Críticas

La vida como poética obra de teatro

Los niños del paraíso

Les enfants du paradis. Marcel Carné. Francia, 1943.

Cartel de la película Los niños del paraísoDesde la antigüedad clásica, el teatro cumple un papel fundamental en la vida de las civilizaciones. Cuando se visitan las viejas ruinas de las ciudades griegas, se puede contemplar la importancia que se daba a los auditorios y a los teatros. Las grandes obras de la comedia y de la tragedia griega han llegado hasta nosotros, soportando el devenir del tiempo. Igualmente ha sucedido en las culturas orientales de la China y Japón. Las enseñanzas trascendentales de la India consideran a la existencia como una gran obra de teatro, orquestada por Māyā, la Ilusión de las apariencias reales, cuya interpretación es una tarea que conduce a la iluminación.

En esta visión teatral de la vida, uno debe ser capaz de penetrar las apariencias para lograr la iluminación, es decir, la liberación del alma, atrapada por ciclos vitales, por las fuerzas del ego y las consecuencias del pasado. Māyā se manifiesta en el universo por medio de la aparente dualidad, que oculta a la unidad real subyacente y es creada en formas teatrales denominadas Lilās (ciclos creativos donde intervienen la energía y la materia en forma de velos sutiles que distrae al alma y la entretienen teatralmente)

Fotograma de Los niños del paraísoEl teatro como representación de la vida puede mirarse como una respuesta de los seres humanos a esa comedia y tragedia humana a la cual se ven sometidos. En el escenario se pueden hacer elaboradas representaciones que ayudan a interpretar la enorme complejidad en forma de escenas, especies de fotografías de la vida, que nos permiten contemplarla y digerirla, planteando soluciones, rompiendo esquemas o dejando en suspenso la acción, cuando no hay explicaciones. El lenguaje poético, con sus tonos contemplativos y sus ritmos lentos, con sus silencios abiertos y meditativos, con sus eventuales altisonancias y exageraciones, con sus palabras bellas y metafóricas, es especialmente apropiado para el teatro, ya que deja espacios para la interpretación y el sentir, trascendiendo y complementando al intelecto y abriendo espacios para las emociones.

Los niños del paraíso es una de esas ocasionales películas en las cuales se combinan excelentemente el cine y las distintas manifestaciones del teatro. Su trama transcurre en el ambiente parisino del siglo XIX, rico en una gran variedad de teatros de vodevil, comedia, pantomima, variedades y espectáculos musicales, danza, magia y acrobacia, entre otros. Los personajes son, casi todos, gente del teatro y algunas de las escenas fundamentales son partes de representaciones dramáticas. Todos los diálogos, que fueron escritos por el poeta Jacques Prévert, tienen naturaleza poética y teatral, aún aquellos que transcurren entre personajes oscuros o simples. La historia misma se centra en la vida de un famoso mimo francés, Baptiste Debureau y va siguiendo el desarrollo de su carrera artística, en medio de dualidades amorosas y aventuras teatrales.

Les enfants du paradis¿Qué hace que esta película sea tan famosa? Fue realizada durante la ocupación alemana de Francia, seguramente en medio de grandes dificultades de logística y probablemente de censura. Se puede interpretar como un sutil sabotaje en contra de la Ocupación, en el sentido de que la gente del pueblo, en la cinta, agobiada por la vida, se refugia en el teatro y en un ambiente carnavalesco para poder expresar con sus movimientos, con sus danzas, con sus vestidos y con su desorden multitudinario, los sentimientos reprimidos. Tiene aspectos de superproducción, ya que incluye complejas escenas en las cuales intervienen centenares de personas, muchas de ellas ricamente vestidas, en escenarios llenos de detalles, con un montaje cuidadoso y evocador. Es una cinta de larga duración (3 horas y 25 minutos) y su ejecución implicó un sistemático trabajo de equipo. En ella intervinieron actores consagrados, quienes disfrutaron de diálogos de alta calidad para mostrar sus habilidades histriónicas.

Los niños del paraíso, la películaLos niños del paraíso presenta una serie de ejes temáticos que vale la pena resaltar. El primero de ellos tiene que ver con la dualidad entre el silencio y la palabra y los diversos poderes que estas dos expresiones humanas tienen en las relaciones. El silencio está representado por el mimo Baptiste y se caracteriza por el uso humilde y melancólico de las miradas, los movimientos ligeros y danzantes, las vestimentas y el maquillaje blanco y los gestos afeminados y dulces. El silencio plantea sus objetivos sin pretensiones, con dulzura, con paciencia, a base de presencias. La palabra está representada por el actor Frédérick Lamaître, siempre grandilocuente y seguro de sí mismo, impetuoso, creativo, improvisador, que se expresa en forma insinuante, con galantería, con gestos donjuanescos y conquistadores. La tensión entre estas dualidades se manifiesta en el teatro, a través de obras de pantomima, en las cuales hablar está prohibido y sujeto a multas, donde hay que tener los ojos muy abiertos para no perderse detalle, y por las obras de drama y comedia, en las cuales las palabras se pueden escuchar con los ojos cerrados y hay que tener los oídos muy abiertos. Un espectador atento, contemplando la excelente actuación de los dos protagonistas, adivina un equilibrio dramático para resolver está tensión: ojos abiertos, oídos atentos.

Los niños del paraíso, de Marcel CarnéOtro eje importante tiene que ver con el papel de la mujer, en medio de una sociedad machista, que no alcanza a apreciar la esencia de lo femenino, centrada más bien en su utilización como elemento de atracción o de servicio. Arletty, en el papel de Garance, una mujer con nombre de flor y actitudes siempre indescifrables e inquietantes para los hombres que la rodean, simboliza la serena y casi imposible independencia y poder de lo femenino. Ella avanza imperturbable por el mundo macho, abierta a cualquier interpretación, sin que sea realmente comprendida, sin que ninguno se interese en su esencia, atrapados como están los hombres por la atracción sexual o por los sentimientos celosos y guerreros. El aspecto complementario de esta dualidad es el de María Casares en el papel de Nathalie, la madre-esposa-amante fiel, que se entrega sin límites a su hombre, aunque éste sea más bien indiferente y esté obsesionado por otras fantasías amorosas. El espectador no alcanza a apreciar el punto de unión de esta oposición entre roles femeninos, que al menos en la película, queda desdibujado por el cierre del telón.

Les enfants du paradis, críticaUn tercer aspecto es el de la actitud de la gente común, los niños del paraíso, a quienes se presenta como personajes que giran sin mayor sentido por la vida, al ritmo de la música o asistiendo a espectáculos con curiosidad más bien ignorante. Ellos aparecen en la cinta como en un cuadro de Pieter Bruegel, multitudinarios, carnavalescos, distintos, pero al final iguales en su rutinaria monotonía. Solo los artistas se destacan y adquieren personalidad individual, pero ¿implica ello felicidad? Quizás se esté proponiendo como una salida al anonimato el asumir un papel, un protagonismo, aunque sea teatral. Esto es lo que decide hacer el más nefasto de los personajes de la cinta, el criminal Lacenaire, que adorna sus fechorías con talante artístico.

De alguna manera Los niños del paraíso nos hace visualizar la vida como una poética obra de teatro, en la cual se podrían replantear los papeles que vivimos, quizás con mayor sabiduría y equilibrio, a base de ensayos que vamos perfeccionando, como protagonistas, sea como mimos, sea como gesticulantes o como maestros de la palabra, hasta lograr una cierta maestría, sin perder los beneficios de la vida simple, simbolizados por la música, la risa, las rutinas simples y la danza.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Los niños del paraíso (Les enfants du paradis),  Francia, 1943.

Dirección: Marcel Carné
Guion: Jacques Prévert
Producción: Fred Orain, Raymond Borderie
Fotografía: Roger Hubert
Música: Maurice Thiriet
Reparto: Arletty, Jean-Louis Barrault, Pierre Brasseur, Pierre Renoir, María Casares, Gaston Modot, Fabien Loris, Marcel Pérés, Pierre Palau, Etienne Decroux, Jeanne Marken, Marcel Herrand. Louis Salou

4 respuestas a «Los niños del paraíso»

  1. Adoro esta película. La vi por primera vez en un cine del barrio universitario de Berkeley, California en 1974 y quedé flechada con los actores, la trama, los parlamentos.

  2. Aunque la interpretación es buena y el mimo está genial,la historia me ha parecido
    llena de truculencias y folletinesca.

  3. Vi escenas de esta película cuando era adolescente. El trabajo corporal de Berrault y la oportunidad de ver a Decroux actuando en pantalla fue suficiente para engancharme. Ahora que la vi, casi 15 años después, estoy aún más enamorado del filme.
    Sí es un melodrama, si se quiere «folletinezco» pero es sólo el molde. La película es en sí una oda a la ficción.
    Las referencias obligatorias a la Comedia dell Arte, cuando son leídas, multiplican el contenido de la trama. Las oposiciones del Silencio= Verdad VS Palabra = Engaño, están presentes en toda la película. La posición de Lacenaire como agente del mal y dramaturgo, se redimenciona al final, donde orquesta con cabeza de hábil dramaturgo, una escena que lleva a los personajes a la crisis, los orilla al infierno para mostrar su verdad. De forma inversa, Frederik, primero necesita encontrar un estímulo verdadero, para poder hacer ficción en Otelo.

    Esta película es un tesoro histórico.
    Si algo me hubiera gustado es un desarrollo más profundo de sus personajes femeninos, que son buenos, pero sólo están ahí para cumplir un rol.

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