Críticas

Una oportunidad, por favor

Urban Hymn

Urban Hymn. Michael Caton-Jones. Reino Unido, 2015.

Urban Hymn CartelEl director escocés Michael Caton-Jones se sitúa al principio del filme Urban Hymn en Londres, en agosto de 2011, y nos introduce, con una cámara muy nerviosa, en los disturbios que se produjeron en la capital inglesa, con ataques policiales, saqueos a comercios e, incluso, incendios de algunos edificios. Recordemos que dichos desórdenes públicos se iniciaron a consecuencia de la muerte, por disparos policiales, de un joven de 29 años, de raza negra. El suceso sirvió como detonante para manifestar con violencia el descontento de cierta parte de la población por su descomposición social, a causa del desempleo, la pobreza, y con ello, la consecuente ausencia de educación y cultura, en un submundo en que la moralidad y el respeto al otro no son concebibles como normas de conducta. En medio del referido caos, se encuentran dos de nuestras tres protagonistas, Jamie (Letitia Wright) y Leanne (Isabella Laughland), dos adolescentes a punto de alcanzar la mayoría de edad y que, perfectamente mimetizadas con la violencia del entorno, aprovechan las circunstancias para apropiarse de objetos ajenos con la aparente impunidad que rodea el ambiente. Ambas jóvenes residen en un centro estatal para menores sin familia, presentan un comportamiento conflictivo, aparecen inseparables y llevan una existencia de pura supervivencia, sin ideal alguno o proyecto vital que les invite a cualquier actividad que no sea la de disfrutar del instante, a través del sexo, alcohol u otras drogas. Y ello, con el esfuerzo añadido de mantener su físico intacto, dentro del agresivo y brutal microcosmos en el que se desenvuelven.
En la residencia en donde ambas adolescentes habitan, a la que se pretende que llamen “casa”, empieza a trabajar como tutora o asistenta social una mujer madura, Kate (Shirley Henderson), una persona que se muestra solitaria y atenta a su entorno, respetuosa y observadora, profesora de sociología hasta aquella fecha, que alega, como motivos para pretender acceder a ese “antipático” puesto de trabajo, que lo fascinante para ella es lo que la sociedad puede influir sobre el individuo, además de estar ya cansada de hablar.
Con todos estos antecedentes que el director, en los inicios, quiere mostrar, nos adentramos en un mundo cuya existencia prefiere ser olvidada por la mayoría, a pesar de que se ubique, quizá, a solo tres manzanas de los seguros, calientes y acomodados barrios en los que habitamos. Nos enfrentamos ante un círculo de menores, de niños y adolescentes, que no han tenido la oportunidad de integrarse desde su nacimiento en esa civilización “normalizada”, en donde hubieran tenido la ocasión de aprender las reglas del juego general admitido, aunque luego utilicen las que les venga en gana. Estamos ante un drama social, en donde los jóvenes se presentan perdidos, sin esperanzas futuras, y los tutores, asistentes, profesores, cuidadores o vigilantes, como prefieran llamarlos, se encuentran en una situación de casi funcionarios al uso, desesperanzados ya de cualquier intento de cambiar el probable y triste destino de sus pupilos, asistidos, alumnos o vigilados.

Urban Hymn Foto 1

Y en medio de todo ese entorno que describe con agudeza el realizador, aterriza Kate, una mujer de apariencia vulgar, pequeña, de pocas palabras pero muy atinadas, y que asemeja que sí, que a ella sí le importa el futuro de esos desfavorecidos por el destino, o al menos, no ha perdido la esperanza en una posible socialización. Y lo más asombroso de todo ello es lo que se averigua posteriormente, las verdaderas y crueles razones que le empujan a ese intento por cambiar el simple sobrevivir por el vivir, una inteligente y sorpresiva vuelta a la tortilla, que no consiste más que en hacer desaparecer a la gallina para que no exista el huevo. Si esos menores maleantes en creces y casi delincuentes en el presente, pero con seguridad en el futuro, dieran un vuelco a su existencia, también desaparecerían, consecuentemente, sus delitos y las derivaciones que conllevan sus actos. Lo encontramos un cambio de tuerca tan sabio, que debería utilizarse como explicación para que los más reacios a aplicar mayores recursos públicos para la integración de los excluidos lo llegaran a comprender e incluso a apoyar fervientemente.
Destacan las tres excelentes interpretaciones de nuestras protagonistas, cada una en su particular problemática, exhibidas en movimientos y distancias de cámara diversas, muy atinadas con las dispares situaciones en las que nos vamos moviendo: lejana, cercana, en travellings laterales, quieta o nerviosa. Y que recordemos, por lo que se está viendo en la cinematografía actual, sorprende gratamente que no sea necesario el recurso al flashback para el recuerdo al pasado. ¿Es que no es bastante, por ejemplo, el uso de fotografías in situ para que lo comprendamos todo y, de este modo, utilizar la elipsis y evitar sentimentalismos y metraje que no hubieran aportado nada al filme?
Vemos la película y no se nos va de la mente el entrañable director británico Ken Loach en su intento, durante décadas, de denunciar, a través de sus obras, injusticias sociales que han estado soportando, y lo siguen haciendo, aquellos que cuentan con menos recursos para alcanzar ciertas necesidades básicas. Y si nos centramos en la época de la adolescencia, tenemos como imborrables ejemplos la italiana El limpiabotas (Sciuscià, 1946), de Vittorio De Sica; la británica La soledad del corredor de fondo (The Loneliness of the Long Distance Runner, 1962), de Tony Richardson;  o la brasileña Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002), de Fernando Meirelles y Kátia Lund. Y si damos un salto hacia tiempos más cercanos, podemos citar a la francesa La cabeza alta (La Tète haute, 2015), de Emmanuelle Bercot, o la también reciente El profesor de violín (Tudo Que Aprendemos Juntos, 2015), del brasileño Sérgio Machado, en la que, además de la exclusión social de los más jóvenes, la temática también se apoya, como en Urban Hymn, en el componente musical.

Urban Hymn Foto 2

El largometraje de Michael Caton-Jones bordea muchos temas, demasiados, que precisan de una profunda reflexión e impulsos sociales y públicos que le hagan salir de la inercia en la que parecen haberse estancado. Por ejemplo, ese mundo carcelario o precarcelario, esos reformatorios en donde solo sirve la violencia para sobrevivir, y en los que el dominante y el dominado ocupan sus lugares correspondientes, ya como víctima de abusos varios o capitán en la provocación de los mismos. También se toma el pulso al egoísmo versus agradecimiento, a la lealtad o sentimientos de fidelidad enfrentados a los intereses de uno mismo. ¿Qué hacer? ¿Por qué camino tirar? ¿Como proteger o apoyar a quien ya ha traspasado definitivamente la frontera de la esperanza? Y también nos encontramos con otros asuntos, igualmente muy trascendentes, como pérdidas que no se han superado y que jamás se superarán o relaciones que, asimismo, se han esfumado en el camino, aunque nos sobre la escena del sofá.
En definitiva, hemos disfrutado de una película que habla del intento de socialización de aquellas y aquellos que no han tenido oportunidad, ni siquiera de acercarse, a un hábitat en donde no domine la violencia, la ley del más fuerte y el placer artificial, y sin que hayan tenido la ocasión de que en ellos se despierte el menor atisbo de inquietud intelectual. Ojalá el filme sirva como una gota más para llenar una copa, que consiga que no nos olvidemos de la existencia de estos jóvenes y que no escojamos cerrar la puerta y tirar la llave, antes de destinar recursos y esfuerzos a posibles vías de solución. Y aunque con ello únicamente se consiga ayudar en algún caso aislado, el asunto nos recuerda a una máxima o principio de derecho que jamás debemos de olvidar: más vale un delincuente en la calle que un inocente en la cárcel.
No nos encontramos ante una película complaciente, al menos, nosotros no la hemos absorbido como tal. Y por último, queremos subrayar la presente y loable banda sonora, que incluye canciones de artistas como The Clash, Billy Bragg, The Urban Hymn Choir, Bielorrusia, Darrell Banks o Patti LaBelle. Es una pena que la canción final que cierra el largometraje, antes de los títulos de crédito, la hayamos encontrado con falta de garra, dadas las circunstancias en que se escucha.

Tráiler:

 

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Ficha técnica:

Urban Hymn (Urban Hymn),  Reino Unido, 2015.

Dirección: Michael Caton-Jones
Duración: 114 minutos
Guion: Nick Moorcroft
Producción: Eclipse Films / Powder Keg Pictures
Fotografía: Denis Crossan
Música: Tom Linden
Reparto: Shirley Henderson, Letitia Wright, Isabella Laughland, Ian Hart, Steven Mackintosh, Shaun Parkes

Una respuesta a «Urban Hymn»

  1. Es bestial, trabajo en un sitio parecido y cuánta verdad hay en dicha película.Son niños a que les falla el sistema y son victimas de sus cartas.

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