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Lo que queda de la guerra

Nostalgia de la luz

Las noticias del último mes remiten al posible enfrentamiento en dos lugares del mundo occidental. Por un lado, en Venezuela la Oposición y el Gobierno se enfrentan diariamente en una lucha que va teniendo visos de guerra civil. En el otro extremo, Rusia se anexa Crimea y pone a punto de hervor sus relaciones frente a Europa, en una movida de piezas que bien podría desatar una guerra de grandes proporciones.

El frágil equilibrio occidental nos inquieta sobremanera. Porque hay memoria. Y porque aún sufrimos las consecuencias de guerras tan inoportunas e injustas como las que trataré en este espacio, que no pretende ser un tratado bélico, sino apenas una pequeña reflexión sobre cómo el cine, a través de unas pocas películas, elegidas con la carga de subjetividad que eso trae consigo, muestra sobre los efectos de la guerra. Son pequeñas obras cuyas historias me han conmovido en el momento en que las he visto, de tal manera, que para escribir este texto han aparecido en mi memoria al instante. Sin pretender buscar ni ahondar más allá de una filmografía extensísima sobre el tema, he preferido quedarme con estas resonancias para expresarme sobre lo que para mí es la guerra. No es el enfrentamiento en sí, con su armamento y vidas perdidas… sino lo residual que queda de ella, las cicatrices profundas que no cierran jamás.

El único rigor que me permitiré será el cronológico, porque creo que cada una de estas guerras no es inocente con respecto a la que le sigue. Todas obedecen a la ambición de grandes potencias por dominar el mundo, con sus respectivas ideologías, y en eso estamos desde los inicios de la Humanidad. Como es imposible cubrir el trayecto histórico de los múltiples enfrentamientos, elegiré para iniciar mi ruta un punto a medio camino entre las dos grandes conflagraciones mundiales y más cercano a nuestras vivencias.

Entre 1936 y 1939, España se desangró en una guerra civil que dividía la contienda entre falangistas y republicanos, desencadenando conflictos ideológicos, sociales y políticos, y que dio fin al gobierno de la Segunda República española, con la victoria de los fascistas, a la orden de Francisco Franco. Si bien la contienda duró tres años, sus efectos se hicieron sentir hasta 1975, año en que murió el Generalísimo, que sostuvo al país bajo una dictadura que lo sumió en el atraso con respecto al resto de Europa e instaló el reino del terror entre quienes permanecieron en el país y el ostracismo para quienes pudieron huir. Aún hoy se debate en España la necesidad de investigar las desapariciones cometidas entonces, que involucran fosas colectivas y apropiación de menores. Unos quieren instalar un manto de olvido sobre aquella época, mientras que otros claman por la verdad.

El espíritu de la colmenaDe la etapa final del franquismo datan dos de las películas más hermosas y conmovedoras. Ambas tratan sobre la vida en pueblos españoles, donde sus personajes sufren o han sufrido las consecuencias de la guerra, pero no directamente, sino que en sus cotidianidades la guerra, o lo que ha quedado de ella, sobrevuela sus existencias con un halo de misteriosa y espantosa presencia. En El espíritu de la colmena (1973), Víctor Erice nos narra la infancia Ana e Isabel. La acción transcurre en la meseta castellana, a poco de finalizar la Guerra Civil, donde la vida se desarrolla bajo la presencia de los fantasmas que ha dejado la Falange. El monstruo del cine (Frankenstein) se corporiza cual metáfora de la situación política de España. Bajo una apariencia amigable, la brutalidad de su esencia pone en peligro la fragilidad de la vida humana. En cambio, en La prima Angélica (1973), Carlos Saura es más literal, pero logra pasar el veto de la censura, y nos cuenta la historia de Luis, que trae a su memoria escenas de su adolescencia, en una vuelta al pasado para tratar de comprender aquellas situaciones que para él eran entonces una incógnita. Luis ha quedado marcado por aquellos años en que vivía en la casa de la familia materna, de claro corte patriarcal, donde sus integrantes se repartían los roles de la religión (una tía monja que se nos aparece como una pesadilla con la boca cerrada con candado), el ejército (su tío falangista), la educación impartida a través del rigor, y el amor, con una fuerte carga de represión. Represión que viene dada por su situación y la de Angélica (sus padres pertenecen a dos ideologías encontradas) y por la religión, que impone ese manto hipócrita de puritanismo a una relación amorosa. Una cadena de situaciones que ha dejado a Luis adulto viviendo una existencia vacía de contenido y a Angélica, una vida anodina. Tanto Saura como Erice componen dos obras de alto contenido poético, donde es necesario leer entrelíneas para tratar de encontrar la sustancia antifascista de sus filmes. Es que era un buen recurso para burlar a la censura y poder hablar de las preocupaciones que vivía gran parte de los españoles como producto de una guerra fratricida que los había dividido de una manera infame y cruel.

Ni hablemos de lo que dejó la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), iniciada por la invasión alemana a Polonia, con intenciones de anexarla, lo cual supuso la declaración de guerra por parte de Francia y Gran Bretaña. En la contienda participaron fuerzas internacionales, nucleadas en dos grandes bandos: el de las Potencias del Eje, representado por los gobiernos fascistas de Europa, y en la trinchera opuesta, el de los Aliados, conformados por las naciones más poderosas del mundo. En esta ofensiva por el dominio de Europa se pasaron los límites permitidos en cualquier otro enfrentamiento conocido, pues se maquinó la muerte masiva de civiles en lo que dio en llamarse el Holocausto y se utilizó por primera vez la bomba atómica para apurar el desenlace del conflicto.

Hiroshima mon amourSe han filmado innumerables películas sobre la Segunda Guerra. Pero ha sido Alain Resnais, a quien le debemos Noche y Niebla (Nuit et Brouillard, 1955), un documento de las atrocidades ocurridas en los campos de concentración. Sin embargo, quisiera tomar otra película de este autor para plasmar lo que ha dejado como remanente en los seres que la sufrieron: Hiroshima mon amour (1959). Cuenta la historia de un encuentro amoroso entre una francesa y un japonés, un pretexto para reflexionar sobre el sufrimiento. Onírica, con primeros planos muy sugerentes, Hiroshima… planea sobre la guerra y los efectos de la bomba en una ciudad ya reconstruida, pero que guarda entre sus muros el espanto de la explosión atómica. En sus diálogos, los personajes ahondan sobre el dolor, el espanto, el sufrimiento y la posibilidad de seguir adelante a pesar de las heridas que no solo cubren la piel, sino la memoria de toda una generación que ha sufrido los efectos letales y la siguiente… y la siguiente… que seguirán llevando en su ADN los daños de la bomba y su impura lluvia negra. La narración circular encierra a la pareja abrazada, sus cuerpos desnudos, mientras la cámara recorre amorosamente las caricias que se deslizan por la piel herida, en un intento sanador de la carne quemada y del recuerdo atormentador, con una gran carga melancólica, que nos deja pensando que esa experiencia personal se extrapola a una población más amplia que ha sufrido un ataque más que mortal.

El fin de la Segunda Guerra Mundial, con el triunfo de los Aliados, dividió al mundo en dos grandes fuerzas políticas (y económicas) antagónicas. En Occidente, el papel hegemónico indiscutible de la recuperación de la guerra lo tiene Estados Unidos. Por el otro lado, detrás de la Cortina de Hierro, la Unión Soviética encabeza el liderazgo comunista.

En Latinoamérica, en una pequeña isla del Mar Caribe, ubicada frente al coloso americano, Cuba lleva a cabo una revolución de izquierdas que consiguió derrocar el gobierno de Fulgencio Batista el 1° de enero de 1959, instalando una revolución que se mantiene aun hoy, pese al paso de los años y la configuración política de América latina. Aliado en su momento con los países socialistas, Cuba ha logrado permanecer, como su gobierno dice, como “el único territorio libre de América”, a pesar de la caída de sus aliados comunistas y del bloqueo económico liderado por Estados Unidos a que ha sido sometida desde 1960 a la fecha. Si bien los resultados en los campos de la educación y la salud han sido exitosos,  la revolución cubana ha sido acusada de coartar la libertad de expresión y de perseguir a quienes se oponen a su gobierno. De hecho, desde el triunfo de los rebeldes, aquel primer día del año 1959, el éxodo de cubanos hacia Miami ha sido la aspiración más deseada por los opositores, que lograron cruzar el mar al vencer la revolución y luego, no hace mucho, cuando se hizo el famoso puente de Maciel, hasta ahora, en que las primeras planas de los diarios anuncian la apertura a las inversiones extranjeras en un claro intento por hacer una transición que no sea traumática cuando llegue la hora de la muerte de su líder, Fidel Castro, o la de su hermano, Raúl, quien comanda hoy los destinos del país. Mientras tanto, los cubanos han crecido en una ciudad detenida en el tiempo, ajenos a todas las ofertas que ofrece el capitalismo, o se han establecido en Miami con los ojos puestos en la isla que los vio nacer, esperando la oportunidad de saltar a recuperar aquello que dejaron y que, sabemos, que para bien o para mal, ya no encontrarán.

Memorias del subdesarrolloNo encuentro mejor título que una de las obras maestras del cine cubano, Memorias del subdesarrollo (1968), en la cual Tomás Gutiérrez Alea muestra la realidad de la isla a través de los ojos de Sergio, un intelectual burgués que con una mirada pesimista cuestiona el contexto que lo rodea. Ese cuestionamiento viene dado por una serie de preguntas sin respuesta, donde las contradicciones están a la orden del día. Sin embargo, sabe que su decisión de quedarse en la isla, mientras su familia ha viajado a Miami en busca del “paraíso perdido”, implica algún tipo de compromiso que al comienzo no está dispuesto a asumir. Sin embargo, a través de los múltiples cuestionamientos Sergio termina por brindarnos una propuesta política compleja y elaborada, donde no hay nada dicho directamente, sino que propone al espectador su propio debate ante la realidad presentada.

Esa revolución hizo historia porque funcionó como una pequeña garrapata que el gran imperio del Norte no pudo extirpar. Por el contrario, prendió en Latinoamérica como ejemplo y en varios países de la región se inició en las décadas de los 60 y 70 un proceso revolucionario, que en muchos casos fue de la mano de la lucha de guerrillas, para conseguir llegar al poder e imponer un sistema socialista que diera a los más desasistidos un mundo más justo. La utopía no fue más que eso. A pesar de unos pocos triunfos abortados o desfigurados, esa utopía fue aplastada sin compasión. Los militantes que lucharon en la clandestinidad fueron torturados y masacrados por una clase militar hábilmente entrenada en la Escuela de las Américas, extirpando el sueño de toda una generación.

Infancia ClandestinaEn la Argentina se cuentan en 30.000 los desaparecidos y en cerca de 500 los niños que se entregaron a apropiadores, quienes les escamotearon su verdadera identidad. Aun hoy, las Abuelas de Plaza de Mayo buscan a cerca de 400 en las reservas de ADN que ha logrado captar de los familiares el incansable Equipo Argentino de Antropología Forense, cuya tarea se completa con la devolución de la identidad a los restos encontrados en fosas comunes, desparramadas a lo largo y ancho del país, o en las playas linderas del Río de la Plata, donde la marea regresaba los cuerpos arrojados desde los aviones. Una generación diezmada y la siguiente engañada y dañada psicológicamente. Esos “chicos” que hoy tienen entre 34 y 40 años ya son mayores de lo que eran sus padres desconocidos al encontrar su muerte. La revelación implica un golpe durísimo que cambia sus vidas al descubrir una nueva conformación familiar, pero sobre todo la relación de sus padres adoptivos con los verdaderos, donde los primeros, muchas veces, son los asesinos de los segundos. Hoy esos chicos intentan armar una familia sana, pero sus cicatrices aún están abiertas. La historia de la guerrilla, de los niños que acompañaban a sus padres con nombres ficticios y que luego han perdido a sus hermanos y a sus padres, para encontrarse con una identidad nueva, la encontramos en Infancia clandestina (2011), donde Benjamín Ávila, víctima él mismo de esa dictadura asesina, nos cuenta la historia de Juan y su familia. Una infancia en la clandestinidad y la necesidad de encontrar ser reconocido por su nombre propio, el que le dieron sus padres al nacer. Una historia que parece no tener final, porque el daño infringido ha sido  brutal y por más fuerte que se muestre el ser humano, tiene una composición de fragilidad en su estructura que no siempre le permite sobrevivir al horror. El Plan Cóndor replicó esta realidad en cada uno de los países limítrofes de la Argentina. Aun hoy, vagan los familiares de las víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet, en Chile, buscando en el desierto de Atacama los restos óseos de sus queridos, como lo cuenta conmovedoramente en Nostalgia de la luz (2010), Patricio Guzmán.

Yéndonos a las antípodas, pero porque se trata la primera guerra que vimos en los televisores en tiempo real, marcándonos a fuego porque nos aceraba de golpe a escenas que solo habíamos visto en películas, entre 1990 y 1991, se llevó a cabo la Guerra del Golfo, también conocida por Operación Tormenta del Desierto. La conflagración se desató a partir de la invasión de Kuwait por parte de Iraq. Las Naciones Unidas condenaron el ataque y sancionaron a Irak, además de permitir que los ejércitos de treinta y cuatro naciones pusieran sus cañones contra los iraquíes. El ataque fue por tierra y aire. Desde entonces la palabra misil ha cobrado el significado del poderío del armamento occidental. No fue una guerra inocente, detrás de los enfrentamientos estaba en juego el control de los pozos petroleros de la zona. Los efectos de la guerra marcaron a poblaciones civiles, destruyeron patrimonio cultural de la humanidad e incendiaron pozos petroleros, un bien no renovable.

Bashu, el pequeño extranjeroMe permito traer aquí, como referencia, una película iraní, Bashu, el pequeño extranjero (1989), en la que Bahran Bayzai cuenta la historia de un niño que habiendo perdido a su familia tras una explosión en la guerra, huye sin destino conocido. Lo descubrirá escondido y aterrorizado una campesina que lo adopta, a pesar de que no pueden hacerse entender, pues hablan idiomas muy diferentes. Sin embargo, poco a poco Bashu irá integrándose a la familia de la mujer y encontrará, pese a las críticas del entorno, refugio junto a ella. La situación en el campo, donde las mujeres deben cubrir las actividades de sus hombres reclutados para la guerra, es dura, y la lucha por sobrevivir se hace cuesta arriba. Pero las carencias de la mujer y del niño permiten que en sus esfuerzos logren hacer de dos soledades, sendas fortalezas.

Finalmente, y más cerca en el tiempo (aunque la seguidilla de enfrentamientos no se termina, porque como dijimos al comienzo, el ave guerrera bate sus alas cerca de Ucrania y en Venezuela), otra guerra desangró a Europa y es claro antecedente de lo que hoy se vive en los Balcanes. Me refiero a la Guerra de Bosnia (1992-1995), donde se conjugaron una serie de conflictos (religiosos, políticos y sociales) heredados del final de la Guerra Fría y que llevó a la desintegración de Yugoslavia, con la independencia de Croacia y Eslovenia, primero, y luego de Bosnia-Herzegovina. La participación de la OTAN, hacia el final del conflicto, compuso un cuadro de difícil resolución en la zona. La guerra dejó gran cantidad de víctimas civiles y militares, además de un gran número de desplazados, que sufrieron condiciones de trato inhumano.

La vida secreta de las palabrasIsabel Coixet, en La vida secreta de las palabras (2005), nos presenta a una enfermera que sufre problemas de audición y que debe asistir en una planta petrolífera a un obrero que ha padecido los efectos de una explosión. La historia de esta pareja va plagada de preguntas sin respuestas, sonidos que no quieren ser escuchados, imágenes que no pueden ser vistas, miradas que no se encuentran. En la intimidad del cuarto y en los paseos por la plataforma, ella irá descubriendo las obsesiones de él. Ella es más hermética, pero la inhabilidad de él para hacerle daño, le permitirá descubrirse para contarle una historia pasada de horror y dolor. Ella ha sido una víctima civil de la guerra y ha sufrido atrocidades por parte del ejército que ha ocupado su país. Una entre miles de víctimas, que luego de mucho callar se atreve a mostrar sus cicatrices. Cicatrices que la acompañarán mientras exista. Como son las cicatrices de la guerra… como son las cicatrices de cada una de las historias que hasta aquí les he traído.

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3 respuestas a «Lo que queda de la guerra»

  1. Hermoso, doloroso, auténtico, profundo y verdadero tu nota Liliana.
    No opino de las películas que no vi, pero si del marco en que las ubicas, muy bien expuesto y con el que coincido casi en un 99%.
    Un fuerte abrazo y Felicitaciones por EL ESPECTADOR IMAGINARIO
    Eduardo

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