Críticas

¿Y usted qué haría?

La caída del imperio americano

La Chute de l'empire américain. Denys Arcand. Canadá, 2018.

LacaídadelimperioamericanoCartelDenys Arcand, director canadiense de larga trayectoria, consiguió el reconocimiento y la fama, fundamentalmente, con dos obras. La primera consistió en El declive del imperio americano (Le Déclin de l’empire américain), estrenada en 1986. La segunda se trató de Las invasiones bárbaras (Les Invasions barbares). Realizada en el 2003 y abordándola como una especie de continuación de la anterior, con repetición de personajes y ámbitos, salta unos cuantos años en la vida de sus criaturas y se centra en la reunión de las mismas, a cuenta de una enfermedad terminal que padece un miembro del grupo. Con esta última consiguió el Oscar a la Mejor película extranjera y un abundante grupo de admiradores que elevaron al autor a la categoría de culto. 

En 2018, Denys Arcand vuelve a la dirección con La caída del imperio americano, un guiño al primero de los títulos citados y repitiendo con la intervención como actores de algunos de sus intérpretes fetiches. El realizador canadiense se sitúa en esta ocasión en la sociedad actual y, en especial, le preocupa el valor del dinero y su posible carácter de posesión  e instrumento inmune para alcanzar la seguridad. En realidad, estamos en una reflexión ante dos elementos y la decisión sobre el que debe prevalecer entre ellos: el comercial o económico, en primer término,  o la integridad del ser humano, en segundo. Arcand, para esa divagación, maneja su cámara en el lugar y con los sucesos que le parecen más oportunos, pero no juzga. En consecuencia, se consigue una cierta confusión por lo que respecta a las conclusiones que pueden desprenderse  del largometraje.

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El realizador canadiense sitúa  La caída del imperio americano en el hoy y el ahora y lo hace a través de un thriller, una película policíaca que por momentos parece beber de Tarantino y, en otros, de Woody Allen. La pregunta inicial es lo único que no lleva a equívoco. ¿Qué haríamos si por accidente encontráramos una ingente cantidad de dinero que acaba de ser robado? ¿Nos lo quedaríamos? ¿Lo entregaríamos a la policía? ¿Cómo reaccionaríamos? Y si optáramos por apropiárnoslo, ¿cómo cambiaría nuestra vida? ¿El lujo y la riqueza nos otorgaría la felicidad?

El filme se inicia en una cafetería, con un largo diálogo entre el protagonista, Pierre-Paul Daoust, interpretado por Alexandre Landry, y su novia. En resumen, se plasma el pensamiento del joven, poseedor de un doctorado en Filosofía y de oficio repartidor. Está convencido de que únicamente los tontos pueden hacer fortuna. Sostiene que incluso muchos personajes históricos ilustres como Dostoyevski, Tolstói, Sartre, Hemingway y alguna que otra celebridad eran en realidad rematadamente estúpidos. Por dicha razón es por lo que consiguieron hacer fortuna. Con ese prometedor inicio de disquisiciones mentales, incluso desvaríos, inmediatamente establecemos la relación con el cine de Allen. En cualquier caso, también se emparentan en primer grado con la propia filmografía de Denys Arcand. Los razonamientos en torno a la cultura y su influencia se encuentran muy presentes en el cine del canadiense. No obstante, de forma inmediata, la película cambia de tono, de ritmo y de interés, adentrándonos sin pausa en un cine de aventuras que gira y gira sobre el poder del dinero.

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La puesta en escena destaca por su especial cuidado en reflejar, en tonos saturados, tanto la sociedad opulenta de Canadá como su lado más mísero, el de los sin techo. En unos instantes, en unos pocos fotogramas, se pasa del lujoso despacho del mejor asesor financiero de la ciudad, al local en el que se acoge y alimenta gratuitamente, por pura filantropía, a los que nada tienen. Unos contrastes que se desarrollan a lo largo de todo el filme y terminan confundiendo. Recorremos una travesía que abarca demasiados mundos, piezas, profesiones, plazas, hasta lo más menesteroso y podrido de la sociedad. Un viaje con altibajos evidentes en calidad e interés.

A pesar de los esfuerzos del realizador en mantener durante todo el largometraje, en especial con su amable remate, una esperanza sobre la bondad de la naturaleza del ser humano contemporáneo, no parece que sea una conclusión factible y posible. Estamos ante personas cuyo máximo deseo es conseguir dinero y que son capaces de realizar cualquier cosa, la que sea, para lograrlo. Aunque para ello tengan que saltarse la legalidad, prostituirse o apropiarse de lo ajeno; y si hay que utilizar la violencia física o psíquica, pues se usa. Sin temblor alguno. Pero Arcand intenta edulcorarlo todo como si estuviéramos ante una especie de cuento que choca en demasiadas ocasiones con la credibilidad. Sin razón lógica, se desposee a Satanás de sus cuernos y se le convierte en cordero porque al director le apetece, por no perder la esperanza en un mundo que filma precisamente corrupto en todos sus poros.

La obra, en definitiva, se deja ver, sin llegar a ser empática. Se compone de grandes momentos, junto con otros que la vulgarizan y la convierten en un largometraje mediocre, similar e intercambiable con muchos otros. Entre los primeros, las memorables escenas, destacaríamos la sala de espera del “Paraíso Fiscal” o la parsimoniosa burocracia imprescindible para que las autoridades puedan acometer un registro. Junto a estos, ordinarias escenas de asesinatos o persecuciones policiales. 

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Todo contribuye a despistar y alejar sobre lo más interesante del filme, la pregunta inicial que volvemos a repetir: ¿Qué harían ustedes si se encontraran con una importante suma de dinero que no les pertenece? Gran dilema, que entronca de manera brillante con las citas filosóficas que se van desgranando por parte del protagonista. Y vemos que a nadie le amarga un dulce, menos un brillante. Además, si ya no teníamos suficiente material, Arcand añade una dudosa historia de amor que también desprende inverosimilitud.

Lo que en realidad hemos percibido en la película es la avaricia como meta y, si se consigue, siempre pueden repartirse unas migajas, que tampoco nos perjudican en demasía y, además, nos eleva la autoestima, sintiéndonos solidarios; incluso puede llegar a reconfortar y alejar remordimientos. Y dejen fuera del filme cualquier meditación seria o solución atrayente ante la tremenda desigualdad económica que existe en nuestro planeta, ahora, acabando la segunda década del siglo XXI. Y no importa que haya crecido exponencialmente. Miremos hacia otros lados más entretenidos, que la vida es corta y con muchas probabilidades de  ser irrepetible. La ceguera se impone. 

La obra, en conclusión, nos ha dejado con las ganas de ahondar de una manera más profunda sobre la disección de la situación social actual, en vez de despistarse con acciones propias de vulgares telefilmes policiales, salpimentada con una relación amorosa que se sostiene con alfileres. Una pena que Denys Arcand, con los años, haya perdido gran parte de acidez en su discurso y se haya abandonado ciegamente a la esperanza. Aunque ”siempre nos quedará París”, la ironía en este caso.

Tráiler:

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Ficha técnica:

La caída del imperio americano (La Chute de l'empire américain),  Canadá, 2018.

Dirección: Denys Arcand
Duración: 124 minutos
Guion: Denys Arcand
Producción: Cinémaginaire Inc
Fotografía: Van Royko
Música: Mathieu Lussier, Louis Dufort
Reparto: Alexandre Landry, Maripier Morin, Rémy Girard, Louis Morissette, Maxim Roy, Pierre Curzi, Vincent Leclerc, Yan England, Claude Legault, Florence Longpré, Paul Doucet, James Hyndman, Benoît Brière, Gaston Lepage, Geneviève Schmidt, Mathieu Lorain-Dignard, Denis Bouchard

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