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Nueva York en el cine de los ’60

Nueva York en el cine de los 60

El skyline de perfil inconfundible. El reino de edificios imposibles, titanes de acero que rascan osados las faldas del cielo. Espacios sorprendentes, descubrimientos inesperados en calles y esquinas, vibraciones de una historia breve pero contundente. La imaginación de Fritz Lang en clave de acero, hierro y hormigón, embellecida con tímidos desahogos color verde. Un seductor caos, lleno de una complejidad atrayente; la ciudad que nunca duerme. Un alma candente, en estado de efervescencia. La metáfora de sueños y posibilidades, adornada por brazos hercúleos de una señora llamada Libertad. Una urbe de sueños etéreos, una puerta mágica hacia oportunidades inagotables. El perfecto decorado.

Única en su especie, grandiosa en su raza. La suma perfecta de una vida al límite. Son múltiples variables convertidas en el objeto de deseo del séptimo arte. El inmejorable telón de fondo para las películas de los años sesenta, que se difuminan en las largas y ceñidas curvas de la Gran Manzana acorazada. El nervio y la ligereza que impera en este ser urbano se convierten en indispensables elementos para el cine en época de plena evolución. Un género que muestra la belleza recóndita de lo cotidiano; la comedia, sorprendente y peculiar, se engrandece en las míticas calles de Nueva York, y se intensifica en el fulgor de su ácido más divertido. Es un vaivén de mosaicos explosivos y versátiles, un espejo cóncavo adornado con un tuétano explosivo de slapsticks y gags visuales. Es la singularidad única de este cine sesentero que quedó hechizado por el humo opaco de cigarros cosmopolitas y por el dióxido de carbono de taxis color pajizo. Aires frescos para películas con un renovado estilo. La elegancia de Broadway y la atrayente forma de la televisión; nuevas corrientes de modernidad para la gloriosa y ajada screwball comedy. La diversión y la tristeza se unen en un conglomerado de risas y carcajadas para reflejar la realidad; una atractiva cortina de humo tras la que se esconden verdades desesperadas.

El apartamentoUna comedia única, punzante, inteligente. Una obra de arte en la que se ensamblan sentimientos antagónicos y crea una auténtica paradoja cinematográfica cargada de fluidez y de giros inesperados de un guion perfecto. Billy Wilder regala al mundo una cinta cargada de significados audiovisuales de extrema riqueza: diálogos divertidos, audaces y muy ligeros acompañados de escenas ocurrentes y punzantes de sarcasmos. Una diversión contenida, que se desarrolla en un mundo de aires melancólicos y de sueños casi imposibles. El Apartamento (The Apartament, 1960) es la culminación de un tipo de comedia que empezó a despuntar en los sesenta. Un género que se alimentaba de pequeñas moléculas de tono mucho más inteligentes y mordaces, que muestran universos nublados, sin esperanza, con tintes del mejor expresionismo alemán. Nueva York a lo lejos, triunfal e inasequible. Un pequeño apartamento es el rincón de oxígeno de este film donde la esperanza, el amor y la dignidad son las pequeñas píldoras que convierten a este largometraje en una belleza incomparable. Esta película del director de origen alemán es la representación de un mundo sumido en la explotación laboral, en el egoísmo y en las diferencias sociales en una ciudad distante y deshumanizada; una película un tanto desalentadora de increíble final. La historia de un pequeño David, desarmado frente a un titánico Goliat. Un grito de alarma, escondido tras persianas de ironía y acidez.

Desayuno con diamantesEl miedo, la soledad y el amor también pueden aparecer donde aparentemente sólo importa la diversión, el dinero y la ambición. Blake Edwards consigue realizar un film repleto de ternura y de intensidad dentro de un marco de una voracidad recatada; un aullido con piel de cordero. Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s, 1961) es una comedia aparentemente fácil pero sentida y ágil, que esconde en su interior una pequeña joya cinematográfica. La adaptación de la novela de Truman Capote quedó irremediablemente supeditada al riguroso happy ending que imperaba en ese momento, pero su verdadero carácter indomable brilla incandescente en lo más profundo de cada escena. Una comedia simple y dulce que esconde la ironía de su mensaje de forma llamativa y elegante. Una película repleta de intensidad y de ternura para realzar la incapacidad de la gente para aceptar los verdaderos sentimientos. De esta manera, la comedia se une con el drama en una fusión perfecta para poder expresar una dura crítica a la sociedad de ese momento; dos géneros antagónicos, unidos de forma metódica, donde la esperanza crece milagrosamente en cada escena hasta llegar a la deseada resolución final de un beso pasado por agua. Una dualidad mágica y especial, cargada de momentos divertidos y picantes, donde una banderilla estuca la verdad con maestría torera y con vestido de Givenchy.

How to Murder your WifeLa frescura, la sencillez y las secuencias cargadas de gags visuales no es sólo cosa de Blake Edwards. Cómo matar a la propia esposa (How to Murder your Wife, 1965) es otra divertida y ocurrente sátira que se esconde tras una apariencia sin mucho trasfondo. Richard Quine esconde la diferencia de sexos, el machismo y el individualismo dentro de esta cinta en clave de humor. Una trama alocada e imposible, que es presentada de forma divertida y espontánea para que su velocidad sea un factor determinante a la hora de entender los verdaderos mensajes de la historia. Un Adán y una Eva en la Gran Manzana son los pioneros en el mundo de los sentimientos; son el camino hacia la verdadera esencia del ser humano. El amor, la confianza y las emociones son el principio de todo para poder llegar a ese ansiado final feliz de Hollywood. La película de Quine tiene un significado agudo y fuerte pero siempre disimulado en escenas aparentemente vacías. Un divertido film de secuencias imposibles y de giros constantes para presentar un desenlace desalentador para el protagonista y así sorprender con un digno final para una comedia satírica. Una película entretenida, con un tono ocurrente y positivo. Sin muchas dificultades técnicas y una evolución uniforme y sin sobresaltos. Una entretenida historia de amor con divertidos oscuros deseos.

Descalzos en el parqueGene Saks también juega con las metáforas de la vida y las esconde dentro de su película Descalzos por el parque (Barefoot in the Park, Gene Saks, 1967). Una divertida comedia de secuencias cada cual más imposibles y absurdas. Una película sutil y entretenida, cargada de mensajes y alegorías ocultas para poder mostrarse sátira y ácida con una sociedad afincada en Nueva York. Unas escaleras interminables, un apartamento ridículo y unos vecinos insólitos son la atmósfera en la que la trama del largometraje se desarrolla hacia un clímax anunciado desde la primera escena. Las diferencias entre la pareja protagonista son el hilo conductor de esta cinta. Una muestra real de la experiencia de la vida; la rapidez del mundo y el deseo de sueños imposibles nublan los verdaderos y únicos sentimientos que deben existir. Una idea constante, fortificada gracias a la experiencia de la vida expuesta en una comedia. Cada secuencia está llamada para descargar todas las emociones contenidas. El pilar de carga de este film, pues está destinado a recomponer ese aparente trágico desenlace. El conjunto de todos los elementos que componen ese momento tiene toda la fuerza para despertar la carcajada, y así establecer la supuesta alocada normalidad de ese amor apasionado. Descalzos por el parque tiene una chispa especial que enamora y cautiva, gracias a situaciones, diálogos y personajes singulares. Un tramo interminable que juega al escondite con su ansiado happy ending.

Una ciudad presente, constante. Una metáfora de la vida con alma de edificios interminables. La magia del cine expresada en clave de humor y envuelta en forma de isla. El talento de la ironía disfrazada de risas. Una atmósfera cuidada al mínimo detalle, para expresar de forma sutil las ideas más feroces de la vida.La comedia de los años sesenta tiene un poder especial, una magia audiovisual inimitable, que es capaz de atesorar elementos del pasado dentro de un escenario actual; una modernidad dependiente del ayer. Un pretérito perfecto que depende de tintes visuales exagerados para trasmitir todo el humor en cualquier ambiente. Una crítica enmascarada, una voz en la distancia, un aviso en minúsculas. Son silencios rotos tras el fragor de un núcleo urbano. Comedias pesimistas, alborozos aterciopelados, retazos desesperados de pícaros poemas audiovisuales.

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