Críticas

Dios salve a América

El cazador

Otros títulos: El francotirador.

The Deer Hunter. Michael Cimino. EUA, 1978.

ElcazadorCartelEl realizador estadounidense Michael Cimino (1939-2016) fue conocido fundamentalmente por dos obras: la primera,  El  cazador (The Deer Hunter, 1978), fue la que le llevó a la fama y directamente a los Oscar (cinco premios, concretamente, entre ellos el de Mejor Película); la segunda, La puerta del cielo (Heaven’s Gate, 1980), resultó un rotundo fracaso y un estrepitoso agujero financiero para su productora, United Artists.

Michael Cimino se atrevió a abordar el conflicto bélico de su país contra Vietnam apenas tres años después de que la contienda terminara en 1975, con la caída de Saigón, y los comunistas se apoderaran del estado. Y este asunto no debía resultar precisamente baladí para los ciudadanos estadounidenses. No nos referimos al hecho de la participación en una guerra como contendiente, que de ello saben ya demasiado, y más si se desarrolla en terreno ajeno. En realidad, estamos apuntando a la circunstancia de que la de Vietnam había sido la única en la que habían sido derrotados. Cabizbajos, los que quedaron, tuvieron que recoger sus bártulos, sus armas de destrucción mínima o masiva, y regresar al hogar con sentimientos encontrados. Y dichos sentimientos deben extenderse tanto para los que se fueron como para los que se quedaron.

El largometraje de Cimino, probablemente, se encuentre cronológicamente demasiado cercano a la finalización de la confrontación y, quizá por ello, deje de explorar las voces discordantes frente a la guerra que existían en la propia sociedad norteamericana ante las sinrazones del conflicto, voces que llegaron a convertirse en verdaderas presiones populares y públicas. Y también hubiera resultado muy interesante abordar el trato no siempre amable y agradecido que recibieron los que consiguieron salir de aquel infierno y regresar a casa. Probablemente, lo que más le interesaba al realizador era otro tipo de relaciones de las que luego hablaremos. En cualquier caso, el filme de Michael Cimino se convirtió en punto de partida para que empezaran a estrenarse un conjunto de películas sobre el conflicto, de calidades ciertamente diversas. Así, podríamos citar del mismo año 1978 Nieve que quema (Who’ll Stop the Rain), de Karel Reisz; El regreso (Coming Home), de Hal Ashby; La patrulla (Go Tell The Spartans), de Ted Post; o Los chicos de la compañía C (The Boys in Company C), del director Sidney J. Furie. Y si saltamos un año, nos encontramos, por ejemplo, con la espectacular obra de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now.

El guion de El cazador arrancó en 1975 y contó con la colaboración de tantos profesionales, que tuvo que ser el arbitraje del Sindicato de Guionistas el que decidiese que la historia original la compartiesen Quinn Redeker, Louis Garfinkle y Michael Cimino, y el guion se adjudicara al mismo Cimino y a Deric Washburn. 

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El cazador arranca en un pueblo de Pennsylvania, un imaginario Clairton, y durante prácticamente toda la primera hora de metraje (la obra dura 184 minutos),  retrata a un grupo de amigos, aprovechando el momento de la boda de uno de ellos, así como una posterior salida para cazar animales no humanos. El realizador se centra, básicamente, en los miembros masculinos. Las féminas son tratadas como meros apéndices o “caramelos” de guion para intentar atraer a más espectadores. Y dentro del microcosmos masculino, los tres que se acaban de alistar para intervenir en el conflicto bélico se erigen en los principales protagonistas de la obra. Son Robert De Niro (Michael, en la ficción), Christopher Walken (Nick) y John Savage (Steve).

Durante la primera hora, decimos, el director refleja a un grupo humano protagonista compuesto de obreros de una fábrica de fundición que viven en un entorno rural, y cuyo único aliciente vital parece ser el puro entretenimiento, la diversión a través del alcohol, la juerga, las bromas burdas, el “ligoteo”, la caza, y por supuesto, el amor a su patria. En realidad, aunque los prototipos elegidos son de raza blanca, su origen, por costumbres, apellidos o religión parecen proceder de Rusia o alrededores. En cualquier caso, ¿quién puede encontrar sus ancestros en Estados Unidos, excepto aquellos indios aborígenes que apenas ya existen, tras el persistente empeño en  proceder a su extinción? En realidad, nos enfrentamos ante una película absolutamente circular, que empieza y termina en el sentimiento de orgullo que poseen los ciudadanos estadounidenses por servir a su nación y a dios, que está con ellos, no lo dudamos. Y si esta circunstancia ya nos pone los pelos de punta al comienzo, después de visionado del metraje, de las experiencias vitales de aquellos que vivieron directa o indirectamente aquellos años, al término de la obra el ideario ya nos resulta más que repulsivo.

El cazador, en lo que respecta a sus elementos cinematográficos, al conjunto de su puesta en escena, resulta una excelente película. Contiene demasiados elementos a destacar, como la fotografía, el ritmo, la escenificación sin respiro, ya sea de una boda o de un bombardeo; un montaje inmenso que comprime hechos sucedidos a lo largo de una década. Y sobre todo, destaca por sus excelentes interpretaciones, particularmente la de los tres  protagonistas y en especial, un Robert de Niro en su momento de gracia. También se cuenta con John Cazale, ya enfermo al inicio del filme y a cuyo término no logró sobrevivir. Y aunque ya hemos dicho que el papel de las mujeres es anecdótico y de puro florero, podemos deleitarnos viendo interpretar a la reina de América, a una joven  Meryl Streep, entonces novia de Cazale en la realidad, que prácticamente debutaba en la profesión, pero ya destacó en naturalidad y capacidad de atracción ante la cámara.

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En realidad, lo que más ha centrado nuestra atención en la obra ha sido el cambio que se produce en la relación de los personajes tras la vuelta de la guerra. Especialmente, la normalidad con que la población en general sigue con su vida: mismos hábitos, trabajos, costumbres, diversiones…; y ello en contraposición con el cambio que experimentan aquellos a los que el destino les ha reservado la vuelta. El filme, en apenas cuarenta y cinco minutos, se ocupa en mostrarnos con sus imágenes el horror, la barbarie, el sinsentido de la violencia, la paralización ante la propia muerte inminente o la impasibilidad frente al dolor ajeno. Muertes de varones, mujeres, niños, blancos o rojos, es lo mismo. Tampoco importaba lo más mínimo la matanza ociosa de ciervos. Por cierto, sobre esta última observación, la caza gratuita de animales no humanos, es cuando el filme vuelve a su carácter circular y, recurriendo a una evidente metáfora, congela en un segundo las sensaciones que cualquier ser que respira puede sentir ante el peligro o inminencia del dolor y la propia extinción.

Y volviendo a Vietnam, a donde llegamos desde un corte que enlaza las hélices de un ventilador con las de un helicóptero,  justo allí, en el meollo del filme, en el momento en el que se incluye la famosa temática sobre el juego de la ruleta rusa, es donde todo se desbarata. Las cortinas y los velos se desploman y, no solo nosotros, sino también la crítica independiente de la época, es cuando se toma conciencia ante el evidente racismo, subjetivismo, nacionalismo y falsedades varias que contiene y explota el largometraje. Sí, porque aunque estemos en la carretera de la ficción, resulta cuanto menos inmoral y tramposo achacar los actos más indignos al enemigo, a pesar de que sepamos con certeza que ello no es cierto. Dicha demonización del contrario y heroísmo propio hasta consiguió que cuando fue presentada la película en el Festival de Berlín, la delegación rusa y adyacentes abandonaran el certamen. 

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Olvidándonos por un momento de este último detalle, no precisamente nimio o inocente, nos gustaría centrarnos ahora en las reacciones y desniveles de comportamiento de aquel microcosmos humano que poblaba las calles de Clairton. Y aquí distinguimos a los que se implican directamente en la guerra (o familiares muy directos), y a aquellos otros que simplemente la viven desde la distancia que puede aportar la amistad o la misma nacionalidad. Estos últimos pasan rápido página y absolutamente nada cambia en sus predecibles e insulsas vidas futuras. En cuanto a los primeros, los que se han implicado hasta la médula por convencimiento, engaño, desconocimiento o ignorancia, jamás serán los mismos, no podrán serlo, aunque intenten aparentar seguir estando dentro de la manada. Las experiencias traumáticas han llegado para quedarse.

No comprendemos ese aparente consenso de la mayoría de los seres humanos frente a lo que se supone que debe, sí o sí, sentirse, seguirse y apoyarse. Aquello que una minoría poderosa decide y es seguida sin rechistar por la mayoría, con voz y voto, claro, pero con poco seso y nula capacidad de reflexión. Y aunque los cadáveres o los miembros mutilados sean los nuestros. Al parecer, nadie desea verse fuera del círculo social por pensar o actuar diferente; y si lo hace, ya se ocupará de que la decisión quede camuflada o al menos lo parezca (“amigo, ya sabes, si no tuviera mal las rodillas, por supuesto que iría contigo a entretenerme con “jueguecitos” bélicos…). 

Han transcurrido cuarenta años desde el estreno del filme, y las identificaciones grupales actuales parece que no se han modificado ni un ápice. Si acaso, se han fortalecido a consecuencia del mayor peso de las fuerzas de poder mediáticas y de la publicidad. Los valores homófilos siguen proporcionando la cohesión social que las masas y los individuos necesitan para no sentirse excluidos de la comunidad. Estamos hablando de una red de cohesiones que confortan y proporcionan seguridad a sus miembros, además de, si viene al caso, crear líderes o héroes que se arriesgan por el bienestar de sus cercanos. Tristemente, cuarenta años después, preferimos seguir eligiendo, mediante una exposición selectiva, los mensajes que más nos interesan y sirvan a los valores y preferencias que tenemos inculcados desde la infancia. ¿Y si la mayor gratificación nos la produce seguir sirviendo a dios y a nuestra patria con orgullo? Pues a por el objetivo, que para eso hemos sido adoctrinados. Y si además de buscar la gratificación la obtenemos, que más se puede pedir… Olvidémonos de juegos macabros, que no hacen más que recordarnos lo aleatorio e imprevisible de nuestra existencia, y dirijámonos sin remilgos hacia paraísos de entretenimiento y evasiones lúdicas.

Tráiler:

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Ficha técnica:

El cazador  / El francotirador (The Deer Hunter),  EUA, 1978.

Dirección: Michael Cimino
Duración: 184 min. minutos
Guion: Deric Washburn, Michael Cimino
Producción: EMI Films
Fotografía: Vilmos Zsigmond
Música: Stanley Myers
Reparto: Robert De Niro, Christopher Walken, Meryl Streep, John Savage, John Cazale, George Dzundza, Chuck Aspegren, Amy Wright, Joe Grifasi, Rutanya Alda

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