Críticas

Punto de fuga

La mujer sin piano

Javier Rebollo. España-Francia, 2009.

Un poco más lejos de Almodóvar, de Coixet o de Amenábar, existe un cine español que encuentra su espacio, más que en las La mujer sin pianodistribuidoras comerciales, en las pantallas de los festivales. Al último Bafici han llegado Los condenados, de Isaki Lacuesta, película que clausuró el festival y La mujer sin piano, de Javier Rebollo, participante de la Competencia Internacional y film que nos ocupa.

Premiado con la Concha de Plata al mejor director en el Festival de San Sebastián y con mención especial de TVE Otra Mirada, el segundo largometraje de Rebollo se interna en la historia de una mujer sencilla -alejada del personaje central de Lo que sé de Lolaque decide abandonar su vida gris para dejar que los acontecimientos le transformen la existencia.

Como puede sospecharse, se trata de un viaje, que la realidad tratará de truncar una y otra vez, convirtiéndolo en una especie de odisea urbana nocturna, a la manera de After hours (Martin Scorsese, 1985), con reminiscencias del recorrido de Lidia en La Notte (Michelangelo Antonioni, 1961), tamizada por algunos gags del estilo de Jacques Tati y con una estética que guarda resonancias de La muchacha de la fábrica de cerillas o Luces al atardecer, de Aki Kaurismaki.

A pesar de estas influencias, La mujer sin piano puede ubicarse en el tiempo y en el espacio: Madrid, 17 de marzo de 2003. Rebollo ha elegido filmar a Rosa durante veinticuatro horas, el día que se decidió la invasión a Irak, como lo anuncia la televisión. El Madrid nocturno retratado es suburbano, cuyas calles solitarias abrigan el sueño de esta mujer que ha decidido huir de su casa (no lo llamemos hogar) sin rumbo fijo, para que la realidad la sorprenda. En esa búsqueda de caminos posibles, se irán cerrando las puertas para dejarla en la misma rutina que la tenía atrapada.

El corto trayecto que lleva y devuelve a Rosa a su punto de partida transcurre entre  calles inhóspitas, donde el silencio es roto por algún sonido o ruido esporádico, que a la manera del televisor y la radio que enciende por recomendación médica, rompe con la letanía de ese pitido que la atormenta y que ningún especialista ha podido acallar.

La mujer sin pianoUna estación de autobuses a punto de cerrar, un café solitario y el cuarto de hotel le sirven para relacionarse con Radek, un joven polaco buscado por la policía, que ha decidido ir a pagar una deuda a su país. La inmigración del Este es otra huella de una realidad nacional y el contrapunto que se establece entre los dos personajes, donde ella se comporta casi como una madre, y él, con sus diálogos tan estructurados como su personalidad, le sirve de pequeño soporte para ver que es posible un cambio en su vida.

Construida como una pequeña historia, donde nada es trascendente, pero cada hecho y cada dicho se transforman en indicios de la soledad de Rosa, de su hastío, de su necesidad de huir de casa y de un trabajo que sólo le aporta la frivolidad o la urgencia de sus clientas. Sin embargo, el acoso del ruido que escucha la persigue de la misma manera que sus pesadillas deben viajar con ella en esa valija que porta. Mientras, la realidad se impone, a través de la ineficacia de los servicios públicos, del maltrato de los empleados, de los horarios que se chocan contra la voluntad y la decisión…

En La mujer sin piano hay una búsqueda expresiva intencional del sonido, donde la música aparece solo tres veces, en la introducción La mujer sin pianocon una Obertura, al promediar el film, acompañando el largo travelling que sigue los pasos de Rosa, y en la conclusión, con el retorno de Rosa a su casa. El resto son diálogos (escasas líneas) o ruidos (el taconeo sobre el asfalto, el camión de riego, el llanto del bebé, el pitido que escucha Rosa continuamente, la tele encendida del bar…). Como dice su sonidista, Daniel Fontrodona: «Es un cine de partitura, donde cada sonido puede considerarse un instrumento: la voz, los pasos de un actor, una puerta que chirría… No hace armonía, no concibe que un actor haga ruido mientras habla, y siempre vuelve al silencio lo más rápido que puede. Juega con el tiempo y con los ruidos, como signos de puntuación, para volver a los diálogos. Pero nunca hay polifonía. Es monofónico, todo el rato«.

La interpretación de los escasos personajes se da, más que a través de la palabra, de la mirada, del cuerpo, del movimiento. Rosa, a modo de los roles que actuaba Jacques Tati, es casi una caricatura, con una gestualidad casi nula. No nos transmite nada de su universo interior, sólo su decisión de salir de donde está. Quizá su faceta más tierna venga dada por la relación que establece con Radek, pero la imagen que nos quedará y la definirá es su rostro al ver que detienen a su nuevo amigo. Esa mirada, donde no sólo cabe la sorpresa, sino la despedida a sus sueños, es lo que más la acerca al espectador. En cambio, Radek está más sostenido por las frases cortantes que dice. En esas líneas del diálogo se resume su pasado, su presente y su futuro. Su mirada transmite dos sensaciones encontradas, la de la ternura y la de la desconfianza. Quizá en esa ambigüedad resida el poder de su atracción.

La mujer sin piano Carmen MachiRebollo encuadra a los personajes desde atrás, a contraluz, casi cayéndose del cuadro… una manera de asirlos, pero no totalmente, una manera de verlos sin identificarnos con ellos, un modo de ponernos enfrente de una situación ridícula, insospechada, inabordable, imposible… Se nos involucra, no desde el sentimiento, sino desde la mirada, con una información fragmentada, un fuera de campo expresivo y un recorte de la realidad que nos permite ser partícipes de la composición final.

Hay en La mujer sin piano un retorno al cine mudo de la última etapa, donde las palabras no hacían tanta falta, donde lo importante era la gestualidad, la expresión de los rostros, los movimientos del cuerpo. Un cine que lograba atrapar sin tantos artilugios y que contaba una historia simple, cotidiana, con la cual podría identificarse cualquiera.

Parafraseando el famoso refrán, Rosa pasa veinticuatro horas en la pantalla, en los que ella propone y la realidad dispone. La mujer que vemos al comienzo, sentada al lado de su marido en el taxi, programando la cena de la noche, ya no será la misma que regresa a casa. A pesar de los contratiempos, de las frustraciones, nos vamos conformes, porque Rosa, en ese viaje nocturno, ha aprendido una nueva manera de ver la realidad.

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Ficha técnica:

La mujer sin piano ,  España-Francia, 2009.

Dirección: Javier Rebollo
Guion: Lola Mayo y Javier Rebollo
Fotografía: Santiago Racaj
Reparto: Carmen Machi, Jan Budar, Pep Ricart

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