Críticas
Sacrificans
Nosferatu (2024)
Nosferatu. Robert Eggers. EUA, 2024.
Los laberintos pueden ser la razón por la cual acabamos perdiendo el seso. Una película basada en una obra de terror basada en las leyendas europeas se convierte en una obra maestra que traspasa las limitaciones de su tiempo (y de su técnica, la del cine mudo) para así ser el elemento sobre el cual se va a basar otra película, más o menos unos sesenta años después, en la que se prefiere utilizar parte de la novela misma, de la cual la obra original no tenía los derechos. Parece difícil, efectivamente, seguir este juego, no tanto porque sea imposible trazar las líneas que unen los diferentes elementos, sino que nos damos cuenta de cómo de vez en cuando los engranajes se amontonan hasta crear un fractal tan esmerado que su existencia parece casi innatural. Y aumenta el sentimiento de vértigo con la voluntad, en el nuevo milenio, de construir otra obra que se basa sobre la estructura de las precedentes, para así poner en marcha de nuevo la cuestión de una imagen que se refleja en un espejo que refleja otra imagen. Es un laberinto, quizás, en en cual dulce es nuestro hundir (como decía, más o menos, un poeta de Recanati).
Habría que hablar del mal que se arrastra en el cuento que nos presenta en esta reintrepretación. ¿Qué es, efectivamente, el significado de maldad sino, como la definía Nietzsche más o menos, algo que se instaura en la presencia de unas claves completa y claramente humanas? Si de mal hablamos, quizás sea más correcto hablar de su significado en relación con nuestros mimos cánones, con nuestros puntos de vista, con lo que definimos con bastante simplicidad “sociedad”. Y es así que la película profundiza los elementos del mal en cuanto engranajes de un mecanismo universal que, una vez analizado, solo tiene sentido dentro de los bordes en los que vivimos (nuestra cultura). Se pone en marcha otra vez el valor de lo externo, lo que forma parte de una naturaleza que nos acecha, y lo interno, la concreción de aquellas reglas (sociales, morales, éticas, políticas y religiosas) con las que se sustenta el ser humano y logra sobrevivir en un cosmos que intenta matarlo. Si de mal hay que hablar, este se encuentra allí fuera, en un lugar que no representa los intersticios que se amontonan en la claridad de una normalidad acogedora, sino que pone de manifiesto que es el nuestro el mundo que se muestra innatural.
La presencia del mal se inserta así en la cuestión de la sexualidad, de los instintos primordiales que suponen la presencia de nuestros verdaderos deseos. La mujer, entonces, es la clave de una maldad que se despierta en un universo plagado por la presencia de una oscuridad que intentamos hundir dentro de unos límites llamados “racionalidad”. Y si de sexualidad hay que hablar, esta se presenta como componente de una libertad de los cuerpos que va más allá del simple goce y que supone la interacción entre dos o más cuerpos que, en el hecho de encontrarse, se mueven en un juego de dominación y de pasividad, hasta poner de relieve lo que son simplemente relaciones de poder. ¿Cuál es el límite, en consecuencia, de dejarse arrastrar por lo que definimos como instintos físicos? Y la doble vertiente de fuerzas centrípetas y centrífugas establece una crisis, tanto psicológica como somática, entre las reglas de una sociedad humana (el matrimonio) y la libertad de una naturaleza sin timón (el sexo). Represiones de carácter mental, basadas en la necesaria voluntad de decidir qué tipo de sacrificio estamos dispuestos a aceptar, tanto de los otros como de nosotros mismos.
El Nosferatu de 2024 es una película que bien se inserta en la historia del cine y que supone, afirmado sea conscientemente, el nacimiento de otro hito de la historia del horror (y del terror, por supuesto). El diálogo no se cierra entre Murnau, Herzog y Eggers, y el conde Orlok sigue siendo una figura capaz de renacer dentro de la producción cinematográfica (cuando esté en buenas manos, dicho sea de paso), lo cual lleva a una introspección por parte del espectador que puede quedarse en las profundidades de su psique como subir hasta la superficie de nuestro sol. Habría que preguntarse si, dentro de otras décadas, saldrá otra versión, como si fuera necesario volver al principio para que el discurso nunca pare. Si el juego de reinterpretación seguirá siendo de esta calidad, muy bueno parecerá entonces el futuro de un arte, el del cine y de sus figuras imaginarias, que parece haber conquistado la inmortalidad (aparente, por supuesto) en la reconfiguración de su cosmos.
Ficha técnica:
Nosferatu (2024) (Nosferatu), EUA, 2024.Dirección: Robert Eggers
Duración: 132 minutos
Guion: Robert Eggers
Producción: Jeff Robinov, John Graham, Chris Columbus, Eleanor Columbus, Robert Eggers
Fotografía: Jarin Blaschke
Música: Robin Carolan
Reparto: Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Lily-Rose Depp, Aaron Taylor-Johnson, Emma Corrin, Willem Dafoe