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La bella y la bestia en el metaverso

Es muy probable que cada vez que se haga mención de la película La bella y la bestia  de Disney (1991), venga de inmediato a la memoria la imagen del baile en el gran salón de la cúpula celeste. Esta escena es conmovedora para todo aquel de espíritu romántico, pues refleja sin duda el eje conductor de la historia en su versión animada, los amantes dejan de lado cualquier diferencia y, basándose en solo aquello que tienen en común, se entregan el uno al otro; sus historias pasadas y lo que los llevó a este momento se desdibujan en el baile, a la vez que se entreteje una nueva historia en común. Ambos se revelan a sí mismos y al otro, como iguales en espíritu y como amantes entregados. Casi nada puede ser más romántico.

Sin embargo, como sucede casi siempre en los bailes románticos del cine, una vez que la música se ha detenido, la verdadera realidad de los amantes empieza a aflorar nuevamente, y es cuando las historias individuales y los pasados vuelven a cobrar relevancia para la viabilidad del amor. Así, la distancia reaparece entre ellos, y lo único que habrá de unirlos de manera permanente es el ímpetu que cada personaje trae consigo, y de cómo el guion los llevó al gran salón. La solidez de las historias individuales en el argumento es lo único que puede dar espacio a una posibilidad verdaderamente congruente de amor entre dos seres tan distintos.

La película de animación Belle (2021), del japonés Mamoru Hosoda, consigue alcanzar un lugar al que muy pocas veces se llega cuando se trata de presentar una nueva versión de una historia tan conocida, y que ha sido ya tratada en múltiples ocasiones y en diferentes presentaciones. En general es poco lo que se espera, y ya con cierta dificultad, se logra descubrir alguna especie de sincretismo entre el mito clásico y el ideario cultural y social del momento histórico, concluyendo con un mensaje siempre similar y con un trazo narrativo también parecido, que cuando mucho, conmueve por su novedosa estética o quizás porque se aprecia lo difícil de llevar al cine de actores, casi plano por plano, una obra animada previa, como lo fue la versión (también de Disney) de 2017, protagonizada por Emma Watson.

En Belle, no solo se homogeniza la historia y el mito con la realidad moderna, sino que Hosoda construye cada personaje con una solidez tan poderosa, y los dota de una historia suficientemente trascendente, que le es posible preservar los eventos centrales de sus versiones previas de una forma tan familiar, suficientemente clara como para encender la memoria afectiva del espectador, y que funciona a su vez, como una suerte de homenaje al largo camino recorrido por el cuento desde la Francia del siglo XVIII, y a cada momento en esa historia, que ha hecho que la leyenda imprima en la memoria colectiva a Bella y a su amante la Bestia, como un ícono de la superación de dificultades para alcanzar la felicidad a través del amor. Tal es el caso de la escena del baile en el gran salón. Es imposible imaginarse a Bella, accediendo al corazón de su amante y traspasando las infranqueables barreras afectivas de Bestia, si no es guiando con su voz el baile hacia una espiral que va dejando las capas superficiales del ser humano, para finalmente llegar a las profundidades del espíritu desinteresado y amoroso.

Hosoda nos lleva al baile, partiendo desde un momento muy diferente que la versión Disney. En Belle, vemos en planos medios alternos a ambos personajes por separado, mientras Bella canta. Cada uno se va viendo impactado por la voz de diferente forma, ella se transforma en una fuente luminosa y su vestido a su vez cambia hasta convertirse en una rosa luminosa, que evoca la flor bajo el cristal en Disney, incluso hay un plano con un travelling que desciende y que muestra las flores electrónicas del castillo del dragón, lo que refuerza el vínculo al mito y la magia encerrada de la versión antigua. El dragón se transforma en un caballero-bestia vestido de gala, pero que, en su capa, no menos elegante, se imprimen las señales de su misterioso sufrimiento, los moretones por los que Bella inspira tanta compasión. Disney nos muestra al caballero ya transformado, refinado y que en un esfuerzo por llevar a su vida real todo aquello por lo que Bella ha insistido, la lleva del brazo por la escalinata. En ambas películas, el baile comienza luego de la transformación, que ha sido detonada y generada por la pureza de Bella, por el poder de su voz y por la fuerza de sus palabras.

Belle nos muestra un entorno que también se transforma, la pareja finalmente se mira a los ojos y antes de comenzar el baile que los unirá, el lúgubre y obscuro castillo se transforma en un salón lleno de luz, con una cúpula sugerida por algunos trazos digitalizados que se difuminan en el marco del cuadro. Hosoda evoca al gran salón de los altos pilares y la cúpula celeste de Disney, pero ahora bajo un constructo matemático-digital, que permite mantenerse dentro de la diégesis de la obra de manera absolutamente congruente. Si bien la estética contrasta por los detalles, tales como el vestido de ambos, la simbología en los muros y las velas en cada pilar, la construcción artística general de la escena es absolutamente simétrica y paralela en ambas versiones, incluso el suelo y su mosaico con grecas en circular configuración son tan semejantes. Es imposible evadir la vinculación mental entre ambas versiones.

El movimiento de cámara y la disposición de los danzantes son de extrema relevancia para el ritmo de la secuencia. En ambas versiones es idéntico el movimiento interno en cuadro, pues la cámara hace un travelling circular alrededor de la pista, teniendo como eje a la pareja, mientras que al mismo tiempo, la pareja danza en un movimiento circular, pero en sentido opuesto al de la cámara, esto permite apreciar en toda su extensión a la pareja desde todos sus ángulos y perspectivas, así como apreciar cómo la mirada de cada uno de los protagonistas se posa absorta en el otro. Al mismo tiempo, las líneas verticales tanto de los pilares y sus velas según Disney, como de los pilares y sus símbolos en Hosoda, dan una segmentación progresiva del movimiento que marca un ritmo elegante, suave y delicado, que, por su frialdad simétrica, contrasta con la calidez de la pareja que se desenvuelve siguiendo a la naturaleza de los seres vivos.

La secuencia continúa, en ambas películas, con otro plano que, por su dificultad conceptual, resulta difícil no encontrarlos idénticos. El cuadro muestra una perspectiva en picada casi cenital de la pista de baile, la cámara sigue en un movimiento circular, que desde la cúpula se aproxima hacia la pareja, descendiendo y haciendo zoom, pero que presenta en primer plano y anteponiéndose a la pareja, un candil que va quedando poco a poco fuera de la perspectiva de los protagonistas. La construcción del plano resulta tan absorbente que permite dimensionar, en ambas versiones, de manera idéntica, no solo el tamaño del salón, sino la condición de la pareja y lo que entre ellos se gesta, pues al acercarse, en el plano, ambos se ven creciendo y llenando el enorme lugar. En el salón de Disney, los detalles artísticos se sienten tendientes a un realismo abrumador, mientras que en la versión de Hosoda, los detalles gráficos, más bien evocan un antirrealismo de tipo digital, lo que redondea la congruencia de cada espacio diegético.

Ambas películas concluyen la escena del baile con una proyección de la pareja hacia las estrellas. Es de enrome relevancia ver a los amantes embebidos en la infinitud del universo, simbolizado por las estrellas en el cielo nocturno, pues con el baile, su unión ha traspasado las barreras de lo terrenal para acceder a lo eterno. En la versión de Disney, la cámara desciende hasta el nivel de suelo proyectando por medio de una contratoma contrapicada a la pareja frente a la bóveda celeste, mientras dan un giro. Hosoda aprovecha las posibilidades de su exaltado entorno digital, para proyectar a la pareja literalmente en vertical hacia el cielo, en su versión es posible volar y flotar en medio del firmamento estrellado y así, de manera idéntica a la versión de Disney, congraciar a los amantes con el eterno universo, habiendo dejado lo superficial de las apariencias en el pasado.

En ninguna de las dos versiones está sola la pareja, en ambas, el baile y la transformación emancipatoria son atestiguados por los fieles seguidores de Bestia, en Disney son los objetos de la cotidianidad del castillo, que han cobrado vida para acompañar y resguardar al caballero-bestia, mientras que Hosoda plantea la posibilidad de seres digitales empáticos con una forma deshumanizada del hombre que sufre en soledad. Finalmente, la unión que el baile genera y la trascendencia humana a la que se accede son motivo de regocijo y de paz para estos seres. Aunque los entornos exaltados en ambas películas son diferentes, por un lado, la creación del castillo digital en el metaverso de Belle, mientras que, por el otro, la iluminación y disposición del salón que otrora lucía desierto y obscuro en la concepción de Disney, ambas secuencias incluso empatan en su final. La pareja unida y transparente se enfrenta a una realidad mayor en el balcón, bajo el cielo despejado, escuchan el cristal romperse para despertar del sueño y regresar al mundo de cicatrices y de dolor.

La historia original de La bella y la bestia se remonta a la Francia de 1740, con la primera versión publicada de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, aunque la obra más famosa sobre la que posteriormente se basaron las futuras traducciones y las innumerables adaptaciones multimedia, es la revisión abreviada de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, en 1756. Todas las versiones han permitido, de una u otra forma, mostrar, a través de diversas metáforas, el acercamiento de la mujer a la edad adulta, representado por la responsabilidad del matrimonio y las diferentes facetas de la masculinidad. En sus versiones más modernas, el enfoque, sin duda, ha sido orientado hacia la superación de las apariencias como modelo crítico o de prejuicio, simplemente, y como ejemplo, la ya mencionada versión animada de Disney, logra confrontar la imagen de total delicadeza y refinamiento de la doncella, contra el salvajismo y despreocupación del hombre-bestia.

El mito tiene como desenlace, de una u otra forma, no solo la autosuperación de la bella chica y su integración al mundo real, donde los adultos y los hombres, en general, pueden no ser lo que parecen, sino la difícil misión de rescatar, de entre los escombros de una construcción bestial y salvaje, al hombre bueno que allí se anida. Desde luego, la felicidad de por medio y la eterna amalgama que todo lo une, que es el amor. La evolución del mito bella (pura)- bestia (impuro), desde el antiguo cuento francés de hadas, hasta la más contemporánea y tecnológica versión de animación nipona, no solo ha sido de adaptación de contenido ante las demandas de tantas diferentes épocas en el rol de la mujer en la sociedad y como conductora de una historia, sino desde el punto de vista estético, ante los conceptos de la belleza y el impacto al espectador latente de cada época.

La versión de Hosoda es, a todas luces, una obra que aun basada en el cuento, trasciende al mito sin dejar de homenajear y dar crédito de sus versiones antecesoras, pero que, sobre todo, aprovecha las facilidades de la contemporaneidad social, emocional e intelectual, para explotar el papel de Bella. En esta nueva presentación, la mujer es la guía no solo en la educación y des-salvajización de la bestia, es decir no solo rescata al hombre que habita dentro, sino que consuma la posibilidad de trascender como mujer, en la vida cotidiana, rescatando al hombre que realmente habita a la bestia. La escena del baile en el salón es el ejemplo de un artista que recoge frutos sembrados hace tres siglos, pero que con ellos hornea una exquisita receta de la más contemporánea cocina molecular.

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