Críticas

Espectacularidad con ánimo de lucro

Titanic 3D

Titanic. James Cameron. EUA, 1997.

La obsesión de James Cameron por las tres dimensiones le ha llevado, tras la fiebre Na’vi y la bestial recaudación taquillera de Avatar (2009), a transformar su trabajo cumbre en una saga. Pero, por el camino ha decidido sumar a su particular revolución técnica otro de sus pelotazos, aprovechando el centenario que conmemora uno de los más trágicos accidentes navales de la historia. Si Avatar fue la primera obra cinematográfica en hacer un uso coherente y asombroso de la tridimensionalidad, Titanic no fue menos, al poner un techo a la tecnología digital finisecular.

Como es lógico, escribir sobre el reestreno de una cinta que hoy cumple quince años, salvo por una certera valoración global de un arraigo en la cultura popular que lucha contra su envejecimiento, no tendría mayor sentido crítico que el de atender al aburrido análisis de su único reclamo, la adaptación a las tres dimensiones. Sin embargo, esta insulsa discusión, por tratarse de una película ya de por sí espectacular, funciona como la tapadera perfecta para que el que suscribe este artículo, todavía en pañales (en lo que respecta al juicio sobre el audiovisual) en el momento del estreno de Titanic, se sienta legitimado para ofrecer una brevísima pero apañada crítica sobre una de las tres películas más premiadas de la historia de los Oscar.

La película con la que saltaran al estrellato Kate Winslet y Leonardo DiCaprio (no sin merecerlo) ofrece mucho más que una bella e impresionante factura técnica. El viaje inaugural del transatlántico más poderoso de todos los tiempos, ocupado por la crème de la crème de la sociedad británica, se antojaba el marco ideal para una apasionada historia de amor. El argumento no se salía de esa cerca disneysiana -que a su vez plagiaba con descaro a Shakespeare- que, lamentablemente, infantiló el inigualable (hasta la fecha) desarrollo técnico de aquella delicia visual llamada Pandora; una vez más, después de muchas, las princesas jugaban a ser rebeldes, seducidas por vividores de físico pulcro y maneras suavizadas.

Sin embargo, la cursilería de la forma trasciende a un romance caprichoso que pone los pelos de punta y empatiza con un espectador que, si no llega a sentirse protagonista, ríe y llora con las vicisitudes de una pareja perfecta y, por supuesto, padece como nadie (lo más cerca que puede estar) la angustia por el consabido naufragio (cuando se estrenó, no fueron pocas las personas que se marearon en las salas). El recuerdo de la anciana Rose DeWitt Bukater, que pudiera entenderse como un alargamiento innecesario de la trama (cuando lo verdaderamente prescindible es la soporífera introducción del cazatesoros), termina emanando un recuerdo nostálgico de excepción -en un doble sentido para aquellos que vayan a ver el filme por segunda vez- de dolor concreto. Un réquiem dirigido a más de mil quinientas personas que fueron a parar al fondo del mar con toneladas y toneladas de cascotes. Porque, junto a un prodigio de la ingeniería, a la fastuosidad de los interiores y a la distinción y el pedigrí de sus pasajeros, se hundieron mil quinientas historias.

La excusa del centenario, cuyo merchandising podría amparar como hito ese recreativo «segundo viaje» homenaje con familiares de las víctimas que ha aparecido en los informativos día a día durante una semana, vuelve a llenar las arcas de un cineasta, cuya carrera basada en el documental le ha deformado hasta la despreocupación de los contenidos de ficción en favor de una presentación siempre pomposa. Bien es cierto que, en Titanic, además de apreciarse una intensa labor de investigación, el guión y, sobre todo, su dirección, alimentan la validez de una complicada propuesta histórica. Complicada por la inimaginable recreación de unos escenarios colosales, que casi creó cátedra en el empleo de maquetas. Por este motivo, principalmente, el reestreno de la película se entiende como un ilícito abuso promocional de los derechos de autor. De hecho, su autoritaria excusa, la adaptación a las 3D, es un señuelo atractivo para los que ya fliparon en 1997, pero de deficiencia probada, puesto que solo cobra algo de sentido a partir del hundimiento (eso sí, estamos hablando de más de media película de tres horas y cuarto de duración). Con todo, el sentimiento de añoranza y la curiosidad de las nuevas generaciones (inagotable en lo que se refiere a superproducciones) están volviendo a nutrir la taquilla a una velocidad endiablada. Mientras, Cameron sigue llenando un ego y una saca que divergen en algo con la suerte del Titanic: no tienen fondo.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Titanic 3D (Titanic),  EUA, 1997.

Dirección: James Cameron
Guion: James Cameron
Producción: James Cameron, Jon Landau
Fotografía: James Horner
Música: Russell Carpenter
Reparto: Leonardo DiCaprio, Kate Winslet, Billy Zane, Kathy Bates, Frances Fisher, Gloria Stuart, Bill Paxton, Bernard Hill, David Warner, Victor Garber, Jonathan Hyde, Suzy Amis, Danny Nucci, Jason Barry, Ewan Stewart, Ioan Gruffudd

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