Críticas

A toda velocidad, a todo volumen

Baby Driver

Edgar Wright. Reino Unido, 2017.

Cartel de la película Baby DriverA estas alturas, hay que reconocer que Edgar Wright tiene chispa. Algo. Mundo propio, ingenio, talento, personalidad. Lo llamemos como lo llamemos, lo cierto es que su cine es inconfundible. Cada película de este brillante gamberro es distinta a la anterior, y al mismo tiempo conserva la esencia que distingue al producto como marca de la casa. Es desinhibido, valiente, constante. Hace magníficos equilibrios entre la comercialidad revientasalas y la artesana autoría. No hay nadie como Wright en el atestado firmamento de directores estrella. Y, sin embargo, a pesar de todas esas virtudes, es un director imperfecto. Baby Driver, en ese sentido, es buena muestra de su cine.

La flamante nueva película de Wright es brillante en las formas. Apabullante en el concepto. Es inteligente en la sabia mezcla de géneros, emocionante en la actitud con la que se presenta al mundo. Hay en Baby Driver una total falta de complejos, contagiosa para el espectador. Invita a ser disfrutada, consigue que olvidemos lo inverosímil de muchas de sus propuestas, que nos traguemos con alegría la fantasmada y compartamos el entusiasmo que derrocha. Si hay algo que se respira a lo largo del metraje es la libertad, la diversión, el tono impreso en una película que transmite en todo momento el espíritu de un equipo pasándoselo en grande durante el rodaje de este desmadre.

Y aún así, no salí del cine tan entusiasmado como esperaba. No recibí todas las vibraciones que esperaba, por culpa de detalles que rompieron la magia. Demasiado importantes como para ignorarlos, demasiado perturbadores como para chocar las cinco con el director y pretender que no me importan. Baby Driver es trepidante, luce bestial en los momentos de acción y derrapes. Pero llega un momento en la película en la que renuncia a contar una historia, se revuelca en clichés y, a pesar del envoltorio fastuoso, prefiere ser un espectáculo de acción al uso.

Baby Driver, fotograma

Edgar Wright da, a lo largo de toda la película, lecciones de que es un director en estado de gracia. Baby Driver es ejemplo de planificación. A pesar de ese ambiente de locura a toda velocidad que regala al espectador, todo el espectáculo es un ejercicio de meditada puesta en escena. Cada mínimo detalle muestra el cariño del realizador por su producto final, el empeño en sacar adelante una película que dista mucho de la ligereza habitual del género. Con elementos muy parecidos, Baby Driver juega en ligas muy superiores a sagas interminables rápidas y furiosas. Hay un grado de inconformismo digno de aplaudir, un loable intento de ofrecer algo distinto, perpetrado desde el cariño, cómplice con el público.

Baby Driver mezcla el género criminal, con un ligero toque de western moderno, aderezado con toneladas de frenéticas persecuciones en coche y ligeros aromas de comedia. La pócima se agita fuerte y se sirve con recuerdos a musical gamberro, porque la música es protagonista. Pocas veces vamos a ver un encaje tan perfecto entre la imagen y su correspondiente adorno musical. Los personajes, en ocasiones, no se mueven por la pantalla. Bailan. La vida en Baby Driver es una coreografía a toda velocidad. Sonoridades añejas que dan color a una propuesta tan loca que funciona a las mil maravillas. El concepto de banda sonora a lo Tarantino llevada al paroxismo, exprimido hasta las últimas consecuencias, convertido el invento en una experiencia única. Algo parecido a lo que ha conseguido James Gunn en las dos entregas de Guardianes de la Galaxia, pero incrustado en la acción de manera mucho más orgánica, eficaz, honesta y resplandeciente. El mayor acierto de la película, y eje vertebrador de la idea de Wright.

Llega el momento de las malas noticias. Hasta ahora he resaltado las virtudes de Baby Driver pero, como decía al principio, el resultado global me ha dejado más frío de lo que esperaba. En el fondo, a pesar de ese reluciente y vistoso menú perpetrado por Wright, la cosa se antoja demasiado insípida. Baby Driver cuenta muy poco tras el estruendo, tras la invitación al baile descontrolado en la sala de cine o las ruedas chirriando en plena escapada hacia adelante. Wright se olvida de dar empaque a su trama, contenido a sus personajes, más allá de tres o cuatro pinceladas confusas. Incluso llega a ahogarse en los peligrosos lodos de lo evidente en la construcción de personajes, que no pasan de cuatro tópicos combinados con prisas.

Crítica de Baby Driver

La historia de amor que usa Wright como gasolina algo forzada y tópica para su trama es tan edulcorada e increíble que atraganta. Luce anacrónica, exagerada, falta de lógica y llena de fe ingenua en las posibilidades de los protagonistas. Y es que, si los personajes en general parecen el esbozo de algo más serio, los caracteres femeninos son un desastre. Son dos, y dan un poco de vergüenza ajena. La mujer fatal se encuentra con el tópico de latina con problemas de ardores venéreos, y al otro lado del ring, la rubia inocente no especialmente lista. Creo que, en el siglo veintiuno, ya está superado. Aunque se use con intenciones paródicas, no funciona.

El resto de los personajes tampoco es que sea un alarde de inventiva. Tipos duros, pirados y mafiosos que se empeñan en complicar la vida al bueno de Baby. Especialmente sangrante es el caso del rol interpretado por Kevin Spacey. El giro final de este implacable jefe mafioso es tan inesperado, incoherente y ridículo que casi me levanto y me voy de la sala. En cierto modo, este truco argumental de trilero es buena muestra del acelerón mortal que da Baby Driver en sus últimos compases, que estropean gran parte de las bondades del filme.

En el acto final, Wright se desboca, ignora sus propias reglas, decide que es mejor el ruido. Parece que todo lo anterior no es más que una excusa para la ensalada de tiros del último tramo de película. En lo visual, Baby Driver mantiene el pulso, pero todo es tan efectista que aturde. Desaparecen los toques de comedia y todo se vuelve turbio, excesivamente intenso. Quita el aliento, sí, pero a costa de algo de esa identidad inconfundible de la que goza la propuesta de Wright.

No se confundan. Baby Driver no es una mala película. Quizá el problema sea mío, que esperaba algo más de Wright a la hora de cerrar el circo. Aún así, es emocionante. En los momentos de acción, deja hundido en la butaca al espectador de pura velocidad. Es ingeniosa, es divertida y está muy por encima de la mayoría de películas de acción. Merece la pena un visionado, porque si se ignoran los puntos flacos, es toda una experiencia. Si tuviese una historia que contar, sería magnífica. Lo bueno, que es un desmadre. Lo malo… pues lo mismo.

Tráiler:

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Ficha técnica:

Baby Driver ,  Reino Unido, 2017.

Dirección: Edgar Wright
Duración: 115 minutos
Guion: Edgar Wright
Producción: Big Talk Productions / Media Rights Capital / Working Title Films / TriStar Pictures / Double Negative
Fotografía: Bill Pope
Música: Steven Price
Reparto: Ansel Elgort, Lily James, Jamie Foxx, Jon Hamm, Kevin Spacey, Eiza González, Jon Bernthal, Ben VanderMey, Thurman Sewell, Allison King, Lance Palmer, Keith Hudson, Patrick R. Walker, Hudson Meek, Troy Faruk

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