Críticas

Aguas profundas

Tiburón

Jaws. Steven Spielberg. EUA, 1975.

Del agua, se supone, vienen los seres vivos, desde hace más de simples milenios a través del camino de la evolución. Sin embargo, en el agua siguen viviendo otros seres (vivos ellos también) que pueden ser, como en el caso de los que pisan la tierra, depredadores o presas. Es la cuestión tan sencilla de quien mata y de quien es matado, estructura tan diaria (y casi banal) de cada segundo que transcurre en este globo que muchas veces pasa inadvertida. Sin embargo, todo ser puede verse transformado en comida, hasta los que pensamos ser la cumbre de toda evolución (no, no es así, y no por una supuesta cuestión pseudo-intelecual a lo new age, sino porque científicamente no lo somos). Difícil darse cuenta de esto ya que vivimos dentro de una estructura que parece salvarnos de una realidad tan normal, sin embargo, poco basta para que aceptemos el hecho de ser, al fin y al cabo, indefensos cuando nos encontramos dentro de los bordes inacabable de una naturaleza que sigue existiendo desde mucho antes de que compareciéramos como simios un poco más inteligentes que los otros compañeros africanos.

El miedo a lo natural, efectivamente, es el argumento que se desarrolla dentro de la estructura narrativa de una pequeña isla americana amenazada por un tiburón desmesurado. Tan sencillo es el argumento que todo se puede resolver en unas pocas palabras, sin que mucho se pierda. Sin embargo, los elementos que concurren a la construcción del andamiaje permiten bajar hasta las profundidades de unas simas que sacuden nuestras pesadillas más básicas. Y así es que, efectivamente, el tiburón se convierte en la concreción de un problema existencial de carácter práctico, o sea, la presencia de un depredador que solo quiere matar no por cuestiones de maldad moral, sino porque así es su naturaleza. Se muere, entonces, no porque esté presente una cuestión de pecados y pecadores, de delitos y de castigos, sino porque tan simple es el mecanismo que rige el universo del cual pensamos estar lejos y en el cual, en realidad, vivimos. No es un allá, aquella infinita (teóricamente, artísticamente, visualmente) llanura de agua profunda en la cual navegan los tres protagonistas, sino un hic et nunc que revela lo amenazante que es el cosmos.

Se crean dos mundos, entonces. El mundo de los seres humanos, con sus reglas, su moral (o falta de) y su frágil cultura, y el mundo de lo que está fuera, de un universo lleno de peligros que puede, sin malicia o voluntad de hacer daño, destruir completa y fríamente toda una humanidad en su entereza. El tiburón encarna también lo inesperado, lo que pensamos nunca podría pasar y que, sí, por supuesto pasa. Es la demostración de que el ser humano no es el amo del universo, sino que solo es uno de sus muchos elementos y que, para que la civilización siga, a veces es necesario dejarla atrás y convertirnos nosotros también en depredadores, para así abrazar aquella naturaleza que implica la lucha por la supervivencia en sus elementos más básicos. El océano es, además, la falta completa de la presencia de a lo que estamos acostumbrados, el cobijo de nuestras casas, de nuestras calles, de nuestras fronteras.

El tiburón de Spielberg es una obra que se ha convertido en un elemento fundamental de la cultura estadounidense y, quizás, mundial. Se debe, por supuesto, a la buena hechura del guion y al esmerado uso del ojo detrás de la cámara. Si la película funciona, de por sí, aun con sus pequeños defectos (se hace demasiado larga en algunos momentos), habría también que preguntarse por qué ha logrado llegar a ser un objeto de pop art cinematográfico tan famoso. La solución a este dilema a lo mejor se sitúa en la capacidad del director de unir varios elementos, como son los del género de terror con los del género de aventura (como bien se nota gracias a un uso increíble de la música, por parte de un estupendo John Williams). Se convierte, así, esta película en una experiencia global, en un paso que hay que dar dentro del estudio de la producción humana en lo que al cine se refiere, y en el acto mismo de ver (y sentir) se nos hace evidente cómo las películas, cuando están bien hechas, saben crear lazos con cada uno de nosotros hasta bajar hacia las simas de nuestros pensamientos más ancestrales.

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Ficha técnica:

Tiburón (Jaws),  EUA, 1975.

Dirección: Steven Spielberg
Duración: 124 minutos
Guion: Peter Benchley, Carl Gottlieb
Producción: Richard D. Zanuck, David Brown
Fotografía: Bill Butler
Música: John Williams
Reparto: Roy Scheider, Robert Shaw, Richard Dreyfuss, Lorraine Gary, Murray Hamilton

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