Críticas

Emoción

Dolor y gloria

Pedro Almodóvar. España, 2019.

DolorygloriaCartelSalvador Mallo es un director de cine ya en la madurez. Vive en Madrid y ha alcanzado un éxito notable a lo largo de su carrera. En soledad y con demasiados fantasmas, se encuentra paralizado por los dolores físicos de diverso índole que le bloquean. Incapaz de escribir y de dirigir de nuevo por su deplorable estado físico, asemeja el momento idóneo para rememorar toda su vida y rendir cuentas con el pasado. 

Salvador Mallo, ya se lo habrán imaginado o escuchado, está concebido como el alter ego del propio realizador, de Pedro Almodóvar. 

Nos reconocemos fieles y expectantes seguidores del director manchego. En especial, cuando comprendimos, allá por 1995 con La flor de mi secreto, que la carrera del autor había girado hacia hondos dramas, abandonando un cine de comedia natural y vitalista. El paso del tiempo, un elemento siempre presente en sus largometrajes, había calado y girado intereses hacia zonas más sofisticadas y reflexivas. En esta ocasión, Almodóvar ha superado todas nuestras ilusiones.

La desnudez frente a la pantalla que transmiten las imágenes va calando y  elevándose. Sobrecoge y emociona. Con un ritmo ascendente y sosegado, deja por el momento en la recámara circunstancias o relaciones poco frecuentes como la transexualidad con metamorfosis sexual y corporal. Tampoco verán referencia alguna al trasplante de órganos o transgénesis con extrañas formas de habitar el cuerpo. Eso no lo busquen, pero sí se percibe, a cambio, demasiado dolor y amargura que se procura llevar por un camino que llegue a la aceptación del pasado. Ante lo ya vivido, con sus errores y aciertos, no hay vuelta atrás. Únicamente queda asumirlo y seguir adelante, arrastrando el mínimo equipaje posible. 

Pedro Almodóvar continúa trabajando con sus colaboradores habituales, como el director de fotografía José Luis Alcaine, la montadora Teresa Font o el encargado de la banda sonora, Alberto Iglesias. No extraña por tanto, habiéndose encargado como siempre el mismo Almodóvar del guion y de la dirección, que la puesta en escena siga siendo muy almodovariana. El mismo autor consideró necesario que sus propios muebles, objetos, libros y cuadros, los que posee en su vivienda particular, se trasladaran al plató para rodar la película. 

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Entre colores saturados, se impone el rojo del dolor y la muerte. No hay lágrimas ni gritos o histerismos. Nos acercamos a una soberbia reflexión sobre aquellas vivencias que se mantienen de forma punzante en la memoria, que acabaron sin más y no cerraron cicatrices. Vínculos amorosos, profesionales, familiares…; heridas que han dejado su poso y continúan sangrando. Y quizás haya llegado el momento de sellarlas, o no; cuanto menos, afrontarlas.

Almodóvar recurre, como también es habitual, a la utilización de distintos puntos de vista narrativos, aunque destaque de modo esencial el del protagonista. No obstante, si tiene que dirigir su cámara hacia un monólogo en el que Salvador Mallo no está presente pero es el responsable del guion, lo hace. O si no escucha en vivo un diagnóstico médico que se le comunica más tarde, es lo mismo. No lastra el relato, desde luego que no. 

Descollan las impresionantes escenas de la infancia del protagonista. Están rodadas en unas cuevas de Paterna, localidad muy cercana a Valencia. Unos habitáculos, de origen morisco, excavados en tierra con respiraderos. Poco a poco la mayoría se fueron abandonando y algunos han sido protegidos por las autoridades como Bienes de Interés Cultural. Una niñez rodeada por una madre que sobresale en inteligencia natural, en la intuición de saber derivar intereses ajenos a necesidades propias. Impresiona sus enconados esfuerzos para que la pobreza que le rodea salpique a su familia lo menos posible. Y esa progenitora está interpretada por Penélope Cruz. Jamás hemos dudado de que estamos ante una actriz inmensa, camaleónica y apabullante cuando se encuentra bien dirigida. Y siempre ocurre si detrás de la cámara está Pedro Almodóvar. No acabaremos aquí el capítulo de interpretaciones, a los que volveremos más tarde.

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El realizador manchego, con su autoficción o realidad desvirtuada, con vivencias que le ocurrieron o pudieron haber pasado, deslumbra. Una entrega que parece desbordarse en el filme, rodeada de sus propios recuerdos y objetos. Terapia que va creciéndose, también la emoción y la intensidad de la obra, culminando con la aparición de la madre del protagonista ya anciana. El papel nos lo regala una maravillosa Julieta Serrano.

Ya metidos de lleno en interpretaciones, Antonio Banderas está espléndido como Salvador Mallo. Siempre hemos seguido su carrera en la lejanía, sin empatía por la calidad de su trabajo o la elección de los filmes en los que intervenía. Pues en Dolor y gloria consigue, asombrosamente, a pesar de las evidentes diferencias físicas, que estemos viendo al director de la película, al mismo Almodóvar, con sus gestos, miradas, reacciones y chascarrillos. En realidad, todos los actores y actrices que intervienen en el largometraje se muestran auténticos e insuperables en su papel. El autor manchego siempre se ha caracterizado por su maestría en este aspecto y lo vuelve a corroborar. Contamos con una Nora Navas de un rubio irreconocible, pero encajada en esa asistente, siempre atenta a las excentricidades, enfermedades  y depresiones del genio. O Asier Etxeandia, Alberto en la ficción, un actor que lleva 32 años sin hablarse con el director. Exactamente desde que protagonizó un filme del mismo y su actuación no fue del agrado de Mallo. La escena del soliloquio en el teatro llega a poner los pelos de punta. O Federico, examante desaparecido que insiste en presentarle a Salvador a su familia, no su “nueva familia”, como resalta el personaje del director de cine. 

Por supuesto, no faltan en todo momento la intertextualidad, propia y ajena, cinematográfica, pictórica, literaria o musical. Referencias que vienen ya del cine clásico estadounidense o español, abundantes novelas escritas en la actualidad o en décadas recientes y constantes alusiones a su filmografía. También canciones icónicas de coplas, de Chavela Vargas, de Mina o Alaska y Dinarama. Muy pendiente se posiciona La ley del deseo (1982), un filme situado en plena movida madrileña. Unos años ochenta que se recuerdan constantemente pero jamás aparecen en pantalla. Una de sus obras claves que conectará con El primer deseo, tanto el real como el que puede estar filmándose, cerrando, de manera sublime, Dolor y gloria. Adicciones y miedos son revividos por el protagonista de forma intensa, también la libertad sentida por aquellos jóvenes que de pronto se vieron sueltos de las ataduras de una dictadura que había marcado sus vidas hasta entonces. 

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Hemos hablado de las enormes emociones que nos ha despertado el filme. Pero no se llevan la palma aquellas relaciones de pareja fracasadas, o esas peleas del pasado. No, lo más conmovedor se encuentra en la infancia, ese despertar al mundo de querencias y sinsabores. Y «a la vera», las apariciones de la madre anciana, probablemente en la gloria del título.  Entre estas últimas escenas, escogemos la de la mortaja, el velo de medio luto, la elección del rosario y las instrucciones exactas sobre la desnudez en los pies; no en vano se va a pisar el paraíso. Y si hay que acompañarse con la estampita de San Antonio, pues lo que haga falta. 

Lloramos cuando nadie nos ve, pero mejor si se hace en casa propia y fuera de miradas indiscretas y odiosas. ¿Por qué esta película ahora? Almodóvar sabrá, pero con ella consideramos que ha alcanzado un techo cinematográfico difícil de superar. Y no coincidimos con quien relaciona esta especie de rendición de cuentas con el pasado a lo realizado por Clint Eastwood en Mula (The Mule, 2018), ante la coincidencia en sus estrenos cinematográficos. El largometraje del estadounidense nos pareció un ordinario telefilme de sobremesa. Aburrido, patético y azucarado hasta la médula.

Pedro Almodóvar no abandona el drama pasional, un discurso vertebrado con el dolor, el deseo, la pérdida o la muerte. Pero en esta ocasión habla de sí mismo. ¿Por ello la intensidad  y magnitud alcanzadas? Es posible. No se lo pierdan.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Dolor y gloria ,  España, 2019.

Dirección: Pedro Almodóvar
Duración: 108 minutos
Guion: Pedro Almodóvar
Producción: El Deseo. Distribuida por Sony Pictures Entertainment (SPE)
Fotografía: José Luis Alcaine
Música: Alberto Iglesias
Reparto: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano, Nora Navas, Asier Flores, César Vicente, Raúl Arévalo, Neus Alborch, Cecilia Roth, Pedro Casablanc, Susi Sánchez, Eva Martín, Julián López, Rosalía, Francisca Horcajo

3 respuestas a «Dolor y gloria»

  1. Sinceramente me ha encantado tu reflexión sobre la cinta.
    Parece que me he topado con un blog de cine de lo mas interesante, seguire leyendote de ahora en adelante.

  2. EXCELENTE, SU CONTENIDO FABULOSO, CONTIENE UN TEMA SENCILLO, PERO DEJA MUCHO QUE PENSAR, COMO SABER PERDONAR, COMO VIVIR, SOBREVIVIR E INCLUSO ENFRENTARSE A LA RELACION PATERNAL Y LA VIDA PROPIA…
    ME FASCINARON MUCHO LAS ESCENAS, FELICIDADES, COMO ME GUSTARIA SER ACTOR EN ESE TIPO DE PELICULAS

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