Críticas

La organización ante todo

Ascension

Jessica Kingdon. China, 2021.

Ascension aficheLa China capitalista sirve de marco a procesos laborales signados por el reconocimiento a la autoridad y el intento de implantación de sentimientos de pertenencia que aseguren la productividad; típica filosofía empresarial esgrimida en aras del consumo. Una forma de ser que pretende introducir al gigante asiático en una dinámica más acorde a tiempos presentes. Atrás quedó la lucha de clases, el idealismo igualitarista abre paso a la permanente promoción de la meritocracia. Altavoces publicitarios, consignas de manual, estrictos entrenamientos; es la esencia de un “nuevo mundo” signado por la productividad, la competitividad y el consumo; ya no cabe la explotación como categoría económica, ha quedado a la sombra de una existencia práctica  penetrada por la globalización. Se hace presente la influencia del contexto internacional. El esfuerzo es por construir una nueva subjetividad a partir del trabajo. La disciplina es soporte de la obediencia; el deber ser de un sistema que comienza a mostrar la versatilidad propia de una superpotencia en germinación.

La lección choca con frases célebres de principio y final. Son puestas en entredicho las bondades del celebrado nuevo orden económico. Un sistema que intenta occidentalizarse por medio del impulso disciplinador extremo. El deseo es forjado y validado, se promueve y canaliza en términos de consumo masivo asegurado, el éxito dependerá del esmero y corrección en la tarea, profesionalismo verticalista que intenta implantar procedimientos por doquier. La idea de mecanismo fluye entre la división del trabajo y las consignas de optimismo por confianza en el desempeño: ud puede estar tranquilo, todo saldrá bien si se esmera de la forma correcta; será por el bien de todos, el futuro está en sus manos. No hay lugar a cuestionamiento, la disciplina es la llave del “progreso” social y personal.

Es clave de sentido un extracto del poema Ascension  (Zheng Ze, 1912): “Yo asciendo con mi espada, asciendo a la torre. Miro a lo lejos esperando aliviar mis preocupaciones. La torre es demasiado alta para subir; en su lugar, mis problemas solamente crecen.” Alusión a lo interminable del consumo homologada a lo correcto de un proceso que justifica la vida en tal propósito.

La introducción anuncia lo que vendrá: un amplio puñado de valoraciones sin lugar a discusión. Todo se juega en base a procedimientos; desempeño de tareas que asegurarán la capacidad de consumo traducida en términos de éxito personal. Sentido de la vida que nos limita a la generación de una “zanahoria” universal típica en tiempos de globalización. Ya no se discuten necesidades humanas, la vida es algo que no se problematiza en términos de cuestiones existenciales, sino que se estandariza hacia procedimientos y deseos normatizados desde el sistema.

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El hombre único, como debe ser, el alcance de la vida en su máxima expresión, cada uno cumple una función, un lugar para cada quien sujeto a normativas que aseguran el éxito supremo de la empresa y los trabajadores. Lógica de “intereses compartidos” en aras de piezas articuladas de manera preestablecida. Contracara de la lucha de clases, país que se aviene al capitalismo sin renegar de un socialismo que, al transformarse en categoría carente de contenido real, cotiza a la baja.

Serie de secuencias que funcionan al mejor estilo de viñetas, ejemplifican las diversas aristas del universo laboral chino. Desde el trabajo en fábricas, hasta la confección de muñecas sexuales, el collage se dispersa sin hilo conductor explícito, el común denominador es el trabajo. Una estratificación en labores atinentes a especializaciones de diverso tipo. La obediencia como secuela clara del autoritarismo político; el orden en todo un sistema que se encarga de asignar lugares específicos bien delimitados por claros estereotipos de acción. El control, lejos de padecerse, se asume. El capitalismo invade China bajo el ojo consciente de sus protagonistas; las explicaciones circulan sobre el eje de la productividad, aceptación naturalizante que nos sitúa ante piezas de una maquinaria viva en la excelencia y el consumo.

El sentido nos impulsa al permanente deseo de nuevos objetos cristalizados en múltiples compromisos de producción; se atan a un “deber ser” exento de crítica. Lo correcto no se discute, se enseña. Una afrenta a la libertad de las personas, una lógica empresarial que todo lo inunda. Abandono completo de las ideas marxistas en función de un “progreso” asociado a la resolución de todos los “problemas vitales”. Solo basta cumplir con el método para que, tanto individuo como sociedad, sean beneficiados con la consecución de propósitos de consumo masivo permanente. En este contexto, jamás se descuida el rol de la estructura jerárquica, tan indispensable como indiscutible.

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La imagen y su explotación son temas presentes en el negocio. A las técnicas de contacto con fines diplomáticos se unen los buenos modales para la atención al rico, tarea que requiere de una alta capacidad de tolerancia a la humillación; ganar dinero es lo más importante, más aún que la dignidad humana. La lucha de clases quedó en el olvido, cada quien debe aceptar su papel y desempeñarlo de acuerdo al procedimiento correcto; de esto depende el éxito en la vida. Se ocupa un lugar para posibilitar otros; ya no se habla de explotador y explotado, sino de personas que, en su diferenciación social, aspiran a un comportamiento elitista, para lo cual es necesario el viejo y querido sirviente quien, a su vez, debe aceptar el papel de manera sumisa para conservar el trabajo. La complacencia se transforma en requisito para un buen servicio. El trabajo debe cumplirse como corresponde, desde la peculiaridad de la función. El sometimiento es necesario, siempre es lo mismo: autocontrol y disciplina en beneficio de un rol normatizado desde la conveniencia de una élite, tanto política como empresarial. Un nuevo mundo se asoma, es necesario producir nueva subjetividad, cambios culturales se avecinan, se están asentando con firmeza en una sociedad que procura moldearse en la complacencia del servicio al capital.

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Sin voces en off, la entrega es hacia una espontaneidad no espontánea.

Un conocimiento situacional de primera mano es pretendido por Kingdon, juega con la contradicción de lo programado procedimental. Detrás está  la libertad del espectador en oposición al funcionamiento del “sistema social” chino; un inmenso programador de comportamiento estándar que asegura la consecución de objetivos precisos adornados con una férrea disciplina que aboga por el éxito empresarial. Los objetivos del sujeto deben ser parte de algo más grande que, a su vez, lo beneficie, aunque no posea el control.

Un adoctrinamiento general; arrasa con cualquier vestigio de identidad particular en aras del ser exitoso; debemos ser lo que el sistema necesita, identificarnos con la empresa como base de desarrollo tanto individual como social. Lo económico, así concebido, pasa a establecer fórmulas de acercamiento a destinos, tanto aceptados desde la diferencia, como propuestos en función de objetivos estándar supuestamente “beneficiosos para todos”.

La sutil imagen apela a la forma en semejanza, insinúa la transformación de Buda en rascacielos, dos planos generales alternados denotan, al pasar, diferencias culturales desde la tradición hacia un presente más preocupado por emular el sueño americano que por el fomento de la vida espiritual.

La experiencia nos sitúa ante el adoctrinamiento para el cambio; el valor del propio pensamiento es subordinado al sistema; el futuro dirá hacia dónde va la China.

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Ficha técnica:

Ascension ,  China, 2021.

Dirección: Jessica Kingdon
Duración: 97 minutos
Producción: Mouth Numbing Spicy Crab, XTR. Distribuidora: MTV Documentary Films
Fotografía: Jessica Kingdon, Nathan Truesdell
Música: Dan Deacon
Reparto: Documental

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