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El extranjero desnudo

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Jericó, escrita y dirigida por Luis Alberto Lamata (1991), figura entre los mejores logros del cine venezolano, junto con Araya de Margot Benacerraf (1959), El pez que fuma de Román Chalbaud (1977) y Oriana de Fina Torres (1985). Es, además, ejemplo emblemático de una aspiración del cine nacional de la década de los años noventa a trascender la representación de la realidad del país y la consideración de sus problemas característicos. Alfonso Molina la relaciona con una circunstancia de la época: “Lo específico, lo nacional y lo local perdieron vigencia y hasta prestigio. La mundialización cubrió con su manto la faz del globo y aún hoy no nos hemos recuperado de esas transformaciones” (Panorama histórico del cine en Venezuela. Caracas: Cinemateca Nacional, 1997, p. 87).

jerico1La película aprovecha el interés que iba a despertar la cercana conmemoración del quinto centenario del comienzo de la conquista de América, para relatar una historia que se desarrolla a comienzos del siglo XVI. El título plantea el dilema de la Jericó bíblica, entregada por Dios a Israel y cuya conquista se produjo luego de que Jehová hiciera caer sus murallas al sonar de las trompetas. Con la misma fe, Santiago, un fraile dominico llegado a las Indias para hacer que la voz de Dios se escuche en tierras mil veces más grandes que España, se aproxima a los indígenas con los brazos abiertos, confiado en que Dios les hará rendirse ante Su palabra. Pero las tropas de los conquistadores, a las que el religioso acompaña, actúan como después lo harán los israelitas de la Biblia: “El pueblo subió a la ciudad, cada uno en derecho de sí, tomándola. Y destruyeron todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, mozos y viejos, hasta los bueyes, y ovejas y asnos, a filo de espada” (Josué, 6, 20-21). Los españoles arrasan los poblados y masacran a sus habitantes, se enfrentan con indígenas que saben lo que les espera de sus enemigos y colocan en una choza una calavera y el pellejo de un hombre como advertencia.

Las actuaciones en esta parte del filme están inspiradas en el teatro. El realizador contó para ello con un elenco en el que se destacan Cosme Cortázar en el papel del fraile, Francis Rueda como su hermana Carmen y Alexander Milic, quien hace de uno de los conquistadores. Ese estilo está acompañado, además, de la primera de las narraciones en voice over que se harán características en Lamata: la de Carmen, que lee el “diario escrito al revés” en el que el fraile relata sus memorias. Jericó se remarca así como representación y relato personal, no como un intento de contar los hechos del pasado tal como ha de suponerse que sucedieron. El manifiesto artificio evita ese intento de engaño.

jerico2En la segunda parte, el fraile, dado a la fuga de la expedición junto con tres españoles, es hecho cautivo por indígenas y termina por incorporarse a su comunidad por amor a una joven. El estilo allí está inspirado en el documental etnográfico. Pero eso no permite establecer una contraposición entre la falsa artificiosidad de los conquistadores y la naturalidad de los indígenas. Un primer problema es que se prescindió de subtítulos que aclaren el significado de lo que dice la gente del poblado, por lo que la transparencia que podría atribuírsele al documentalismo termina siendo un obstáculo para la comprensión. Esa dificultad para entender, que comparten tanto el personaje español al principio como los espectadores que hablan su lengua, se traduce en visceral rechazo para los indígenas. El primero que encuentran los expedicionarios es un hombre viejo que tampoco puede entender nada de lo que los extraños hablan, pero además se saca los ojos para no verlos.

Las técnicas características del documental etnográfico crean un contraste entre ambos mundos, y además cumplen una función similar a la del diario y el teatro en la primera parte. Ponen de relieve que todo lo que en el filme se puede profundizar en las costumbres de la comunidad indígena es lo que puede saberse a través de ese tipo de películas.

Más interesante que las cuestiones relativas a la representación es la manera como Lamata lidia en Jericó con los tópicos de la leyenda dorada y la leyenda negra acerca de la conquista, así como los de civilización y barbarie. Eso se corresponde con la aspiración a la trascendencia de lo nacional, e incluso de lo considerado típicamente latinoamericano, que Alfonso Molina señala como característica del cine venezolano de los años noventa.

jerico3En contraste con la representación diferenciada de los españoles y los indígenas, cada cultura considera a la otra de una forma parecida. La manera que tienen los españoles de ver a los naturales de las Indias se resume en el discurso de un personaje, que por sus diferencias con los europeos les atribuye la condición de criaturas con las que puede hacerse cualquier cosa, como con las bestias o las piedras. Pero tampoco los aborígenes consideran que los europeos sean personas como ellos. Cuando Santiago es llevado a la comunidad como cautivo usan una expresión conocida en el país, “ana karina rote” (“solo los caribes somos gente”), y hacia el final consideran la posibilidad de cambiarlo por un animal que les ofrecen unos hombres que los visitan, como si él fuera una mascota.

La presencia en América de personas tan diferentes como los indígenas hace dudar a Santiago de sus creencias. Eso es, en parte, un tópico de esa época y del siglo siguiente: la pregunta por la universalidad de los propios valores, incluidos los ritos religiosos, que se desprende de las diferencias culturales descubiertas en otras partes del mundo. Pero, en el caso del fraile, la duda lo lleva a una indagación más profunda. “Toda la verdad del mundo está sobre la piel de una mujer y en la sonrisa fugaz de un hijo”, escribió en su diario, luego de haber amado y de ser padre, y con esas palabras manifiesta que su condición no es la de conquistador, ni la de indígena ni la de religioso, sino la de ser humano.

En el seno de la comunidad indígena ese lugar es, sin embargo, el del extranjero que juega aparte con los niños, desnudo, en el barro. Es bromeando con ellos en el río que Santiago se siente por primera vez parte de los otros, aunque en una posición que sigue estando en alguna medida al margen de la condición social de persona. Por eso la lucha de Santiago no es contra una ciudad como en la Biblia. Su Jericó está en el alma, como él mismo escribió en sus memorias. En su recuerdo de su participación en el ritual de dar vueltas en círculo, intentando convertirse en uno de la comunidad, se percibe la semejanza con los israelitas haciendo sonar sus trompetas en torno a los muros, a la espera de que Jehová los derribe.

jerico4El fraile clama por que el Dios de sus mayores, como aún lo llama con sus dudas, le conceda la gracia de ser más que lo que es, y llegar a fundirse en la comunión con los demás. Pero también se pregunta si la religión no es otra cosa que un intento de cubrir las tinieblas del alma, sus temores, con los que se confronta en otro ritual de iniciación: el que se lleva a cabo con un alucinógeno. El infierno son los otros, citando a Sartre: la brutalidad de los conquistadores con los que consideran bestias, así como la mirada de los indígenas que lo juzgan a él y no lo ven propiamente como un ser humano, al igual que ocurrirá después con los españoles, cuando vuelve a caer en sus manos y lo mantienen encerrado como a un demonio. Pero también es lo que descubre dentro de sí, y que es el miedo a fundirse con ellos, a ser uno con la comunidad y con la mujer que le dará un hijo. Y la gracia de Dios por la que Santiago clama es la que puede hacer desaparecer esas murallas.

Lo que Santiago encuentra en las Indias no es un nuevo mundo, en síntesis; es el hombre incompleto que halla en sí, con una aspiración a alcanzar la verdadera humanidad. Y es también Jericó por ello un filme característicamente moderno. En lugar de aspirar a una ilusión de realidad de la representación del pasado, indaga en el alma de un personaje para buscar la salvación de una historia de conquista, resistencia y odios que no ha terminado.

Ficha técnica:

Jericó, Venezuela, 1991

Dirección y guión: Luis Alberto Lamata.

Producción: Omar Mesones.

Fotografía: Andrés Agustí.

Montaje: Mario Nazoa.

Música: Federico Gattorno.

Reparto: Cosme Cortázar, Francis Rueda, Alexander Milic, Wilfredo Cisneros, Doris Díaz, Amílcar Marcano, Luis Pardi, Yajaira Salazar.

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