Incluir significa abrir las puertas a los que están afuera. Incluir implica dejar que todo hombre, toda mujer y todo lo que sea puedan estar dentro de un espacio del que estaban excluidos o, tan solo, en en cual se situaban únicamente desde un punto de vista secundario. Más allá de la cuestión de incluir, en cuanto aceptación tanto del otro como de lo otro, la inclusión sería entonces la necesidad de dejar que hablen y que se presenten, así como son, a aquellas partes de la población humana que forman un conjunto de parias, de fantasmas inexistentes, y que necesitan, tanto democrática como humanamente, que su voz y su mismo “yo” cobren un cuerpo real en la gran pantalla, con el cual decir “aquí estoy, aquí vivo, aquí me veis, aquí os hablo”. Es un discurso, entonces, que se desarrolla entre la mayoría de los seres vivos y la minoría de los seres casi-vivos, los que existen porque tienen que existir, pero de quienes mejor ni hablar.

La inclusión, por supuesto, va más allá de la simple necesidad de hablar de los que están fuera del borde de lo normal. Y esto porque lo normal es un concepto que, ante un análisis más profundo, poca realidad tiene y sí mucha apariencia. ¿Qué es normal, de hecho, sino la idea de que todos funcionamos según los mismos mecanismos, las mismas pautas? Goffman lo decía en sus libros, la vox populi siempre lo ha sabido en sus diálogo silenciosos (los de los rumores): todos tenemos cierta anormalidad, cierta pizca de incapacidad de encajar dentro de un patrón definido, lo cual, dicho sea aquí para que siempre se repita, solo implica que aparentemente somos iguales, mientras que profunda y llanamente cada cual tiene sus particularidades que puede o no compartir con una parte diminuta o no de la población mundial. La sexualidad, cuestión esta que es integrante del concepto de inclusión, nos propone, por ejemplo, unos matices de bisexualidad o de fetichismo que ensanchan el caudal de lo que existe, pero que fingimos que no está alrededor de nosotros (y no, no se sostiene que todo hombre y mujer sean bisexuales, sino que, como decía Kinsey, las cosas son más complicadas).

¿Sábes quién viene a cenar? Stanley Kramer, 1967

El color de la piel, otro elemento fundamental, nos empuja a pensar en quiénes son aquellos hombres y mujeres que vemos en la gran pantalla. ¿Todos blancos, altos y extremadamente anglosajones, como en las películas de los años 50 y 60 de Hollywood? La inclusión quiere ir más allá y supone un cambio radical, como en el caso de una familia progresista, cuya hija decide casarse con un hombre negro. Hay que abrir paso a lo real, se dice, ya que incluir significa enlazar su discurso de lucha social y cultural con una mirada hacia un mundo que está repleto de diferentes tipos de seres humanos. Que un Terminator, entonces, sea un hombre latino no tiene que ser nada especial, todo lo contrario, así como que latina sea una Blancanieves de los años veinte del siglo tres (o lo que sea, ya que la Tierra tiene muchos más años, décadas, siglos y milenios).

Y la sexualidad de arriba va a tener su merecido lugar dentro de la producción artística, ya que nadie puede (ni tiene que) gritar de escándalo cuando el protagonista es clara y rotundamente homosexual. Llegará, por supuesto, la apertura al mundo transexual, transgénero, asexual, pansexual. ¿Acaso no nos hemos dado cuenta de que entre las muñeca de carne y hueso del Barbenheimer está una transexual? Al fin y al cabo, todos tenemos alguien así en nuestra familia o entre nuestros amigos (a mi bisabuelo le gustaba disfrazarse de mujer y tener relaciones sexuales con la vecina, me contaban), y si no, quizás seamos nosotros los raros. ¿Dónde estaría el problema en que nos presenten a personajes no heterosexuales, por ejemplo? Me dicen que entre los brujos de Hogwarts se esconde un “maricón”, ¿acaso es así cómo nuestros hijos van a tener un rol masculino negativo? ¿O quizás peor sea el elemento del cowboy (perdón, vaquero), que fuma y sigue fumando (mientras que, en tiempos más recientes, prefiere acostarse con otro como él)?

Barbie, Greta Gerwig (2023)

La inclusión en el cine es necesaria, porque el cine tiene que ser el espejo de nuestra realidad. Más personajes femeninos no significa la muerte de los masculinos, así como más personajes negros no implica la muerte de los blancos. Se prefiere, entonces, la libertad de la fantasía y de la imaginación que nos lleva a descubrir una visión más democrática, capaz de aceptar a cualquier tipo de ser humano. Al fin y al cabo, ¿qué es mejor? ¿Unas películas que saben abrazar todo el abanico de nuestras sociedades o unos filmes que solo repiten esquemas que ya habían nacido erróneos, espejo de algo que nunca existió ni nunca va a existir?

La inclusión en el cine es, entonces, algo necesario no simplemente porque sea social y culturalmente correcto, sino porque nos enseña el mundo así como es. La diversidad, de tantos y diferentes tipos, es un elemento sacrosanto con el cual tenemos que contar si queremos ofrecer al público la imagen de un mundo que es lo que efectivamente es. Si alguien se lamenta, si llegamos a leer o escuchar opiniones contrarias, estas se deben solo a una forma de reacción psicológica, de miedo no solo a lo diferente, sino también a lo real, al mundo así como es efectivamente y no como queremos que sea. La inclusión es, entonces, no un objetivo de simple carácter político, sino la determinación de la realidad, la imagen de lo que es porque así es, elemento concreto de un mundo en el que todos tenemos derecho a vivir y a hacer que nuestra voz se oiga, deshaciéndonos de los disfraces de una sociedad, en la cual su normalidad no es más que un espejismo del que tenemos que despertar.

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La inclusión es basura. Lo es no porque el concepto de incluir sea negativo, sino porque su estructura actual implica abrir paso a cualquier tipo de diversidad. Es una moda pasajera (se espera) que nos ve a todos como inferiores si de normalidad de habla. Lo out es todo lo que parece no tener ninguna forma de anormalidad, lo in es todo lo que nos permite decir que el subalterno tiene derecho a hablar. Habría que preguntarse si Spivak se había dado cuenta de algo muy importante, efectivamente : si el esclavo quiere hablar, ¿es que de verdad lo que va a decir tiene importancia? ¿Qué pasa cuando el subalterno es el hillibilly que dice que va a votar por el peor candidato y que cree que la Tierra es plana? El derecho a hablar no implica, de por sí, que lo que vamos a decir (a) siempre tenga sentido y (b) esté basado en un análisis profundo, racional y lógico de lo que nos rodea. Además, todos, desde cierto punto de vista, somos subalternos.

Es una cuestión ideológica, entonces, como decía Althusser. La inclusión es una palabra hueca, detrás de la que está una serie de malas interpretaciones de la realidad, según patrones de posiciones políticas desastrosas. En realidad, todo hombre y toda mujer tiene los mismos comportamientos, y la presencia o no de un color de piel diferente no puede ni tiene que ser el elemento fundamental sobre el cual tiene que apoyarse un cuento. Y esto porque, al fin y al cabo, lo que tiene que importar seriamente de una película es su estructura, su manera de contar, de desarrollar una historia, unos personajes, un evento. Todo lo demás es inútil y no sirve para nada, quizás solo para darle un poco más de color, para que se vean unas caras diferentes, sí, pero con la misma estructura, sea cual sea la disposición de la nariz, de los ojos, de la boca, de los dientes (ya se entiende lo que quiero decir, seguir describiendo todo el cuerpo no es necesario).

El nacimiento de una nación, DW Griffith, 1915

La inclusión provoca problemas. Hay que elegir a los actores no según su orientación sexual o el color de la piel, sino analizando la cuestión desde un punto de vista más pragmático. ¿Sabe actuar? ¿Tiene la edad que tiene que tener mi personaje? ¿Es como me imagino que es mi protagonista? Todo lo demás es y resulta ser innecesario. Que nos den las estructuras, que nos regalen emociones y no lecciones de carácter político (alguien diría seudomarxistas, o algo similar). El arte de narrar es un arte neutro, no se basa en posiciones políticas o seudofilosóficas. No podemos pasar nuestro tiempo pensando si efectivamente nuestro filme es bastante inclusivo o si no hubiera sido mejor que el personaje principal, además de ser mujer, hubiera sido homosexual y negra (o asiática, o árabe, o hindú, o latina, por lo menos no blanca).

La inclusión crea problemas, porque se ha convertido en el elemento inicial de una obra, la estrella a seguir que nos indica hacia dónde tenemos que ir si queremos que nuestro producto tenga la más mínima posibilidad de ser proyectado en las salas o visto en la pequeña pantalla. El mundo ya no es de los normales, de la gran mayoría, sino de pocos, y en esta decisión ideológica se esconde la posibilidad de que cualquier tipo de fracaso de nuestro producto se deba a un rechazo de carácter reaccionario. Si no llegamos a vender bastantes billetes, esto se debe, simple y rotundamente, al racismo, a la xenofobia, a la idea de la pureza de la sangre, a la misoginia. Los malos están allá, fuera de nuestro mundo cerrado en y sobre sí mismo, imposible de reprochar. Y así es que, por ejemplo, cualquier tipo de crítica de un producto inclusivo no puede ser sino positiva, ya que el solo hecho de presentar a subalternos que pueden hablar es demostración de la bondad de todo el filme.

Centauros del desierto, John Ford, 1956

La inclusión, entonces, no nos permite ver un producto sin preguntarnos si allí no está escondido algo negativo, una falta de respeto por los excluidos. Si en nuestra película no aparecen bastantes mujeres, bastantes africanos, bastantes asiáticos, bastantes árabes, entonces tendremos que ser sacrificados ante los dioses de la inclusión y padecer el dolor de quienes no se dan cuenta de la importancia de abrir las puertas a todos, dejando que entre cualquier tipo de persona. Sin embargo, la inclusión implica la pérdida de una sensación de democracia y ya se puede ver cómo un producto inclusivo solo de mujeres, lesbianas y negras puede obtener un juicio positivo, mientras que uno solo de los hombres heterosexuales y blancos tiene que fracasar y perecer en el acto mismo de su existencia negativa.

¿El subalterno tiene derecho a hablar? No, por supuesto, si de lo que hablamos es un derecho dentro de un marco narrativo. En un producto de este tipo, el derecho a hablar lo tienen los personajes, en cuanto elementos que ayudan a desarrollar un relato. Es por esta razón que podemos ver Birth of a Nation y darnos cuenta de que, detrás del rostro racista, allí se está construyendo una historia en la que hay un elemento fundamental, el arco narrativo que está en la base de cualquier intento del arte de contar cuentos. Tenemos que volver al arte de narrar, a la capacidad de ver los filmes como estructuras narrativas y, por esta razón, capaces de sostenerse por sí dentro de una arquitectura que se abre y se cierra en sí misma, en el justo análisis de los productos de ficción en cuanto historias que solo le deben su valor y su crítica al juicio del narrador, en cuanto narrador, y del espectador, en cuanto espectador. Y que las ideologías de la inclusión a cualquier costo queden fuera del espacio del mundo de los personajes ficticios.

La inclusión en el cine – Tesis   |  La inclusión en el cine – Síntesis

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Hay que controlar siempre los puntos de vista diferentes. No significa aceptarlos ciegamente, ni rechazarlos completamente. Hay que intentar ir más allá y basar nuestro análisis de ellos en lo racional, lo lógico. Samuel Butler (de Erewhon) hablaba muchas veces del common sense, algo que nos parece obvio y que, de todas formas, muy a menudo pensamos estar usando cuando, en realidad, estamos siguiendo posiciones extremas o ideas huecas. Cuestiones como la de la inclusión, dentro del marco social, obviamente van a tener una serie de respuestas diversas, algunas completamente opuestas a otras. Es algo natural que se debe a diferentes factores, si bien me atrevería a decir que, en la mayor parte de los casos, el problema se sitúa en una lucha ideológica de carácter tanto psicológico como también emotivo. Y, por supuesto, hablar de ideología puede ser siempre un problema, ya que se usa tanto en un lado como en otro, sin saber, muchas veces, qué es efectivamente la ideología misma (y su significado ha ido cambiando en los años, ya que, inicialmente, solo indicaba la manera de pensar típica de una población).

Se supone que cuando contamos algo tenemos que pensar en quiénes van a escucharnos (o leernos, o vernos). Por esta razón, cuando se dice que solo importa la estructura del filme, olvidamos que, en realidad, hay un público al que nos dirigimos, algo que se aprende en los primeros días de un curso de guion. Son las bases, algo que todos ya conocemos, ya que los productos para adultos, por ejemplo, poco se parecen a los para niños (y lamentablemente, tendríamos que decir, para hablar de la disneyficación de la naturaleza y de su violencia, algo de lo que habló hace años Herzog, si no me equivoco). Efectivamente, no tiene sentido crear filmes solo para un hombre blanco, heterosexual, con unos estudios académicos, italiano, cuarentón, sin pareja, amante de la literatura, que odia a quienes piensan que el arte lo es todo (por si acaso hubiera lectores pocos atentos, estoy hablando de mí); si queremos vender algo tenemos que saber quiénes van a ser nuestros espectadores, y presentarles una obra que se ajuste a sus expectativas.

Aliens. El regreso, James Cameron, 1986

Por esta razón, la inclusión siempre ha sido parte de Hollywood y de cualquier máquina de producción de películas. Incluir, de por sí, solo implica la acción de abrir las puertas a determinados elementos de nuestra sociedad o, más bien, de la humanidad. La cuestión, obviamente, tiene sus diferentes matices, así que la inclusión de los indianos no lleva de por sí a que tengan un valor positivo, como en las viejas películas, en las cuales los buenos eran lo cowboys y los malos los redskins. Lo mismo se puede decir de los negros americanos de Griffith, quienes en su Birth of a Nation representaban el mal o, por lo menos, la falta de orden (un orden social, político y emocional que solo podía basarse en la “justicia” de los del Klan). Si de inclusión se habla, es necesario tener en cuenta también qué tipo de roles aquella parte de la población representa en los productos fílmicos, lo cual tiene un valor más de carácter de estudios sociales y culturales, y a lo mejor, menos de arte escénica.

De todas formas, la cuestión de la inclusión es, que guste más o menos, típica del desarrollo de cualquier civilización. Por esta razón, no nos damos cuenta, a veces, del cambio que se ha ido construyendo durante las décadas que nos preceden. La presencia de protagonistas negros, por ejemplo, o tan solo de italianos o latinos en las películas de Hollywood hubiera sido imposible de concebir hace sesenta o setenta años, por lo menos, así como se muestra hoy. Hablar de la inclusión como algo de por sí negativo se parece a quienes hablaban mal de la presencia de los susodichos negros (e italianos, indianos, árabes, etc.) en las películas que se estaban produciendo. ¿Hubieran tenido, los directores, los productores, los guionistas, que dejar a un lado la cuestión del mensaje social y seguir solo la escueta visión narratológica? Por supuesto, todo producto cultural es un producto social, político, ideológico; quizás no estemos siempre delante de obras de tipología brechtiana, pero sí con sus ideas que quieren proponer o sobre las cuales se basan. ¿Qué decir de la muerte del protagonista negro al final del primer capítulo de los zombis de Romero? ¿No se entremezcla el arte de narrar con la voluntad de proponer un mensaje exquisitamente político?

El nacimiento de una nación, DW Griffith, 1915

En algunos de sus artículos, Javier Marías lamentaba el uso lingüístico de ciertas modalidades de inclusión, y lo hacía no solo con gracia e inteligencia, sino con justa razón. Y, por supuesto, la cuestión que el escritor proponía a su público se basaba no tanto en el rechazo de la inclusión, sino en el uso errado que se hacía de ella. Nos lleva entonces la lectura de sus artículos a darnos cuenta de que el problema muchas veces no está en la aceptación del otro, en dejar que el subalterno hable (y sí, preguntarnos qué es que quiere decir y si lo que dice tiene sentido no es una cuestión de poca importancia, más bien necesariamente democrática y racional), sino en los extremos de una apertura total que se convierte en una destrucción completa de quienes vemos como enemigos (los machos blancos heterosexuales, quienes somos no pocos) o de un cierre universal que impide la presencia de elementos fuera de la supuesta (y muchas veces inexistente) normalidad (las mujeres árabes lesbianas, por ejemplo).

Por supuesto, en el caso de una visión narrativa, es necesario saber cómo funciona la estructura y saber por qué y cómo se desarrolla la acción y hablan (y actúan) los personajes. Si de inclusión hay que hablar, en estos casos, esta tiene que ser algo secundario, a menos que no queramos crear una historia sobre un elemento que se inserta también (y no solo) en la cuestión de la inclusión. ¿Es más importante que Ripley sea una mujer o que sea una sobreviviente? ¿Tiene más sentido que Denzel Washington sea Lear o que sepa cómo “hacer” Lear? A veces la inclusión, siendo un concepto de carácter social y cultural, se desarrolla de por sí, conectándose con la realidad en la que se encuentra y que históricamente la engendra y la representa. Y, en la concreción de las ideas en la pantalla (grande o pequeña), quizás lo que más importancia va a tener sea también que nos sepan contar algo capaz de encender nuestra curiosidad y estimular nuestro cerebro. Sí, también desde un punto de vista cultural.

P. D. : Una consideración final. Estamos hablando de películas, del arte de narrar. Si Brecht pensaba que su misión era la de enseñar, de abrir paso a un futuro político mejor, no hay que olvidar que las películas a veces solo son productos que crean sueños. Recordemos, entonces, que la fuerza del cine no es infinita y que dentro del concepto global de soft power a veces pensamos darnos más importancia que la que realmente tenemos.

La inclusión en el cine – Tesis    |    La inclusión en el cine – Antítesis

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