento de reproducir el genio del cineasta. Esto se aprecia, por ejemplo, en la introducción de un grupo, el de los gitanos anarquistas, cuya automática finalidad es contribuir a realzar la maraña coral, pero al que se dota de un carácter mucho más presencial que funcional. Distinto es el caso histórico de los personajes femeninos en la filmografía del inglés. No es que carezcan de trascendencia, sino que son radicalmente obviados. Si bien, los relatos de Sherlock Holmes no prevenían ni una mínima cota de mujeres, la rápida y absurda desaparición de Irene Adler (Rachel McAdams), tras su progresiva relevancia en el episodio previo, y la insustancial figura del personaje de Noomi Rapace (por no hablar de la esposa de Watson) denotan una latente misoginia que habría sido confirmada de no ser por el matrimonio con Madonna y ese pésimo espacio para el lucimiento de ésta que fue Barridos por la marea (Swept Away, 2002). No obstante, esas relaciones fugaces con las muchachas, plagadas de puyas, alimentan el mito moderno e independiente que el director pretende sugerir acerca de un detective tan sagaz como castigador.

El verdadero rescate de ese estilo frenético que hacía más disfrutables los segundos visionados se revela en el terreno operativo, en la propia ejecución, a través de unas ingentes cantidades de acción pirotécnica. Y, las cosas como son, la acción de Ritchie mola, y mucho. Se recrea en su privativo y alambicado recurso del detalle, que igual sirve para predecir el resultado de un movimiento, que para revelar de un plumazo el funcionamiento de un artefacto, que como preámbulo narrado en off de un inminente y violento cuerpo a cuerpo. Mas, es posible que la redundancia formal que tanto se le ha achacado le haya motivado a encarar una especie de auto-parodia estilística que se entrega al abuso del trucaje (sobre todo de las cámaras lentas), y llega, incluso, a ridiculizar sus propias técnicas mediante una simpática ineficacia como parte del recurso, frustrando los minuciosos pronósticos que tanto adora en un par de ocasiones.

El objetivo evidente que no es capaz de disimular el suculento ejercicio made in Ritchie en consonancia con una mayor fidelidad al patrón literario, no es otro que el de la multiplicación de la taquilla mediante la extensión del horizonte del target. La credibilidad de un argumento que implica acontecimientos reales frente al forzado juego de ilusionismo de la primera parte, que se sostenía gracias a la colección de anécdotas que salpicaban el guión, y la continuación natural de una comicidad que exprime al máximo la sinergia Downey Jr.-Law (y que concede la corta pero gratificante aparición de Stephen Fry como Mycroft Holmes), hacen de Sherlock Holmes: Juego de Sombras una versión 2.0 que revisa, corrige y amplia a su predecesora en un idílico equilibrio entre la autoría y el mercantilismo. ¿Que las segundas partes nunca fueron buenas? Pues yo espero la trilogía.

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Ficha técnica:

Sherlock Holmes. Juego de sombras (Sherlock Holmes: A Game of Shadows),  EUA / Australia, 2011.

Dirección: Guy Ritchie
Guion: Kieran Mulroney y Michele Mulroney (Personajes: Arthur Conan Doyle. Cómic: Lionel Wigram)
Producción: Joel Silver, Lionel Wigram, Susan Downey y Dan Lin
Fotografía: Philippe Rousselot
Música: Hans Zimmer
Reparto: Robert Downey Jr., Jude Law, Noomi Rapace, Jared Harris, Stephen Fry, Kelly Reilly, Rachel McAdams, Geraldine James, William Houston, Gilles Lellouche, Eddie Marsan

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